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jueves, 2 de febrero de 2017

La modernidad gaseosa


 “De las cosas producidas por la naturaleza las hay innatas, imperecederas y eternas, mientras otras están sujetas a generación y destrucción. Las primeras son incomparablemente excelentes y divinas, pero menos accesibles al conocimiento. (...) No obstante, los dos tópicos tienen su especial encanto. El escaso concepto que podemos alcanzar en lo referente a las cosas celestes nos proporciona, debido a su excelencia, más placer que todo nuestro conocimiento sobre el mundo en que vivimos, de la misma manera que la ojeada furtiva de las personas a quienes amamos es más deliciosa que la plena contemplación de otra cosa cualquiera, sea cual fuere su número y dimensiones”.- Aristóteles-
                             
                                       
 Aristóteles concibió el primum movens como la causa de todo el movimiento en el universo, y por lo tanto no movido por nada. La cosmología y física aristotélica exigían que un motor moviese a otro llegando a una cadena de móviles que requería de un motor que no fuese movido por otro para no caer en un regressus ad infinitum. Para ello tuvo que dividir la sustancia que conforma al mundo en tres clases, la primera física y corruptible (plantas, animales, el hombre); la segunda física también pero incorruptible (como los astros), y la tercera inmóvil y eterna.

Tiene que haber un ser inmortal, inmutable, en última instancia, responsable de toda la plenitud y el orden en el mundo sensible”. Pero a este ser sin magnitud ni materia, le sería físicamente imposible mover objetos materiales, de manera que su actividad sería de naturaleza intelectual y no condicionada por la percepción sensorial. Su influencia sobre los seres inferiores tendría que ser una especie de aspiración o deseo de emularlo, como esa ojeada furtiva que nos produce la mirada de las personas a quienes amamos. Vid.

 Newton frente a Descartes afirmó que toda la materia del universo cabía en una cáscara de nuez, la gravedad como fuerza inmaterial a distancia movía al mundo. La naturaleza dejó de aborrecer el vacío después del experimento de Torricelli y Hegel nos invitó a abandonar el estoicismo y en cierta forma al cristianismo abrazando a la diosa Razón. El Holocausto congregó a los filósofos en Auschwitz y el capitalismo, el individualismo y el consumismo nos abocaron a la modernidad líquida que definió Bauman.
  “En una vida de continua emergencia, las relaciones virtuales superan fácilmente lo real. Aunque es ante todo el mundo offline el que impulsa a los jóvenes a estar constantemente en movimiento, tales presiones serían inútiles sin la capacidad electrónica de multiplicar los encuentros interpersonales, lo que les confiere un carácter fugaz, desechable y superficial. Las relaciones virtuales están provistas de las teclas suprimir y spam que protegen de las pesadas consecuencias (sobre todo, la pérdida de tiempo) de la interacción en profundidad”.-Bauman- Para Milan Kundera nuestra época está obsesionada por el deseo de olvidar, y para realizar tal deseo se abandona al demonio de la velocidad. En otras palabras, vive rápido para terminar por no saber cómo dar vida a los años. Diríase que tras la muerte de Bauman hemos entrado en la modernidad gaseosa.


 Compartiendo el análisis de la crisis de valores y del relativismo axiológico que nos acompaña, es cierto que el ethos que conforma la sociedad se define como un hacer éticamente posible lo que es éticamente deseable, pero en este contexto no creo que sea solo una crisis de la posmodernidad lo que nos azota, sino la tarea que ha irrumpido sin avisar como un elefante en una cacharrería: cómo dar vida a los años una vez que la esperanza de vida se ha alargado considerablemente. El problema de las relaciones humanas y de las parejas y de vínculos de análoga naturaleza es que con el ocio del que disponemos y los años que vivimos, el concepto para siempre, no puede ser igual al para siempre de hace doscientos años, con crisis de valores o sin crisis.

 A la modernidad líquida también se le puede encontrar su vasija particular para que vuelva a su estado sólido, es cuestión de tropezarse con quienes compartan los mismos principios. El viejo Aristóteles tenía razón, la mirada furtiva hacia la persona que amamos es de esas cosas que no tienen precio como rezaba el eslogan del anuncio de la master card. Hoy como ayer, con modernidad líquida incluida, seguimos fracasando por la mala gestión de nuestras emociones, de los asuntos del corazón, de las relaciones humanas, y eso nos lleva, a evaporarnos perdiendo toda ilusión y esperanza. Hemos identificado el placer con la felicidad, nada más antagónico, porque si bien como sentenció Epicuro, nada placentero es pecaminoso, su proyecto particular de sexo, drogas y rock and roll, era refugiarse en la amistad y cultivar cómo no el amor.
   La filosofía debe encontrar respuestas, no vivir enrocada, ni limitarse a señalar los males que azotan nuestra sociedad. Seguimos necesitando un primum movens, o en castizo, un corazón noble que guíe nuestros actos con compromiso y generosidad hacia los demás. El altruismo y las colas de pavo real siempre preocuparon a Darwin, tal vez por ello Kropoktin afirmó que: la práctica común de dependencia estrecha de la felicidad de cada individuo de la felicidad de todos, y sobre los sentimientos de justicia o de equidad obligan al individuo a considerar los derechos de cada uno de los otros como iguales a sus propios derechos". -El apoyo mutuo-.
    El humo es lo primero que abandona al fuego, el truco es lo primero que se desvela cuando solo era magia e ilusión pasajera esa relación, y el si no es para siempre, que sea para recordarse y si no es así, que pueda olvidarse. Vivimos tan fragmentados, que estamos a punto de evaporarnos.

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