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jueves, 19 de marzo de 2015

Prohibido amar con la ropa puesta


   
  Las preguntas, cuando se aproximan al mundo poético, a las emociones y sentimientos, frustraciones, dolor, felicidad, alegría... arrastran el viejo problema de su definición con pretendida exactitud conforme a los patrones de la lógica. Cuando no se hallan las respuestas definitivas, solo cabe la tarea de formularlas mejor.
 ¿Qué es querer y qué es amar?  Para los griegos, el concepto de amor tenía tres acepciones:  eros como afán de belleza; philía, como amistad, cuidado y trato frecuente; y ágape, como estimación y amor recíproco.


 Los clásicos incluían el amor Dei intellectualis (como amor del alma, de la psique, del intelecto, a Dios) y el amor fati o aceptación del destino, pero no concebido como una mera resignación fatalista, sino del  que hemos elegido. Nietzsche lo definiría como ego fatum, anudando en nuestras vidas el yo y el carácter forjado de nuestro hado.
   El amor, en sentido etimológico (del latín amor- amoris) es un concepto universal relativo a los seres humanos y que también se manifiesta en la ciencia, religión, filosofía, psicología  y arte. Sin embargo, lo anudamos en la vida cotidiana al afecto y apego entre las personas.
   Nuestro diccionario de la Real Academia nos da una aproximación en sus primeras acepciones: amar sería tener amor a alguien o a algo; y querer sería desear o apetecer. Es decir, amar conlleva en esencia un comportamiento altruista, puro y desinteresado; y querer acarrea un esperar algo y mantener unas expectativas.
    Amar produce un gozo muy intenso y querer produce sufrimiento cuando lo que deseamos se frustra. Es más fácil encontrar a alguien para quien le seas útil e incluso indispensable para determinados fines vitales, que amar, porque en última instancia comporta un talante filántropo, dadivoso y generoso. En palabras de San Agustín, ama y haz lo que quieras.
     El lenguaje ordinario distingue  el yo te amo del yo te quiero, otorgando al primero una profundidad mayor, y establece por ello un acotamiento del término que se circunscribe al ámbito de la pareja y lo excluye del sentimiento hacia hijos, amigos, arte, y cualesquiera otras formas de amor en los que se revela en la vida cotidiana.
   De alguna forma, intuitivamente, se percibe que nuestra lengua marca diferencias aunque a veces no se conozcan los límites. El matiz necesariamente debe ser el propósito, quid pro quo, es decir la reciprocidad en tomar algo a cambio de, -do ut des- en consonancia con el acto de querer; frente ab imo pectore, desde lo profundo del corazón, a pecho abierto, actitud propia del acto de amar.
   El análisis de  expresiones y sentimientos coloquiales, nos puede ilustrar, y además aclarar que toda forma de violencia hacia la mujer en ningún caso brota del sentimiento amoroso. La maté  porque era mía y si no te pega, no te quiere, indican  idea de posesión: esa persona me pertenece para darme satisfacción y placer; nació para mí en exclusiva; no concibo su propia felicidad alejada de mi existir, y la maltrato  porque quiero someterla a mi. Es decir, la quiero para mí y en el marco de expectativas que yo deseo para mí.
    De igual suerte, los celos y el miedo al compromiso, formarían parte igualmente del universo del querer. Me aterra un proyecto de vida en común, es decir,  de ser libre, o lo que es lo mismo, no me uno vitalmente a nadie porque prejuzgo que esa relación en última instancia romperá mis perspectivas futuras. Los celos representan la ausencia total de confianza y actitud enfermiza y dolorosa frente al brote de placer constante del acto de amar y por ello se constituyen en su antítesis.
  El amor romántico podríamos enmarcarlo en una especie de querer sublimado, en la medida en que idealiza a la persona, a la media naranja que nos colmará de felicidad, y que por tanto complementa nuestras expectativas. El amor platónico por el contrario, es la sabiduría misma, la elevación de un conocimiento desinteresado, idealista, y  dado que no proclama en ningún momento la castidad, pese a la connotación extendida de ausencia de sexo entre amantes, definiría bien el anhelo eterno humano: amor puro con derecho a coito. La metáfora de Aristóteles en su sistema de esferas celestes en la que una produce el movimiento a la otra consiguiendo solucionar el problema del motor moviente de la última,  al modo en que los enamorados son guiados por el amor de su amada, tal vez sea una de las mejores páginas en las que se haya plasmado dicho concepto.

     El idilio del perro con el hombre tiene su raíz en la ausencia de conflictos, en la perfecta comunión del animal con su benefactor y se mantiene impoluta por la ausencia de evolución. La vida para nuestra mascota es circular; la nuestra es lineal y sometida a cambio, pero el can no espera nada a cambio, a veces no obtiene ni caricias. Esa es la esencia del amor del perro hacia nosotros: fidelidad absoluta con licencia de coqueteo,  sexo y apareamiento con su especie.
      Tal vez Kundera esté en lo cierto y nunca seamos capaces de establecer con seguridad en qué medida nuestras relaciones con el prójimo son producto de nuestros sentimientos y sí de relaciones de fuerzas, por ello como si de un programa mecanicista se tratara, llegó a afirmar que el amor cuando se hace público, se convierte en una carga. Newton en cambio y enfrentado a Descartes, apostó por fuerzas a distancia reduciendo la materia a la contenida en una cáscara de nuez, y consiguió poner en orden el movimiento planetario.
    Sea como fuere, sigue siendo válida la máxima de Cristo: ama al prójimo como a ti mismo. Y es que en el principio era el Verbo, es decir, el Soliloquio divino que se transforma en acción creadora del mundo, por Amor.
     Podemos pues extender el concepto del verbo amar a los hijos, padres, poesía o equipo de fútbol, cuando ese afecto brote del corazón y sea desinteresado, y por el contrario, emplear el término querer cuando detrás de esa sensación anide en nosotros un interés.
     Y dado que Platón no prescribió la continencia carnal, podemos amar disfrutando de la sexualidad. Formulando mejor las preguntas, llegamos a respuestas más placenteras: el amor platónico tiene también derecho a coito.