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miércoles, 30 de septiembre de 2015

Teoría, estupidez y manzanas sagradas de Delfos.





   La sociedad esclavista estableció una distinción radical entre la palabra (ciudadanos que especulan) y el hecho (esclavos que laboran). En lenguaje cotidiano hablamos de teoría y práctica subrayando el desdén por el saber, frente a la habilidad de la experiencia para solucionar los problemas.
  La palabra teoría se remonta a orígenes religiosos: theoros era el representante que las ciudades griegas enviaban a los festivales públicos, es decir, nace con el sentido de contemplar. Platón y Parménides la anudan al logos, a la razón, como garantía frente a la inestabilidad y la incertidumbre del reino de la opinión –doxa-.
  Para los filósofos griegos, las virtudes eran algo objetivo y consistían en ciertos saberes, en la consecución de la perfección –areté-, por ejemplo respecto del zapatero, el dominio de la técnica para hacer zapatos. Entraban en juego tres factores: capacidad innata, aprendizaje y práctica. La areté moral consistía en la buena vida, lo cual presuponía el conocimiento previo del bien mediante el autoconocimiento, de ahí que Sócrates hiciera suya la máxima conócete a ti mismo. Para el gobierno se exigía la areté política.

  Hoy despreciamos la sabiduría y nos instalamos en la vida sin reflexionar, y mimetizando estrategias para resolver nuestros problemas: solicitamos los servicios del fontanero cuando tenemos avería en casa, del mecánico para reparar el automóvil o del peluquero profesional porque buscamos en ellos su pericia. De igual forma acudimos al estomatólogo para que nos empaste las caries o al sastre para que nos confeccione un traje a medida. Es decir, resolvemos nuestras contingencias adecuadamente en la medida en que en nuestro propio manual de la vida, están contempladas estas profesiones para cubrir dichas necesidades. No obstante, en el instante en que abandonamos el terreno de lo práctico, nos encontramos las dificultades. Cuando no se trata de enmarcar el cuadro para el salón de nuestra casa por ejemplo y sí de aprender a comer para no engordar y multiplicar nuestros riesgos de enfermedades, aprender a ser tolerantes y repartir las tareas domésticas con la pareja, a respetar a quien opina diferente o a convivir con inmigrantes, olvidamos que es necesario el conocimiento teórico y el esfuerzo personal para adquirirlo, y que no disponemos de un ángel de la guarda que nos diga en cada momento lo que debemos hacer.

   El rechazo de lo teórico permite a una persona conducir un automóvil porque ha adquirido la pericia para dominar la máquina, sin tener en cuenta si ha interiorizado las virtudes necesarias para pilotarlo sin beber alcohol o temerariamente poniendo en riesgo la seguridad vial. Permite igualmente a un abogado ejercer la abogacía desconociendo si utilizará sus conocimientos para burlar las leyes; o a un profesor obtener su plaza sin que le importe lo más mínimo el aprendizaje de su alumnado.
   Con frecuencia, se enmascaran con el error humano, prácticas que obedecen a falta de valores, de rigor, de búsqueda de la excelencia, de teoría, que en definitiva no deja de ser un punto de vista crítico sobre el trabajo o las acciones que realizamos. Es el reino de la patanería incapaz de ver más allá de lo cotidiano y de profundizar por el odio a lo teórico. Es la vuelta al punto de vista de la sociedad esclavista: limítense a los hechos y conlleva el hecho de que la sociedad se vertebra para reverenciar a la estupidez.
  Este populismo ha elevado a norma expresiones tales como el cliente siempre tiene la razón, o aseveraciones del tipo como todo el mundo sabe. Se idea un eslogan como por ejemplo economía sostenible sin que nadie defina su ámbito de aplicación; o se afirma que se destina dinero público a fines sociales para pagar el desempleo, cuando el trabajador ha cotizado y pagado previamente para esta posible contingencia sobrevenida; de igual forma se hace con las pensiones, como si el pago de la misma no fuese el fruto de muchos años de trabajo y en cambio se debiera a la sensibilidad de políticos progresistas.

  La estupidez carece de toda lógica y abarca todos los órdenes de la vida: se adquieren bienes compulsivamente sin guardar relación alguna con las necesidades y contraviniendo la opinión del experto; se solicitan créditos muy por encima de las posibilidades de pago; se insinúa al médico la enfermedad que se padece y los fármacos que debe prescribir; o te convierten en el rey de los derechos y privilegios del mundo mundial por haber nacido en determinado territorio con la condición de ejercer el voto en favor de un candidato político. Sabemos más que nadie porque la información te la proporcionó un contertulio de barra de bar, o asumimos que los aerogeneradores son ecológicos pese a la alta mortalidad de las aves en los parques eólicos, porque tienen la etiqueta de energía verde. De igual forma operan las leyendas urbanas: surgen historias que terminan circulando como verídicas, como por ejemplo que la Dirección General de Tráfico en España está instalando dispositivos para provocar llamadas a móviles y sancionar a los infractores que atiendan la llamada conduciendo, o que las operadoras de telefonía van a empezar a cobrar los mensajes de whatsapp. Los partidos políticos no debaten con las ideas sino con la descalificación y las mentiras. Tierno Galván llegó a afirmar que los programas se hacían para no ser cumplidos, es decir, nos toman por perfectos bobos que comulgamos con ruedas de molino. La publicidad no es ajena al primado de la estupidez, y creemos en sus mensajes, pese a que no atraemos la atención de una dama o caballero usando determinado perfume; el pelo se nos sigue cayendo a los hombres usando ampollas mágicas y el aprendizaje de lenguas extranjeras se nos resiste aunque haya métodos naturales y sin esfuerzo. Tampoco obtenemos una figura esbelta con el artilugio de gimnasia pasiva que hemos adquirido.

  La ciencia ha desmitificado el mundo y desacralizado la naturaleza: no practicamos ritos como hierogamias para fertilizar la tierra, ni sacrificamos animales para aplacar la ira de un Dios iracundo, pero la esfera espiritual de nuestro ser la hemos transformado por una weltanschauung -concepción del mundo- más zafia, simple y mezquina. No tenemos templos con sacerdotisas vestales encargadas de mantener encendido el fuego sagrado ni sacerdotes matemáticos babilonios realizando predicciones precisas de astrología judiciaría (pronosticos de hechos que acaecerán a un país entero), pero tenemos platós de televisión alimentando el chismorreo y videntes en las madrugadas leyendo nuestro futuro.
  Se ha perdido la estética, las vestales por ejemplo debían ser muy hermosas y los sacerdotes debían adquirir grandes conocimientos matemáticos y estudiar la bóveda celeste. Las tradiciones buscaban el elemento mágico, la pureza y el encanto para perseverar costumbres. En nuestra sociedad, hemos eliminado los mitos y el pensamiento mágico, y la tierra no constituye un elemento sagrado ni tan siquiera una Gran Cadena del Ser, pero hemos reinventado un ecologismo progre que lava nuestras conciencias luchando contra las corridas de toros y las centrales nucleares (pese a que no contaminan ni alimentan el fenómeno invernadero), sin renunciar al confort del aire acondicionado diseñando edificios acristalados y cerrados en lugar de recurrir a la ventilación natural o circulando en coches con ese dispositivo, que usa el CFC como fluido refrigerante (prohibido en el protocolo de Montreal porque destruye la capa de ozono). Nuestro modelo de credulidad se basa en la ausencia de sometimiento alguno al análisis, somos muy ecologistas porque depositamos los envases de vidrio en contenedores especiales sin reparar en el hecho de que nuestro estilo de vida sedentario y con tendencia a la obesidad incita a usar el automóvil en muchos casos de manera totalmente innecesaria.
  Puestos a alimentar leyendas, supersticiones y estupidez, al menos que sean inocuas. Potenciemos por ejemplo los beneficios saludables del consumo de fruta en nuestra dieta y ensalcemos la manzana. La manzana consumó la tentación y el pecado de Adán y Eva en el paraíso; desencadenó la guerra de Troya al elegir Paris a Afrodita como la diosa más hermosa en la disputa con Hera y Atenea para llevarse la manzana de oro; Newton inspiró su Ley de la gravitación universal viendo caer manzanas del árbol; Guillermo Tell tuvo que disparar una flecha a una manzana colocada sobre la cabeza de su propio hijo, y Blancanieves fue envenenada comiendo una manzana. No debe haber fruta tan cargada de historias, de manera que es fácil hacer prender la idea de que la manzana es una especie de elixir mágico.

  Una vez que prenda el convencimiento colectivo de que la manzana contiene esencias fabulosas, se podrá recuperar el espíritu con el que se acudía al oráculo de Delfos: a que la sacerdotisa Pitia interfiriera con el Dios Apolo para escuchar vaticinios favorables. Recordemos que la visita de Sócrates, inspiró según se cuenta su filosofía, al leer la inscripción: conócete a ti mismo. Las manzanas sagradas permitirán alimentar nuestras ilusiones y regularán nuestros niveles de colesterol.