La sociedad esclavista
estableció una distinción radical entre la palabra (ciudadanos que
especulan) y el hecho (esclavos que laboran). En lenguaje cotidiano
hablamos de teoría y
práctica subrayando el
desdén por el saber, frente a la habilidad de la experiencia para
solucionar los problemas.
La palabra teoría
se remonta a orígenes religiosos: theoros
era
el representante que las ciudades griegas enviaban a los festivales
públicos, es decir, nace con el sentido de contemplar. Platón y
Parménides la anudan al logos,
a la razón, como garantía frente a la inestabilidad y la
incertidumbre del reino de la opinión –doxa-.
Para los filósofos
griegos, las virtudes eran algo objetivo y consistían en ciertos
saberes, en la consecución de la perfección –areté-,
por ejemplo respecto del zapatero, el dominio de la técnica para
hacer zapatos. Entraban en juego tres factores: capacidad innata,
aprendizaje y práctica. La areté
moral
consistía en la buena vida, lo cual presuponía el conocimiento
previo del bien mediante el autoconocimiento, de ahí que Sócrates
hiciera suya la máxima
conócete a ti mismo.
Para el gobierno se exigía la areté
política.
Hoy
despreciamos la sabiduría y nos instalamos en la vida sin
reflexionar, y mimetizando estrategias para resolver nuestros
problemas:
solicitamos los servicios del fontanero cuando tenemos avería en
casa, del mecánico para reparar el automóvil o del peluquero
profesional porque buscamos en ellos su pericia. De igual forma
acudimos al estomatólogo para que nos empaste las caries o al sastre
para que nos confeccione un traje a medida. Es decir, resolvemos
nuestras contingencias adecuadamente en la medida en que en nuestro
propio manual
de la vida,
están contempladas estas profesiones para cubrir dichas necesidades.
No obstante, en el instante en que abandonamos el terreno de lo
práctico,
nos encontramos las dificultades. Cuando no se trata de enmarcar el
cuadro para el salón de nuestra casa por ejemplo y sí de aprender a
comer para no engordar y multiplicar nuestros riesgos de
enfermedades, aprender a ser tolerantes y repartir las tareas
domésticas con la pareja, a respetar a quien opina diferente o a
convivir con inmigrantes, olvidamos que es necesario el conocimiento
teórico y el esfuerzo personal para adquirirlo, y que no disponemos
de un ángel
de la guarda que
nos diga en cada momento lo que debemos hacer.
El rechazo de lo teórico
permite a una persona conducir un automóvil porque ha adquirido la
pericia para dominar la máquina, sin tener en cuenta si ha
interiorizado las virtudes necesarias para pilotarlo sin beber
alcohol o temerariamente poniendo en riesgo la seguridad vial.
Permite igualmente a un abogado ejercer la abogacía desconociendo si
utilizará sus conocimientos para burlar las leyes;
o a un profesor obtener su plaza sin que le importe lo más mínimo
el aprendizaje de su alumnado.
Con
frecuencia, se enmascaran con el error humano, prácticas que
obedecen a falta de valores, de rigor, de búsqueda de la excelencia,
de teoría, que en definitiva no deja de ser un punto de vista
crítico sobre el trabajo o las acciones que realizamos.
Es el reino de la patanería
incapaz de ver más allá de lo cotidiano y de profundizar por el
odio a lo teórico. Es la vuelta al punto de vista de la sociedad
esclavista: limítense
a los hechos y
conlleva el hecho de que la sociedad se vertebra para reverenciar a
la estupidez.
Este
populismo
ha elevado a norma expresiones tales como el
cliente siempre tiene la razón,
o aseveraciones del tipo como
todo el mundo sabe. Se
idea un eslogan como por ejemplo economía
sostenible sin que nadie
defina su ámbito de aplicación; o se afirma que se destina dinero
público a fines sociales para pagar el desempleo, cuando el
trabajador ha cotizado y pagado previamente para esta posible
contingencia sobrevenida; de igual forma se hace con las pensiones,
como si el pago de la misma no fuese el fruto de muchos años de
trabajo y en cambio se debiera a la sensibilidad
de políticos progresistas.
La estupidez carece de toda
lógica y abarca todos los órdenes de la vida:
se adquieren bienes compulsivamente sin guardar relación alguna con
las necesidades y contraviniendo la opinión del experto; se
solicitan créditos muy por encima de las posibilidades de pago; se
insinúa al médico la enfermedad que se padece y los fármacos que
debe prescribir; o te convierten en el rey de los derechos y
privilegios del mundo
mundial por haber nacido
en determinado territorio con la condición de ejercer el voto en
favor de un candidato político. Sabemos más
que nadie porque la
información te la proporcionó un contertulio de barra de bar, o
asumimos que los aerogeneradores son ecológicos pese a la alta
mortalidad de las aves en los parques eólicos, porque tienen la
etiqueta de energía verde.
De igual forma operan las leyendas urbanas: surgen historias que
terminan circulando como verídicas, como por ejemplo que la
Dirección General de Tráfico en España está instalando
dispositivos para provocar llamadas a móviles y sancionar a los
infractores que atiendan la llamada conduciendo, o que las operadoras
de telefonía van a empezar a cobrar los mensajes de
whatsapp.
Los
partidos políticos no debaten con las ideas sino con la
descalificación y las mentiras. Tierno Galván llegó a afirmar que
los programas se hacían para no ser cumplidos, es decir, nos toman
por perfectos bobos que comulgamos con ruedas de molino. La
publicidad no es ajena al primado de la estupidez, y creemos en sus
mensajes, pese a que no atraemos la atención de una dama o caballero
usando determinado perfume; el pelo se nos sigue cayendo a los
hombres usando ampollas
mágicas
y el aprendizaje de lenguas extranjeras se nos resiste aunque haya
métodos
naturales y sin esfuerzo.
Tampoco obtenemos una figura esbelta con el artilugio de gimnasia
pasiva que hemos adquirido.
La
ciencia ha desmitificado el mundo y desacralizado la naturaleza: no
practicamos ritos como hierogamias para fertilizar la tierra, ni
sacrificamos animales para aplacar la ira de un Dios iracundo, pero
la esfera espiritual de nuestro ser la hemos transformado por una
weltanschauung
-concepción
del mundo- más zafia, simple y mezquina.
No tenemos templos con sacerdotisas vestales encargadas de mantener
encendido el fuego sagrado ni sacerdotes matemáticos babilonios
realizando predicciones precisas de astrología judiciaría
(pronosticos de hechos que acaecerán a un país entero), pero
tenemos platós de televisión alimentando el chismorreo y videntes
en las madrugadas leyendo nuestro futuro.
Se ha perdido la estética, las
vestales por ejemplo debían ser muy hermosas y los sacerdotes debían
adquirir grandes conocimientos matemáticos y estudiar la bóveda
celeste. Las tradiciones buscaban el elemento mágico, la pureza y el
encanto para perseverar costumbres. En nuestra sociedad, hemos
eliminado los mitos y el pensamiento mágico, y la tierra no constituye
un elemento sagrado ni tan siquiera una Gran Cadena del Ser, pero
hemos reinventado un ecologismo progre
que lava nuestras conciencias luchando contra las corridas de toros y
las centrales nucleares (pese a que no contaminan ni alimentan el
fenómeno invernadero), sin renunciar al confort del aire
acondicionado diseñando edificios acristalados y cerrados en lugar
de recurrir a la ventilación natural o circulando en coches con ese
dispositivo, que usa el CFC
como fluido refrigerante (prohibido en el protocolo de Montreal
porque destruye la capa de ozono). Nuestro
modelo de credulidad se basa en la ausencia de sometimiento alguno al
análisis, somos
muy ecologistas porque
depositamos los envases de vidrio en contenedores especiales sin
reparar en el hecho de que nuestro estilo de vida sedentario y con
tendencia a la obesidad incita a usar el automóvil en muchos casos
de manera totalmente innecesaria.
Puestos a alimentar leyendas,
supersticiones y estupidez, al menos que sean inocuas. Potenciemos
por ejemplo los beneficios saludables del consumo de fruta en nuestra
dieta y ensalcemos la manzana. La manzana consumó la
tentación y el pecado de Adán y Eva en el paraíso; desencadenó la
guerra de Troya al elegir Paris a Afrodita como la diosa más hermosa
en la disputa con Hera y Atenea para llevarse la manzana de oro;
Newton inspiró su Ley de la gravitación universal viendo caer
manzanas del árbol; Guillermo Tell tuvo que disparar una flecha a
una manzana colocada sobre la cabeza de su propio hijo, y
Blancanieves fue envenenada comiendo una manzana. No debe haber fruta
tan cargada de historias, de manera que es fácil hacer prender la
idea de que la manzana es una especie de elixir mágico.
Una vez que prenda el
convencimiento colectivo de que la manzana contiene esencias
fabulosas, se podrá recuperar el espíritu con el que se acudía al
oráculo de Delfos: a que la sacerdotisa Pitia interfiriera con el
Dios Apolo para escuchar vaticinios favorables. Recordemos que la
visita de Sócrates, inspiró según se cuenta su
filosofía, al leer la inscripción: conócete
a ti mismo. Las manzanas
sagradas permitirán alimentar nuestras ilusiones y regularán
nuestros niveles de colesterol.