Tal vez los dos pasajes bíblicos más
comentados en la historia del pensamiento hayan sido el de la Creación ex
nihilo, es decir Dios como creador del mundo sin materia previa alguna en
el Universo, y el de la serpiente tentando a Eva sugiriéndole que comer del
fruto prohibido les proporcionaría la sabiduría necesaria para ser como Dios (Eritis
sicut Deus).
En otras palabras, ¿se formó el cosmos
como resultado de reacciones habidas entre la materia existente o fue Dios el
Creador de la misma? En cuanto al episodio de la manzana del árbol prohibido se
derivan consecuencias ontológicas de hasta dónde puede llegar nuestra razón y
la sed de conocimiento y cuáles son nuestros límites por cuanto no podremos ser
nunca dioses. Idénticas lecturas obtenemos en la mitología griega con las
cosmogonías (conjunto de narraciones que intentan explicar el origen del
universo) de Hesíodo y el Timeo de Platón. En el mito de Prometeo se
nos narra su osadía de robar el fuego a los dioses y las semillas que fecundan
la tierra con el consiguiente castigo al igual que tuvieron Adán y Eva.
Sea como fuere, con independencia de cualquier tradición, lo que le
quedó claro a los antiguos fue la idea de atribuir a la Providencia la creación
del hombre, y ello por dos razones: la inteligencia no podía provenir de la
materia insensible y bruta, y por otra parte, pensando en la finalidad que pudo
haber movido a Dios, parecía que los seres humanos estaban destinados a ser el
centro del mundo. De igual forma, el anhelo de la eterna juventud y el paraíso
no serían posibles en esta vida, por ello era necesaria igualmente la
intervención divina para redimirnos.
Pero si nos situamos en el plano de la
vida, en el día a día, el episodio más relevante fue sin duda el de
Caín, en el que tras ser recriminada su conducta por Yahvé, en un acto de ira y
celos mató a su hermano Abel. Es ese el momento clave: el hombre sólo podrá dominar sus instintos más
primarios por medio de la educación, de la formación de un carácter para tender
al bien que es como concibieron los griegos a la ética.
Expulsados del paraíso, nuestros
esfuerzos deben ir dirigidos a formarnos y vivir en sociedad, esa es la idea
esencial que nos deja el Génesis. Perdidos en debates aéreos, quizá no
hayamos reparado que lo único
que esté a nuestro alcance crear, sean
instituciones y estrategias para domesticar al lobo que llevamos
dentro. Y toda creación entraña en cierta manera el anhelo
de ser como Dios, con la moraleja de que se nos permitió ser dueños de lo terrenal
siempre y cuando nuestra soberbia no codiciara lo celeste.
El fracaso de
Adán y Eva no fue haber sido engañados por la serpiente, sino su incapacidad de educar a Caín, como paradigma
de un drama permanentemente irresoluto. Bebamos sidra para jugar a ser como dioses,
es decir, para buscar la sabiduría oculta en la manzana: la eliminación del mal
sólo es posible mediante la educación y el progreso moral.