Si la concha es el símbolo del Camino de Santiago, el Ara de San Paio de Antealtares, el Pedrón de la Iglesia de Santiago en Padrón y la lauda sepulcral del Obispo Teodomiro conservada en la Catedral, son los símbolos tangibles jacobeos.
Distingo pues entre la simbología
asociada al Camino y la simbología asociada a la tradición, la
leyenda, la historia y la arqueología. Para el caminante
y el peregrino su símbolo es la venera;
para los estudiosos en sentido extenso de la cultura jacobea, el trío
de
símbolos mencionados. Para el Camino lo esencial no es des-velar el
misterio en relación con la determinación de si los restos del
Apóstol se encuentran en la Seo compostelana porque es un Camino
ecuménico y de luz
y también lúdico en sentido general del término. Para los
investigadores, la batalla
entre la leyenda y la razón se centra en el Arca
Marmarica.
El
Pedrón
es
una
ara (piedra
consagrada que se coloca sobre una plataforma para la celebración
litúrgica o para ofrecer sacrificios a los dioses) de origen romano
dedicada a Neptuno que la leyenda la identifica como la piedra a la
que se amarró la barca que transportó los restos del Apóstol hasta
Padrón. La pieza terminó colocándose debajo del Altar Mayor en la
Iglesia de Santiago de Padrón en el siglo XV según Antonio
López Ferreiro. Desde el último cuarto de ese siglo la reliquia
recibió la visita de innumerables peregrinos O
que vai a Santiago e non vai a Padrón, ou fai romería ou non.
Hoy se incentiva
la peregrinación a Padrón con la Pedronía.
El
documento acredita haber hecho la ruta hacia el lugar dónde llegó
la barca
da pedra.
La Pedronía,
que así se llama, se consigue tras caminar un mínimo de 18 km hasta
Padrón, ya sea desde Santiago de Compostela o también desde
cualquier localidad de la Ría de Arousa.
El
Pedrón acompaña a la leyenda como el zumbido al moscardón, pero
tanto el Ara de Antealtares como la lauda sepulcral del obispo
Teodomiro tienen fundamento
histórico. El
Ara de Antealtares se conserva en el Convento de monjas benedictinas
del Monasterio de San
Pelayo de Antealtares. Originariamente
fue un monasterio de monjes bajo la advocación de San Pedro, su
comunidad formó parte esencial desde la Alta Edad Media del núcleo
devocional y cultural del Locus
Santi Jacobi
y surgió en el siglo IX por deseo de Alfonso II el Casto, para que
custodiasen las reliquias del Apóstol. Su labor se centró en el
cuidado del Altar del Apóstol del primitivo edículo, el servicio
litúrgico y la atención de los primeros peregrinos. Con la reforma
de los Reyes Católicos San Pelayo desapareció como monasterio de
monjes, pasando éstos a pertenecer a San Martín Pinario, situado
éste también en Santiago de Compostela. Poco después, en 1499,
Fray Rodrigo de Valencia, prior de San Benito de Valladolid y
Reformador General, por mandato de los Reyes Católicos unió a todas
las benedictinas gallegas (14 prioratos), y trajo de Castilla como
abadesa a Dña. Beatriz de Acuña y a un grupo de monjas observantes.
De este modo se convirtió este monasterio en el centro de la reforma
de los Monasterios femeninos de la Orden en Galicia. Fuente.
El
Ara
de Antealtares
es un monumento excepcional, de humilde aspecto que, según la
Tradición, fue el altar erigido por los discípulos de Santiago, a
mediados del siglo I, en su edículo o cámara funeraria. Dicha ara
permaneció inamovida como altar principal de las tres basílicas
que, con el discurrir del tiempo, fueron erigidas en honor del
Apóstol, removiéndose el año 1105 por orden del obispo Gelmírez,
por otro de mayores proporciones. Este prelado tuvo a bien
regalárselo a la comunidad benedictina de Antealtares.
Fuente fotografía.
Circa el año 813, un ermitaño llamado Pelayo, observa una noche una peculiar caída de estrellas sobre unas tierras situadas en el bosque Libredón. Sorprendido busca al obispo del lugar, cuya sede era Iria Flavia, llamado Teodomiro, para contarle tan extraño suceso. Este obispo se dirigió al lugar donde pudo contemplar él mismo el fenómeno. Allí fue donde encontraron un sepulcro de piedra en el que reposaban tres cuerpos que serían identificados como el Apóstol Santiago y sus dos discípulos, Teodoro y Atanasio. Evidentemente el obispo Teodomiro era conocedor de las distintas tradiciones orales y escritas que hablaban de la presencia evangelizadora de Santiago y de cómo sus restos reposaban en nuestra tierra. Fuente. Recordemos que las luminarias procedían de los restos de un edificio funerario abandonado hacía muchos años y que el obispo concluyó tras un período de ayuno y oración que allí estaba el sepulcro de Santiago y de sus discípulos Atanasio y Teodoro. En otras palabras, tras una purificación ritual de ayuno y oración, fue elegido para levantar acta notarial de un milagro. Al convencer a Alfonso el Casto podemos afirmar que como descubridor del supuesto sepulcro apostólico, su figura es decisiva en la tradición jacobea. Santiago de Compostela nace como parto extrauterino directamente de un milagro.
Una leyenda similar y milagrosa acompaña al hallazgo de la Cruz de Cristo por la Emperatriz Elena madre de Constantino. En ambos casos se da una tradición oral junto a signos milagrosos que permiten una identificación credo quia absurdum, es decir, que se creen precisamente porque es absurdo ya que la fe debe apoyar argumentos cuanto más inverosímiles mucho mejor.
Durante mucho tiempo se dudó de la existencia de Teodomiro y, sobre todo, de su papel en el descubrimiento. Pero todo cambió cuando en 1955 se descubrió su lauda sepulcral en el subsuelo de la catedral. Su inscripción no deja lugar a dudas. Lo sitúa como obispo de Iria y señala el año 847 como el de su muerte. El hecho de que Teodomiro se hiciese enterrar en el locus sancti Iacobi, en la naciente Compostela, en vez de hacerlo en la sede episcopal iriense lleva a pensar que tuvo que tener razones muy poderosas para ello. Fuente.
Circa el año 813, un ermitaño llamado Pelayo, observa una noche una peculiar caída de estrellas sobre unas tierras situadas en el bosque Libredón. Sorprendido busca al obispo del lugar, cuya sede era Iria Flavia, llamado Teodomiro, para contarle tan extraño suceso. Este obispo se dirigió al lugar donde pudo contemplar él mismo el fenómeno. Allí fue donde encontraron un sepulcro de piedra en el que reposaban tres cuerpos que serían identificados como el Apóstol Santiago y sus dos discípulos, Teodoro y Atanasio. Evidentemente el obispo Teodomiro era conocedor de las distintas tradiciones orales y escritas que hablaban de la presencia evangelizadora de Santiago y de cómo sus restos reposaban en nuestra tierra. Fuente. Recordemos que las luminarias procedían de los restos de un edificio funerario abandonado hacía muchos años y que el obispo concluyó tras un período de ayuno y oración que allí estaba el sepulcro de Santiago y de sus discípulos Atanasio y Teodoro. En otras palabras, tras una purificación ritual de ayuno y oración, fue elegido para levantar acta notarial de un milagro. Al convencer a Alfonso el Casto podemos afirmar que como descubridor del supuesto sepulcro apostólico, su figura es decisiva en la tradición jacobea. Santiago de Compostela nace como parto extrauterino directamente de un milagro.
Una leyenda similar y milagrosa acompaña al hallazgo de la Cruz de Cristo por la Emperatriz Elena madre de Constantino. En ambos casos se da una tradición oral junto a signos milagrosos que permiten una identificación credo quia absurdum, es decir, que se creen precisamente porque es absurdo ya que la fe debe apoyar argumentos cuanto más inverosímiles mucho mejor.
Durante mucho tiempo se dudó de la existencia de Teodomiro y, sobre todo, de su papel en el descubrimiento. Pero todo cambió cuando en 1955 se descubrió su lauda sepulcral en el subsuelo de la catedral. Su inscripción no deja lugar a dudas. Lo sitúa como obispo de Iria y señala el año 847 como el de su muerte. El hecho de que Teodomiro se hiciese enterrar en el locus sancti Iacobi, en la naciente Compostela, en vez de hacerlo en la sede episcopal iriense lleva a pensar que tuvo que tener razones muy poderosas para ello. Fuente.
El
problema de Teodomiro es que desconocemos qué fuentes orales conocía
en relación con lo que
estaba en boca de la calle
para afirmar la presencia evangelizadora de Santiago en Hispania y
del reposo de sus restos. Es el mismo problema que tiene la filosofía
con Aristarco
que fue el primero en afirmarse en la teoría heliocéntrica, porque
no quedan escritos suyos y solo sabemos de su especulación por Plutarco y
Arquímedes. Pero del hecho de que desconozcamos las fuentes
que bebió Teodomiro,
no podemos derivar la hipótesis
del silencio. Recordemos las tradiciones de la aparición
de la Virgen a Santiago y sus discípulos en Zaragoza que recogió
Goya en una de sus pinturas y en Muxía.
En
resumen, la lauda sepulcral de Teodomiro y el Ara de Antealtares
invalidan las
hipótesis del silencio y de forma rotunda la priscilianista.
Una porque demuestra la existencia del Obispo reducido a personaje
de ficción
en muchos estudios; y la otra porque el edículo
con su ara permaneció sellado desde el siglo II y Prisciliano muere
decapitado en el siglo IV. Pero lo importante es afirmarnos que para el
Camino
lo esencial no está en determinar si los restos reposan en
Compostela o no. Hoy el Camino es lúdico y ecuménico y desde el
siglo XII las reliquias
quedaron sepultadas debajo del Altar Mayor en un relicario. Además
el hombre actual ha perdido el sentido de lo numinoso
y
ha desacralizado la cristianitas. Dejad a las mujeres bellas para los hombres sin imaginación Proust dixit. Caminantes
y peregrinos, nosotros tenemos a la concha como nuestro símbolo,
dejemos las laudas
y aras
para los
hombres sin imaginación.
El misterio apetece de envolvernos, en palabras de Hegel, el
camino del Espíritu es el rodeo
y parafraseando a Goethe si anhelas lo infinito ve tras lo finito,
haz tu camino en todas las direcciones finitas posibles con
kilometraje de
compostela, sin él o mucho más que él.