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martes, 22 de diciembre de 2015

¿Es irracional ser racional a la hora de votar?




  “En Alejandría, la astrología mesopotámica adquirió un toque griego. Para empezar, era preciso estudiar el Almagesto a fin de saber computar dónde estaban los astros, con lo que la astrología se convirtió en un motivo poderoso para el prestigio social de las matemáticas; en segundo lugar, los griegos eran más individualistas que los orientales, por lo que no les interesaba menos el destino personal que el de los reyes y naciones. De modo que al lado de la astrología judiciaria, que se ocupa de estos últimos, desarrollaron la horoscópica o genetlíaca, que predecía las cualidades y tendencias de los individuos a partir de las configuraciones de astros en el cielo en el momento del nacimiento: las natividades u horóscopos. En tercer lugar, por más que muchos griegos aceptasen la naturaleza divina de los cielos, esas divinidades no eran tanto dioses personales con intencionalidad y deseos de escribir, cuanto entidades naturales sometidas a la necesidad matemática exhibida por sus movimientos cíclicos. Su influjo era más de carácter físico-natural que voluntario y personal. El estoicismo prestó cobertura filosófica a esta concepción merced a su hincapié en la conexión de todo con el todo a través de resonancias y simpatías universales, principios activos y correspondencias entre el cosmos y el hombre. A partir del siglo I, las conquistas romanas, con sus secuelas de inseguridad, desintegración política y descontrol del propio destino, robustecieron el éxito de unas prácticas que aún hoy parecen ofrecer a muchos cierto lenitivo para las frustraciones.
  La idea básica es que  en los astros residen fuerzas de las que emanan influencias que no se limitan a mover sus excéntricas y epiciclos, sino que, debido a la continuidad del éter y la atmósfera, se propagan hasta este suelo. De modo que existen correlaciones entre las posiciones de los astros y las tendencias meteorológicas, biológicas, psicológicas y políticas”.-Carlos Solís Santos-.

  Para explicar la aversión natural al riesgo y al porvenir, Ellsberg lanzó la paradoja que lleva su nombre conocida como teoría de la decisión. El experimento era muy simple: dos urnas opacas con diez bolas cada una. En la primera había cinco bolas rojas y cinco negras; en la segunda había bolas rojas y negras igualmente pero en proporción desconocida. Si se tuviera que elegir con un premio en metálico considerable, ¿de qué urna sacaríamos la bola para acertar? Ellsberg demostró que la mayoría se decantaría por la primera urna porque tenemos miedo a la ambigüedad y no nos gusta enfrentarnos a situaciones en las que desconocemos las probabilidades de éxito. Pues bien, la probabilidad de acertar en cada urna es la misma, porque es como el lanzamiento de una moneda, es un cara o cruz, con independencia del número de lanzamientos que se realice, es decir, solo puedes sacar o bola roja o bola negra.
  La naturaleza humana, y sus miedos están presentes en las campañas electorales. Hoy la astrología judiciaria, se llaman encuestas, y alcanza su máxima expresión con las llamadas israelitas, es decir, las elaboradas a pie de urna una vez que se ha depositado el voto. Parece ser que fue en Israel donde por primera vez se desarrolló este tipo de encuestas. Gastarse medio millón de euros del erario para adivinar la composición del Parlamento cuando a las dos horas se conocerán los resultados oficiales escrutados, más que una lucha por el éxito predictivo entre las empresas demoscópicas y los medios de comunicación que las contratan, es el viejo asunto humano de la necesidad de adivinar el futuro que tendrán nuestros próceres y de la superstición nunca superada por la razón, la ciencia y la filosofía. Hoy las encuestas sirven más para crear opinión e incertidumbre interesada en favor o en contra de determinadas formaciones políticas, que para conocer la opinión y la decisión de voto de los encuestados.

  Nos mantenemos ajenos al debate entre razón y emoción; córtex o cerebro límbico, pero subrayamos el primado de las emociones a la hora de votar. La libertad en sentido extenso es un anhelo imposible porque presupone que no seamos humanos, que decidamos con total asepsia frente a nuestras emociones, necesidades, ideología, estrategias profesionales, futuro de nuestros hijos, etc. de manera que a la hora de votar, lo que se impone en las democracias occidentales es la ausencia de presión, de condicionamiento bajo coacción de voto, de pucherazos, de limpieza de recuentos, pero, ¿realmente votamos con racionalidad y libertad? El discurso impuesto por los cuatro partidos con mayor número de votos conseguidos (aunque Podemos más que un partido es un movimiento revolucionario) es el del pensamiento único envuelto en papel de celofán de distintos colores: azul, rojo, naranja, morado, es decir, una socialdemocracia gestionada con distintos matices, pero con mantras únicos: Estado del bienestar, gasto público, etc. y con tabúes: no al debate sobre Autonomías, conciertos económicos, Estado elefantiásico etc.
  ¿Cómo se ha vendido el producto programa? Con marketing, eslóganes y apelando a dos de las emociones básicas del ser humano: el asco a la corrupción (contra el PP y PSOE) o el miedo a los perroflautas subversivos (contra Podemos). Ciudadanos hizo una mala campaña emocional, se centró en la racionalidad, en el equilibrio, en la defensa de las libertades, de hacernos libres e iguales, en no decantarse por las opciones de pactos de gobierno, y se quedó....por debajo de las expectativas de las encuestas. In fear we trust; In repugnance we trust.


  Si se pudieran celebrar unas nuevas elecciones una semana después de conocido el resultado oficial, sin validez alguna, como mero experimento sociológico, o si se celebrasen elecciones para conocer lo que la gente votaría realmente sin jugársela por si viene el coco político al que tememos, estoy seguro de que variarían significativamente los resultados. Como Ellsberg demostró, nos decantamos por la urna de la probabilidad conocida apelando al voto útil, es decir, votando al que menos miedo o asco nos da. Y es que esa necesidad de astrología judiciaria, de aversión al riesgo, a la inseguridad, en un mundo desacralizado pero igual de necio y supersticioso, sigue vigente en nuestros días como prozac buenista y lleno de encuestas que nos den certidumbre, y de sacerdotes en los nuevos templos de la televisión. Más que votar, botamos, porque con este panorama que es cíclico en la Historia, con los mismos enemigos de la libertad, los mismos demagogos, los mismos grupos de presión mediática, y las mismas emociones aflorando, ¿acaso no sería irracional ser racional a la hora de votar?