“La
penosa tarea del sabio. Me he aplicado a distinguir sabiduría y
ciencia, de locura y necedad; y he concluido que también eso es caza
de viento; porque donde abunda la sabiduría, abunda el sufrimiento,
y a más ciencia, más dolor”. - Ecl 1- 17-18.
A
quienes sufren porque piensan que se vive mejor sin
ciencia ni sabiduría,
es decir, que la ignorancia te hace feliz, siempre les quedará la
sonrisa de Demócrito frente al llanto de Parménides.
La
pregunta sobre lo que se entiende por filosofía nos induce a veces a
pensar en una especie de conocimiento extravagante
o locura ligada a un sabio incomprendido y raro. Sócrates y Platón
la entendieron como un saber ligado al método, al análisis y al
estudio (epistemología) frente a la visión
que nos ofrecen los sentidos y la mera experiencia que adquirimos en
la vida y que configura nuestras opiniones (doxa).
La importancia del pensamiento socrático se basa en que fue el
primero en someter a crítica el conocimiento humano de las cosas.
Esa es la clave, la
filosofía es siempre una reflexión de segundo grado o
una mirada a modo de abogado
del diablo
sobre cualquier tipo de sabiduría o ciencia.
La
metáfora de un río nos puede aclarar este concepto. Un río es para
un geógrafo una corriente de agua con más o menos caudal que nace
en un lugar y que desemboca en el mar. Los datos de interés para
esta disciplina son que el Miño por ejemplo, nace en Pedregal de
Irimia (Lugo- España), pasa por las ciudades de Lugo, Orense,
Rivadavia... y desemboca en el océano Atlántico entre La Guardia y
Caminha. Para un químico, el análisis se centrará en descubrir las
moléculas de los átomos del agua (H2O). Un biólogo se preocupará
por estudiar el tipo de seres vivos y la biodiversidad asociada. Un
ecologista incidirá en la contaminación de sus aguas y un promotor
hotelero lo estudiará con arreglo a las posibilidades de crear un
complejo de ocio.
Pues bien, el saber o
interés asociado a cada campo objeto de estudio, se agota en sí
mismo, es decir, cada especialista se da por
satisfecho
y no especula más allá de su marco de actuación. A partir de ahí,
llega el filósofo, meditando sobre la base de ese conocimiento
adquirido y reflexiona sobre el mismo. Y lanza
dardos envenenados
con preguntas que van más lejos. ¿Está seguro de su método señor
químico para afirmar que el agua es un compuesto de hidrógeno y
oxígeno? Es decir, sus experimentos, ¿son susceptibles de error en
el laboratorio? Y usted, señor biólogo, ¿ha pensado cómo se
inició la vida de los peces? ¿Es ético transformar la naturaleza
para la diversión? ¿Cómo se originó el agua, por creación de
Dios o por las reacciones habidas en el universo?
El filósofo pues,
anhela esa
sabiduría que
entiende que logra no dejándose engañar por las apariencias de los
sentidos o la consolidación de un paradigma. Por ejemplo, ante la
opinión de algunos científicos sobre el cambio
climático,
sostendrá como Popper que las teorías científicas son falsables y
que tal vez estemos ante la posibilidad de un consenso
forzado.
Conviene recordar que la ciencia ha sido una gran víctima de la
censura y por ello puede resultar deseable cuando los científicos
son los propios censores.
Esa humildad
intelectual
ha curado a la Filosofía. Ya tomó bastante medicina manteniendo el
paradigma griego y cristiano de la inmovilidad terrestre pese a las
anomalías detectadas, pero aún no ha azotado lo suficiente al
prestigio científico. Recordemos por interés de lo que pretende
transmitir este artículo, dos ejemplos de la Historia de la Ciencia
y de la Filosofía para que nos ayuden a contextualizarlo.
►La
Iglesia Católica tardó bastantes años en reaccionar a la teoría
copernicana. En apariencia era inocua, no se afirmaba que la Tierra
giraba alrededor del Sol, afirmaba que en el sistema aristotélico-
ptolemaico era más fácil considerar a la Tierra en movimiento y
evitar los epiciclos y deferentes. Hasta 1606, el De
revolutionibus no
fue puesto en el Indice
de
libros prohibidos. Los protestantes también reaccionaron porque su
interpretación literal de la Biblia entraba en conflicto con una
tierra en movimiento.
¿Qué
estaba en juego? Obviamente mucho más que la representación del
universo o unas líneas de la Biblia, en especial Josué 10- 12-13:
“El mismo día en que el Señor entregó a los amorreos en poder de
los israelitas, Josué se dirigió al Señor y dijo: ¡Sol, detente
sobre Gabaón! ¡Y tú, luna sobre el valle de Ayalón! Y el sol se
detuvo y la luna se paró hasta que el pueblo se vengó de sus
enemigos. Todo esto está escrito en el Libro del Justo. El
sol se detuvo en el cielo y tardó un día entero en ponerse”.
El drama de la vida cristiana y la moralidad edificada sobre la
cultura judeo cristiana no podía adaptarse a un universo en el que
la tierra fuera un mero planeta. ¿Qué pasaría con la caída del
hombre en el pecado y su redención si había otros planetas en los
que la bondad de Dios habría querido que fueran habitados igualmente
por seres humanos? Y si ello fuera así ,¿cómo podrían descender
también de Adán y Eva y cómo habría tenido allí lugar la
presencia de Cristo? Por otra parte, si los cielos no eran perfectos,
¿cómo podría tener allí Dios el trono? Las teorías de Copérnico
implicaban una transformación radical y cuestionaba las bases de la
moral. El paradigma siguió con ligeros retoques, hasta que Galileo y
Newton se encargaron de refutarlo definitivamente.
► El
caso de Lysenko que fue un agrónomo que en los años treinta del
siglo XX desarrolló una teoría que implicaba el rechazo de la
genética moderna. Pensaba que en ciertas fases de la vida de una
planta, se podría destruir su herencia
y sustituirla por una nueva. Mediante la combinación de la demagogia
política y una crisis agrícola, logró el favor de Stalin y el
control de la investigación y censura de la enseñanza hasta bien
entrados los años sesenta.
La duda,
el asombro, la situación límite: muerte, hambruna,
catástrofes...junto a las preguntas trascendentales de la vida es lo
que empuja a filosofar, a
no conformarse.
El filósofo es un joven impetuoso que espera siguiendo la metáfora
hegeliana, a que la lechuza
de Minerva
sobrevuele en el atardecer. Se mantiene rebelde, pero sabedor de que
debe alcanzar la sabiduría necesaria con rigor, método y estudio
antes de ejercer
de mosca cojonera,
a fin de cuentas parafraseando a Wittgenstein, hay que enseñar
a esa
mosca
a salir de la botella,
es decir, a no vivir cargados de prejuicios y falsos conocimientos.
Y al final del
recorrido de ese río metafórico, la filosofía desemboca en su
propio mar
particular:
en la liberación del lenguaje
fosilizado,
convertido en el carcelero
de nuestros pensamientos y convicciones.
Refutando esa visión
con la que comenzamos, afirmaremos que los filósofos no son ni
miembros de una secta de iluminados ni chiflados, sino gente como
cualquiera de nosotros cada vez que meditamos sobre la vida y la
muerte, nuestros límites, nuestras miserias, fracasos, alegrías o
decisiones. Solo hace falta la sonrisa de Demócrito quien filosofa
para partirse
de risa; la
sonrisa de Merleau-Ponty para cuando no se encuentra consuelo ni
soluciones, y la actitud del lema de la Royal
Society: Nullius in verba,
referida al principio de autoridad, en virtud del cual se pueden
cuestionar saberes
superiores de
maestros infalibles.
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