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jueves, 12 de marzo de 2015

Procastinación, patanería y prisa. Elogio de la lentitud


      “Nuestra época se abandona al demonio de la velocidad, y por este motivo se olvida tan fácilmente de sí misma. Pero yo prefiero darle la vuelta a esta afirmación: nuestra época está obsesionada por el deseo de olvidar, y para realizar tal deseo se abandona al demonio de la velocidad; si acelera el paso es porque quiere hacernos entender que ahora ya no aspira a ser recordada, que está cansada de sí misma, disgustada consigo misma; que quiere apagar la trémula llama de la memoria”.    Milan Kundera.



       “Vida honesta y arreglada
      Usar de pocos remedios
       Y poner todos los medios
       En no apurarse por nada.
       La comida moderada;
       Ejercicio y diversión.
       Salir al campo algún rato;
       Poco encierro, mucho trato
       Y continua ocupación.” -Doctor Letamendi-.
    

   Afirmaba Ortega que el español  se mostraba amable con los forasteros acompañándoles a los sitios de destino en lugar de limitarse a indicarles la ruta, porque no tenía quehacer.
  La ética calvinista consagra el principio de no perder el tiempo y ocuparse siempre en algo útil, lo que de alguna manera excluye la procastinación y el ocio.
    Pese a que el Diccionario de la Real Academia de la Lengua define el término procastinar como diferir, aplazar, es conveniente diferenciarla de la mera postergación. Ésta implica dejar atrasado algo, frente a la exigencia óntica de la procastinación que consuma la sustitución de la actividad a realizar, por otra más placentera o incluso irrelevante, con fines evasivos e indecisos.
     También hay que diferenciarla de la pereza, negligencia o gandulería, que el cristianismo incluye entre los vicios capitales y para los que recomienda el fomento de la virtud de la diligencia. En definitiva y sintetizando, la procastinación pudiera definirse con un matiz de trastorno psicológico (aunque te lleve por caminos de placer y creatividad); y la pereza como inactividad propia de vagos.
   Actitud contraria y paradójica es el concepto de prisa. Excluida  la celeridad, urgencia o apremio con la que deben ejecutarse determinadas actividades humanas, como por ejemplo extinción de un fuego o la  reanimación de un accidentado, la prisa esconde in nuce el germen de la incompetencia y de la patanería. Incompetencia de las organizaciones que no planifican adecuadamente y solo saben solucionar las situaciones  activando el látigo; y patanería porque una de sus señas de identidad es la impaciencia.
   El patán posterga lo que tiene que hacer, pero no para buscar  recompensa gozando de alguna actividad, sino porque dirige su vida mediante mecanismos de respuesta adquiridos y mimetizados. Se ha acostumbrado a hacer las compras en el supermercado en las horas punta y se solivianta porque ha de guardar cola y el evento televisivo que espera con impaciencia está a punto de comenzar. De la misma forma acude al restaurante en su día libre a la hora de mayor afluencia de público, o decide acudir a urgencias  hospitalarias para sortear el protocolo establecido de pedir cita con el médico de cabecera.
    La prisa nos embrutece, nos encadena a la imitación de roles y hábitos, y nos aleja de la búsqueda de la excelencia. Nos metemos de lleno en la caravana del tráfico para ir al trabajo, por ser incapaces de salir cinco o diez minutos antes de casa o terminamos discutiendo con la persona que nos atiende porque no puede hacerlo con la inmediatez que le exigimos.
 Ese es el drama: soportar el reinado de la Estulticia, y terminar adquiriendo conductas alejadas del sentido común. De la amabilidad a la grosería; de la educación concebida como servicio al prójimo, al desprecio por el semejante; de la correcta urbanidad al mal talante vital.
   La ociosidad de nuestros padres y abuelos se sublimaba en gentileza y serenidad tal y como nos la representa Julio Romero de Torres en su óleo Pereza andaluza. La falta de modales de nuestro tiempo, elimina el elemento lúdico y a veces creativo de la procastinación, y nos acomoda frente al televisor viendo telebasura e instalándonos en el primado de la vagancia.

   La velocidad es un deseo de olvidar, pero también lo es de no vivir. Quien vive en la lentitud, recuerda y acomete empresas; quien vive en la prisa, olvida y se bloquea. Festina lente.