“En
Alejandría, la astrología mesopotámica adquirió un toque griego.
Para empezar, era preciso estudiar el Almagesto
a fin de saber computar dónde estaban los astros, con lo que la
astrología
se convirtió en un motivo poderoso para el prestigio social de las
matemáticas; en segundo lugar, los griegos eran más individualistas
que los orientales, por lo que no les interesaba menos el destino
personal que el de los reyes y naciones. De modo que al lado de la
astrología judiciaria,
que se ocupa de estos últimos, desarrollaron la horoscópica
o genetlíaca, que predecía las cualidades y tendencias de los
individuos a partir de las configuraciones de astros en el cielo en
el momento del nacimiento: las natividades u horóscopos. En tercer
lugar, por más que muchos griegos aceptasen la naturaleza divina de
los cielos, esas divinidades no eran tanto dioses personales con
intencionalidad y deseos de escribir, cuanto entidades naturales
sometidas a la necesidad matemática exhibida por sus movimientos
cíclicos. Su influjo era más de carácter físico-natural que
voluntario y personal. El estoicismo prestó cobertura filosófica a
esta concepción merced a su hincapié en la conexión de todo con el
todo a través de resonancias y simpatías universales, principios
activos y correspondencias entre el cosmos y el hombre. A partir del
siglo I, las conquistas romanas, con sus secuelas de inseguridad,
desintegración política y descontrol del propio destino,
robustecieron el éxito de unas prácticas que aún hoy parecen
ofrecer a muchos cierto lenitivo para las frustraciones.
La
idea básica es que en los astros residen fuerzas de las que
emanan influencias que no se limitan a mover sus excéntricas y
epiciclos, sino que, debido a la continuidad del éter y la
atmósfera, se propagan hasta este suelo. De modo que existen
correlaciones entre las posiciones de los astros y las tendencias
meteorológicas, biológicas, psicológicas y políticas”.-Carlos
Solís Santos-.
Para
explicar la aversión natural al riesgo y al porvenir, Ellsberg
lanzó la paradoja que lleva su nombre conocida como teoría de la
decisión. El experimento era muy simple: dos urnas opacas con diez
bolas cada una. En la primera había cinco bolas rojas y cinco
negras; en la segunda había bolas rojas y negras igualmente pero en
proporción desconocida. Si se tuviera que elegir con un premio en
metálico considerable, ¿de qué urna sacaríamos la bola para
acertar? Ellsberg demostró que la mayoría se decantaría por la
primera urna porque tenemos miedo a la ambigüedad y no nos gusta
enfrentarnos a situaciones en las que desconocemos las probabilidades
de éxito. Pues bien, la probabilidad de acertar en cada urna es la
misma, porque es como el lanzamiento de una moneda, es un cara o
cruz, con independencia del número de lanzamientos que se realice,
es decir, solo puedes sacar o bola roja o bola negra.
La
naturaleza humana, y sus miedos están presentes en las campañas
electorales. Hoy la astrología judiciaria, se llaman encuestas, y
alcanza su máxima expresión con las llamadas israelitas, es decir,
las elaboradas a pie de urna una vez que se ha depositado el voto.
Parece ser que fue en Israel donde por primera vez se desarrolló
este tipo de encuestas. Gastarse medio millón de euros del erario
para adivinar la
composición del Parlamento cuando a las dos horas se conocerán los
resultados oficiales escrutados, más que una lucha por el éxito
predictivo entre las empresas demoscópicas y los medios de
comunicación que las contratan, es el viejo asunto humano de la
necesidad de adivinar el futuro que tendrán nuestros próceres
y de la superstición nunca superada por la razón, la ciencia y la
filosofía. Hoy las encuestas sirven más para crear opinión e
incertidumbre interesada en favor o en contra de determinadas
formaciones políticas, que para conocer la opinión y la decisión
de voto de los encuestados.
Nos
mantenemos ajenos al debate entre razón y emoción; córtex o
cerebro límbico, pero subrayamos el primado de las emociones a la
hora de votar. La libertad en sentido extenso es un anhelo imposible
porque presupone que no seamos humanos, que decidamos con total
asepsia frente a nuestras emociones, necesidades, ideología,
estrategias profesionales, futuro de nuestros hijos, etc. de manera
que a la hora de votar, lo que se impone en las democracias
occidentales es la ausencia de presión, de condicionamiento bajo
coacción de voto, de pucherazos, de limpieza de recuentos, pero,
¿realmente votamos con racionalidad y libertad? El discurso impuesto
por los cuatro partidos con mayor número de votos conseguidos
(aunque Podemos más que un partido es un movimiento revolucionario)
es el del pensamiento único envuelto en papel de celofán de
distintos colores: azul, rojo, naranja, morado, es decir, una
socialdemocracia gestionada con distintos matices, pero con mantras
únicos: Estado del bienestar,
gasto público, etc. y con tabúes: no al debate sobre Autonomías,
conciertos económicos, Estado elefantiásico etc.
¿Cómo
se ha vendido el producto programa?
Con marketing, eslóganes y apelando a dos de las emociones básicas
del ser humano: el asco
a la corrupción (contra el PP y PSOE) o el miedo
a los perroflautas subversivos
(contra Podemos). Ciudadanos hizo una mala campaña emocional,
se centró en la racionalidad,
en el equilibrio, en la defensa de las libertades, de hacernos
libres e iguales, en no decantarse por las opciones de pactos de
gobierno, y se quedó....por debajo de las expectativas de las
encuestas. In fear we trust; In repugnance we trust.
Si
se pudieran celebrar unas nuevas elecciones una semana después de
conocido el resultado oficial, sin validez alguna, como mero
experimento sociológico, o si se celebrasen elecciones para conocer
lo que la gente votaría realmente sin jugársela por
si viene el coco político
al que tememos, estoy seguro de que variarían significativamente los
resultados. Como Ellsberg demostró, nos decantamos por la
urna de la probabilidad conocida
apelando al voto útil, es
decir, votando al que menos miedo o asco nos da. Y es que esa
necesidad de astrología judiciaria, de aversión al riesgo, a la
inseguridad, en un mundo desacralizado pero igual de necio y
supersticioso, sigue vigente en nuestros días como prozac
buenista y lleno de encuestas que nos den certidumbre, y de
sacerdotes en los nuevos templos de la televisión. Más que votar,
botamos, porque con este panorama que es cíclico en la Historia, con
los mismos enemigos de la libertad, los mismos demagogos, los mismos
grupos de presión mediática, y las mismas emociones aflorando,
¿acaso no sería irracional ser racional a la hora de votar?