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miércoles, 17 de junio de 2015

Castilla y León es la interiorización del Camino de Santiago


  “Para mí, no hay paisaje feo. Al llegar acá, a Castilla, cuyos campos representan no poca semejanza con lo que nos dicen ser La Pampa, me hablaban todos de la tristeza y fealdad de esta campiña sin árboles ni arroyos, y me ponderaban la belleza de mi tierra vasca. Y les sorprendía al oirme decir que prefiero este paisaje amplio, severo, grave; esta única nota, pero nota solemne y llena como la de un órgano, a aquella sonata de flauta de tres o cuatro notas verdes, de un verde agrio” -Unamuno-.
  Bartolomé Cossío afirmaba que el paisaje de Castilla es el cielo. Es el cielo el que igualmente configura la aridez de sus tierras tan solo redimidas en pequeñas hectáreas de regadío; y es el cielo el que define la personalidad de sus gentes siempre observando con temor al futuro, con el miedo genético a que sus inclemencias arruinen el fruto del trabajo y los ahorros. La negación del momento presente es una constante vital. Pasado nostálgico y futuro desesperanzado. Ese eludir el momento cotidiano y vivirlo con el vitalismo necesario, son notas definitorias del alma colectiva de Castilla y muy especialmente de la Tierra de Campos.
  Según Delibes el castellano rural es propenso al retraimiento, a la hurañía, a la rencilla, a la murmuración y a poner trabas a cualquier empresa. En el estío regresa a su pueblo y se convierte en caminante paseando por sus calles hasta llegar al bar o a la bodega, incluso a veces recorre caminos polvorientos, moviendo sus pies y su cabeza, soñando siempre con lo venidero, recordando el pasado y renegando del presente.
  Para Ortega y Gasset, en Castilla no hay curvas, lo cual configura un marco conceptual de líneas rectas, para formar el cuadrado, la forma geométrica que para los clásicos representaba la Tierra, frente al círculo que definía lo celeste. Y la unión del cuadrado y el círculo forman el octógono. El castellano, con una cosmovisión de catolicismo acendrado, de poca apetencia por el gnosticismo y el esoterismo, y de un pensar con los pies en la tierra, dejó para Navarra las dos únicas iglesias octogonales del Camino Francés: Eunate (propiamente en el Camino Aragonés) y Torres del Río, llenas de misterios y simbolismos.
  Si el paisaje de Castilla es el cielo, su meseta carece de curvas y sus caminos son interminables, su encanto ha de residir pues en realizar etapas nocturnas y saborear ese tipo de soledad que te enseña a quitarte la propia soledad y a darte compañía a ti mismo. O en buscar el remanso y la paz del románico.

 El Camino Francés en Castilla y León es una recta horizontal que atraviesa la Comunidad de este a oeste como una suma de puntos singulares y emblemáticos, es el camino de los canteros, de los constructores, el tránsito sin semáforos, completamente despejado para esa Europa que se hizo peregrinando. Es ese oasis sin apenas agua ni fuentes para disfrutar de un patrimonio artístico sin igual e interiorizar el camino antes de entrar en el mundanal ruido en O Cebreiro. También es un caminar por las dehesas de la Vía de la Plata en otra línea recta de sur a norte hasta curvar en Granja de Moreruela para optar por la ruta sanabresa y admirar la primera representación de Santiago Peregrino en Santa Marta de Tera.
  Si en la Sierra del Perdón, (a unos diez kilómetros al sur de Pamplona) “se cruza el camino del viento con el de las estrellas”, en Castilla, se camina con el cielo estrellado sobre ti y la paz y la tranquilidad dentro de ti. En Castilla se camina igualmente consciente o inconscientemente, viajando al pasado. Castilla hizo a España y España deshizo a Castilla como afirmó Sánchez Albornoz, y el peregrino transita por el camino por antonomasia de la España del ayer, con la protección del Apóstol.
  España es Yago´s Land, y Castilla refleja en el Camino la pasión de unidad de la Nación y la búsqueda de la universalidad, en el marco de un catolicismo de Roma, la Cruz y Santiago. Ya en Carlomagno, estas señas de identidad están presentes cuando según la leyenda (narrada en el Códex Calixtinus), después de contemplar las estrellas intentando descifrar sus misterios, recibió en éxtasis la visita de un caballero al que una vez preguntada su identidad, respondió al Emperador:
  “Yo soy Santiago Apóstol, discípulo de Cristo, hijo de Zebedeo, hermano de Juan el Evangelista, a quien con su inefable gracia se dignó elegir el Señor, junto al mar de Galilea, para predicar a los pueblos; al que mató con la espada el rey Herodes, y cuyo cuerpo descansa ignorado en Galicia, todavía vergonzosamente oprimida por los sarracenos. Por esto me asombro enormemente de que no hayas liberado mi tierra, tú que tantas ciudades y tierras has conquistado. Por lo cual te hago saber que así como el Señor te hizo el más poderoso de los reyes de la tierra, igualmente te ha elegido entre todos para preparar mi camino y liberar mi tierra de manos de los musulmanes, y conseguirte por ello una corona de inmarcesible gloria. El camino de estrellas que viste en el cielo significa que desde estas tierras hasta Galicia has de ir con un gran ejército a combatir a las pérfidas gentes paganas, y a liberar mi camino y mi tierra, y a visitar mi basílica y mi sarcófago”.
  El Camino se empapa en Castilla de nuestra filosofía, que no está ni en libros ni ensayos, sino en nuestra forma de vida. El Camino en su discurrir por Castilla es una penitencia para los sentidos, es una austeridad solemne, es una búsqueda para el caminante del verdor perdido como metáfora de un viaje hacia una tumba para renovarse espiritualmente.

  En Castilla el peregrino no encuentra litofanías ni litolatrías, la piedra sagrada que no es un objeto divino, sino un signo de la presencia de lo divino, está ultreia en Padrón o Muxía, pero se sustituye por un guijarro que carga el pecador del tamaño y peso del pecado que pretende expiar hasta depositarlo en el humilladero de Foncebadón.
 El pensar simbólico precede al lenguaje y a la razón discursiva (Eliade), y el símbolo es la lengua de los dioses porque expresa lo inefable, por eso, en una religión escatológica como la cristiana, y en una tierra fuertemente ruralizada y agraria como Castilla, los textos se sustituyen por imágenes: el moscóforo (portador del ternero) clásico del Buen Pastor, Cristo Juez, Cristo de la Buena Muerte, Cristo Salvador o Cristo Rey y la de la Virgen y el Apóstol, que cimentan la espiritualidad y la interiorización del Camino.
  Muchas personas abandonan el Camino en Burgos y lo retoman en León desplazándose en transporte público entre ambas capitales. Los extranjeros y muchos españoles que hacen el Camino eliminan el tramo de la Meseta, rompiendo el simbolismo y la mística del Camino, su sobriedad, su silencio, sus pistas forestales interminables, la cita con el Arte y la Historia en Castrojeriz, Carrión de los Condes y Sahagún.y por supuesto desoyendo los elogios de Aymeric Picaud en el Codex Calixtinus: “Pasados los montes de Oca está Castilla, tierra llena de tesoros, abunda en oro y plata, telas y fortísimos caballos, y es fértil en pan, vino, carne, pescado, leche y miel”.
  El Camino en Castilla y León nos reserva otra cita imprescindible: la Celda de las Emparedadas de Astorga. “En general, la historiografía de la época moderna insiste en que la reclusión o el empararedamiento fue un fenómeno más desarrollado en el ámbito femenino y voluntario, ascético y piadoso; y protegido por la realeza.”-Gregoria Cavero Domínguez-. La única celda que se conserva en España, la de Astorga es un pequeño espacio entre la Capilla de San Esteban y la Iglesia de Santa Marta y tiene tres vanos: dos son ventanas, una comunica con el exterior y otra con la parroquial. El tercer vano era la puerta de entrada, tapiada de modo que no volvía a abrirse hasta que la reclusa hubiese muerto. La ventana exterior permitía la caridad y sobre ella se lee la inscripción: “acuérdate de mi condición, pues esta será la tuya, yo ayer, tú hoy”.
  Las Muradas fueron prohibidas por el sínodo del Obispo Ayala en 1693 dando fin a un modo de vida “inventada por mujeres y para mujeres que quisieron un papel espiritual trascendente pero sin ser religiosas, y que quisieron ser cristianas pero ni en la Iglesia constituida ni en la herejía”-Milagros Rivera Garretas.
  Y el Camino en Castilla y León nos ofrece uno de los desvíos obligados del Camino a escasos kilómetros de Murias de Rechivaldo o Santa Catalina de Somoza: Castrillo de los Polvazares. Declarado Conjunto Histórico Artístico, este pueblo arriero ambientó la novela La esfinge maragata de nuestra tres veces candidata al premio Nobel, Concha Espina.

  Seguimos caminando con nuestro guijarro por El Ganso y Rabanal del Camino para llegar a Foncebadón y depositarlo en la Cruz de Ferro, humilladero del Camino. Nos espera el Bierzo, con esa sensación de estar interiorizando el Camino en plenitud. Tierra de Templarios, perfecta sinestesia del alma del peregrino que ha aprehendido a hablar con los ojos y a besar con la mirada caminando por Castilla, el Santo Grial de la Basílica de San Isidoro de Léon (cáliz de Doña Urraca) para llegar a O Cebreiro como custodio de otro Santo Grial (cáliz del milagro eucarístico). En palabras de Elías Valiña Sampedro: el Cebrero con su milagro ha proporcionado el tema a Wagner para la composición del Parsifal. Así el famoso país de Parsifal es Galicia, el templo indestructible sito en la montaña: el Santuario del Cebrero y el Grial misterioso, el Cáliz del Cebrero".
  Castilla y León es vida, es la interiorización del Camino, su cielo de estrellas, y la soledad y el silencio que necesita el alma para hablarte peregrino. Es muy sencillo, camina y escúchate. ¡Buen Camino!