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miércoles, 11 de marzo de 2015

Eduquemos a Caín

  Tal vez los dos pasajes bíblicos más comentados en la historia del pensamiento hayan sido el de la Creación ex nihilo, es decir Dios como creador del mundo sin materia previa alguna en el Universo, y el de la serpiente tentando a Eva sugiriéndole que comer del fruto prohibido les proporcionaría la sabiduría necesaria para ser como Dios (Eritis sicut Deus).
   En otras palabras, ¿se formó el cosmos como resultado de reacciones habidas entre la materia existente o fue Dios el Creador de la misma? En cuanto al episodio de la manzana del árbol prohibido se derivan consecuencias ontológicas de hasta dónde puede llegar nuestra razón y la sed de conocimiento y cuáles son nuestros límites por cuanto no podremos ser nunca dioses. Idénticas lecturas obtenemos en la mitología griega con las cosmogonías (conjunto de narraciones que intentan explicar el origen del universo) de Hesíodo y el Timeo de Platón. En el mito de Prometeo se nos narra su osadía de robar el fuego a los dioses y las semillas que fecundan la tierra con el consiguiente castigo al igual que tuvieron Adán y Eva.
  Sea como fuere, con independencia de cualquier tradición, lo que le quedó claro a los antiguos fue la idea de atribuir a la Providencia la creación del hombre, y ello por dos razones: la inteligencia no podía provenir de la materia insensible y bruta, y por otra parte, pensando en la finalidad que pudo haber movido a Dios, parecía que los seres humanos estaban destinados a ser el centro del mundo. De igual forma, el anhelo de la eterna juventud y el paraíso no serían posibles en esta vida, por ello era necesaria igualmente la intervención divina para redimirnos.

     Pero si nos situamos en el plano de la vida, en el día a día, el episodio más relevante fue sin duda el de Caín, en el que tras ser recriminada su conducta por Yahvé, en un acto de ira y celos mató a su hermano Abel. Es ese el momento clave: el hombre sólo podrá dominar sus instintos más primarios por medio de la educación, de la formación de un carácter para tender al bien que es como concibieron los griegos a la ética.
     Expulsados del paraíso, nuestros esfuerzos deben ir dirigidos a formarnos y vivir en sociedad, esa es la idea esencial que nos deja el Génesis. Perdidos en debates aéreos, quizá no hayamos reparado que lo único que esté a nuestro alcance crear, sean instituciones y estrategias para domesticar al lobo que llevamos dentro. Y toda creación entraña en cierta manera el anhelo de ser como Dios, con la moraleja de que se nos permitió ser dueños de lo terrenal siempre y cuando nuestra soberbia no codiciara lo celeste.
     El fracaso de Adán y Eva no fue haber sido engañados por la serpiente, sino su  incapacidad de educar a Caín, como paradigma de un drama permanentemente irresoluto. Bebamos sidra para jugar a ser como dioses, es decir, para buscar la sabiduría oculta en la manzana: la eliminación del mal sólo es posible mediante la educación y el progreso moral.