Mi respuesta a ¿por qué camino? Artículo
de colaboración para el
clímax del caminante en señal de gratitud a Nieves Casanova.
El
hombre como viajero, caminante o peregrino, es homo
viator.
¿Qué entraña esta sinécdoque, ¿que el hombre está siempre en
camino? Propiamente solo podemos predicar del hombre su condición de
viator
desde
una perspectiva teológica. En palabras de San Agustín: “Señor
nos has hecho para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que
descanse en ti”, en definitiva, el fin del viaje del hombre está
en Dios. Homo
viator requiescat in pace.
En
Hegel, el Espíritu es también camino, y para los cristianos, Cristo
es “el camino, la verdad y la vida”-Jn 14,6. Pero a diferencia
del periplo, del viaje concebido como gesta homérica,
el
viaje desde una perspectiva escatológica, es meta-físico. Ulises y
su hijo Telémaco salen en grupo desde Ítaca para volver a su
patria; el peregrino no planifica su Camino como gesta, sino como
transformación, como Camino de Luz. Las romerías y peregrinaciones
en las religiones del Libro (judaísmo, islam, cristianismo) forman
parte de la búsqueda de la espiritualidad y en todo caso de
preceptos obligatorios o no.
No
hay viaje sin camino, sin orientación, sin marcas, sin rumbo, y por
ello, no hay viaje irrepetible, sino todo lo contrario, todo camino
es repetible por muchos caminantes. Vid.
Si como afirmaba Pseudo
Dionisio el caminar por los senderos del Señor era la puerta de
entrada a la verdad, la pregunta que lanza Nieves Casanova en el
clímax del caminante ¿por
qué caminamos?, tendría como respuesta, buscar
la verdad.
Caminar no es conocerse
a sí mismo,
no es el reinado óntico de la razón frente al conocimiento de los
sentidos (ese es el sentido socrático), sino resetearte
en lenguaje coloquial, limpiar tu mente, descubrirte midiéndote con
el obstáculo (la naturaleza) -Saint-Exupéry- y meter en la mochila
lo imprescindible porque como afirmaba Oscar Wilde, lo
superfluo ya lo tengo.
De
manera que con independencia de la motivación: un divorcio, una
crisis, la muerte de un ser querido, o simplemente ganas de
superarnos, de viajar, de conocer mundo o de relacionarte con grupos
afines, se empieza sin un porqué
y
se termina en busca de un sentido y de respuestas.
Para
el caminante, lo importante es el camino, no es la meta, sino su
meta-física, en otras palabras, el camino ideal es el que carece de
un final, el que te anuda al siguiente en secuencia alegórica, como
cadena ininterrumpida de metáforas: nuestras
vidas son los ríos (caminos) que van a dar en la a-mar (Jorqe
Manrique). El mar es un amar
porque nos hace sentir con intensidad todo aquello que nos enciende
nuestras emociones; el camino es un río que te lleva al a-mar,
es decir a sentirte pleno en la vida.
Nieves
Casanova nos lo describe aún mejor: “como un orgasmo
sin coito”,
como una emoción intensa de placer y paz interior cuando se llega a
la cumbre de una montaña tras un duro ascenso en perfecta armonía
con la naturaleza, en definitiva como un a-mar.
De manera que una vez encontrada la verdad en los caminos como
afirmaba el filósofo, descubrimos el a-amar
como búsqueda de la plenitud, y la paz interior. En la cumbre nos
“tropezamos con la felicidad para ver cómo nos caemos”, y la
verdad, es que nos
caemos de puta madre. Si
la felicidad es un misterio de la vida, y al misterio ni llega la
filosofía ni la literatura ni la ciencia, sino solo lo mágico,
caminar
es poesía, es versar
la vida.
¿Por
qué camino? Para que el camino se convierta en un poema con el
objeto de que el fin de la vida no justifique los tedios
sino
los medios
para ser feliz..
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