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martes, 2 de junio de 2015

Entre puntos y puntazos. Elogio y metafísica del punto

 El Diccionario de la RAE define punto en su primera acepción como: “señal de dimensiones pequeñas, ordinariamente circular, que, por contraste de color o de relieve, es perceptible en una superficie”. Es curioso comprobar que hasta la  cuadragésima definición, no encontramos la que lo anuda a la indicación de fin del sentido gramatical y lógico de un período o de una sola oración.
  La necesidad de indicar con cualquier tipo de marca o espacio el final de una frase escrita, debió acompañar a la escritura desde sus comienzos. Quintiliano, el mejor profesor de retórica hispanorromano (nacido en Calahorra), nos enseñó que una frase además de expresar una idea completa, tenía que poderse emitir con una sola inspiración de aire.
  La ékdosis, era la lectura de las obras pensadas y escritas para el público restringido de oyentes del Liceo. Dionisio de Tracia en su Arte gramática tras su definición, estableció su división interna: “Seis son sus partes:primero lectura ejercitada de acuerdo con la prosodia; segundo, explicación de los giros propios de la poesía; tercero, aclaración en términos corrientes de las palabras extrañas y los relatos;cuarto, descubrimiento del origen de las palabras;quinto, cálculo de la proporción; sexto, crítica de los poemas, que es sin duda, la más hermosa de todas las partes de la técnica”.
 Ajenos al punto, encontramos la primera definición de philólogos en Platón, con el significado de “amigo de la discusión y de la charla”; y Sócrates se lo aplica en el Fedro y Las Leyes a Atenas, amiga de las palabras y de mucho hablar, en contraste con Esparta, de corto hablar.
  En cualquier caso, el fin de toda filología es el texto, y la primera tarea, es leerlos. Para los clásicos, su lectura no era silenciosa (era algo insólito en la época), sino que debía ejercitarse en voz alta con correcta entonación gramatical (prosodia).
  San Jerónimo por encargo del papa Dámaso I realizó una traducción de la Biblia griega y hebrea al latín de uso, frente al latín clásico de Cicerón. La Vulgata fue adoptada en el Concilio de Trento dictando: “si se declara qué edición de la Sagrada Escritura se ha de tener por auténtica entre todas las ediciones latinas que corren, establece y declara, que se tenga por tal en las lecciones públicas, disputas, sermones y exposiciones, esta misma antigua edición Vulgata, aprobada en la Iglesia por el largo uso de tantos siglos; y que ninguno, por ningún pretexto, se atreva o presuma desecharla”. No obstante, lo que nos interesa aquí, es saber que San Jerónimo ideó un sistema de pausas con unidades de sentido, marcando una letra que sobresalía del margen, para indicar que empezaba un nuevo párrafo.Dicho sistema se conoce como per cola et commata. La Enciclopedia Británica nos dice que se trata de un sistema de puntuación ideado por San Jerónimo basado en manuscritos de Demóstenes y Cicerón y tan solo usado en la Vulgata.
  El punto, apresuró lentamente su irrupción hasta el siglo XVI en el que Aldus Manutius, académico, impresor y amante de los clásicos, se propuso publicar los mejores libros al precio más barato posible, e ideó y estableció un manual de estilo, para su taller, dejando definida la misión y el signo gráfico del punto. La divisa adoptada por Aldo para la portada de sus publicaciones fue el delfín y el ancla, con el lema Festina Lente (apresúrate lentamente), palabras que Suetonio atribuye a Augusto para dar a entender que conviene andar despacio para llegar  con seguridad al término propuesto.
  Después del puntazo llegaron otros signos ortográficos. La RAE los define  como “aquellas marcas gráficas que,  no siendo números ni letras, aparecen en los textos escritos con el fin de contribuir a su correcta lectura e interpretación. Cada uno de ellos tiene una función propia y unos usos establecidos por convención. Hay signos de puntuación y signos auxiliares”.
  Así pues entre puntos, comas, comillas, paréntesis, etc. organizamos el discurso para facilitar su comprensión y evitar ambigüedades e interpretaciones diferentes.
  Nada sería igual sin el punto, el filósofo perdería la cortesía de su claridad como diría Ortega, y la poesía perdería la santidad del entendimiento como diría María Zambrano. Y es que como en los versos del soneto de Antonio Machado:
  Si un grano del pensar arder pudiera,
  No en el amante, en el amor sería
  La más honda verdad lo que se viera.
   No todas las culturas han evolucionado desde iguales supuestos. “El camino occidental, que trata de dominar las fuerzas de la naturaleza antes que adaptarse a ellas, conduce a una división esquizofrénica entre hombre y naturaleza. El Tao ve al ser humano como una minúscula y vulnerable criatura dentro del grandioso plan de las cosas, y sugiere que nuestra mejor esperanza de supervivencia reside en vivir en armonía con las grandes fuerzas naturales que nos han formado a nosotros y a nuestro medio ambiente”(Daniel Reid).
   Lo minúsculo, el grano, el punto, impiden separar el espíritu y el cuerpo. La cultura oriental y por extensión toda poesía que renuncia de la mano de la filosofía a su deificación y endiosamiento, conlleva como diría José Ángel Valente a una senda en la que la materia se espiritualiza y el espíritu se materializa. Y es que sigue siendo válido el credo poético unamuniano resumido en su máxima: piensa el sentimiento, siente el pensamiento.
   Caminemos lentamente, con pausas, con puntos, respiremos. Hölderling nos enseñó que son siempre las palabras impacientes quienes precipitan a los mortales y las impiden gozar del maduro instante de la perfección.
    Debemos mucho a nuestro buen Aldus Manutius, le debemos ese punto, esa luz, que hace que las cosas aparezcan de manera que sean en sí mismas luminosas y comprensibles, estableciendo el reinado óntico de la palabra en un trono compartido con los signos de puntuación.
   Es pensarte y pausarte. En tu caso, amigo punto, versar, escribir y callar para meditar, son la misma cosa. Como afirmó Pascal (y todos deseamos la llegada de todo amor y amistad,así, como encuentro y no como búsqueda), no me buscarías si no me hubieras encontrado. Gracias punto por ese plus de claridad que me permite respirar e interpretar los textos con exactitud. Y gracias también porque algunos puntos intercalados debidamente en unos versos, son el preludio de  un buen puntazo.
   A fin de cuentas, toda historia tiene un punto seguido o un punto final, y contigo me quedo en un punto seguido. Un punto final es una petite mort, y esa experiencia solo es deseable después de un puntazo con nuestra pareja totalmente fundidos en cuerpo y alma. Empecé haciendo un elogio de ti, llegué a declararte mi amistad, y soy consciente de que al final, me arrastras al amor.Por eso no quiero punto final contigo. Tampoco quiero punto final con ella (o con él querida lectora, que el punto nos acoge a todos) y como en los versos de Benedetti: Sé que voy a quererte sin preguntas. Sé que vas a quererme sin respuestas. Todo nos faltaría si nos faltara el sexo, afirmó el gran poeta Walt Whitman, ahora después de elogiarte amigo punto, he comprendido sus palabras. En el punto, en el átomo, en lo minúsculo, en el grano del pensar que arde, surge la más honda verdad. Y el punto nos lleva a todo tipo de pulsión amorosa y vital en nuestras vidas, al puntazo en sentido extenso. Punto seguido.