El término estética
en lenguaje coloquial alude a lo bello,
y
en filosofía podemos hablar de tres ramificaciones: como esencia y
percepción de la belleza, como una teoría del arte o como un
estudio de la percepción tanto sensorial como racional. Sea como
fuere, es nuestro cerebro límbico y no el córtex
racional el
que se encarga de nuestras
emociones. En
este sentido, más allá de la afirmación de Mario Bunge quien
sostiene que la estética no puede constituir una disciplina sino una
mera acumulación de opiniones, plantearemos la siguiente pregunta:
¿Tienen estética
el tapeo y la siesta?
Vayamos
por partes y a los conceptos. La diferencia entre leyenda
y
mito,
es que éste tiene una estrecha relación con lo religioso, con
fuerzas creadoras o mágicas y posee una estructura circular que
transcurre según Mircea Eliade durante un tiempo extra-temporal y
a-histórico donde los sucesos se repiten periódicamente
simbolizando ciclos de la naturaleza y aportando una cosmovisión de
la cultura. La leyenda es un relato a veces conectado a algún suceso
histórico y enriquecido por la fantasía popular. Mitos y leyendas
son conocimiento,
recursos teoréticos
que llevan in
nuce
el logos,
es decir, la racionalidad.
Pese
a su racionalidad,
la leyenda no aporta una weltanschauung
(visión
del mundo, marco de valores),
y en este sentido, no puede anudarse al concepto de estética
entendida en su acepción de teoría del arte. Según Hegel no hay
verdadero arte si no está relacionado con alguna clase de
trascendencia. Convendríamos igualmente en dar la razón a Bunge si
pretendiéramos sostener que el tapeo
y la siesta son
algo bello, porque caeríamos en la pura opinión y de alguna forma
algunos ronquidos
placenteros
vespertinos
podrían refutar de inmediato nuestros argumentos.
Ahora
bien, el término estética deriva del griego aesthesis,
que podríamos traducir como sensibilidad, y de tekné,
comúnmente traducido como técnica o arte. En sentido etimológico,
significaría arte o técnica de la sensibilidad, es decir, una
especie de conocimiento práctico de la sensibilidad. Según Kant, la
actividad del espíritu tiene tres niveles: sensibilidad,
entendimiento y razón, pero a partir de Hegel como afirma Carlos
Luis Escudero, uno
de los sentidos que debemos conceder a su sentencia sobre la
muerte
del arte,
es el hecho de que ya no puede proporcionar por sí solo
satisfacción a nuestras necesidades más elevadas y de requerir, por
tanto, de la ciencia.
De
esta forma, solo podemos centrarnos en su dimensión de percepción
sensorial y racional para afirmar que el tapeo
y la siesta tienen estética y
que dotan de un nuevo significado al acto de comer y dormir, con sus
derivaciones lingüísticas y filosóficas respectivas de picar
y echar una cabezadita. Por
otra parte, en cierto sentido, tapear
implica una poesía si por tal la entendemos al modo orteguiano, como
un eludir
el momento cotidiano de la vida.
Cuenta una leyenda, que
por encargo del rey de Siracusa, Arquímedes diseñó la copa que
lleva su nombre para evitar que en las fiestas nadie se pasara
consumiendo vino, de tal forma que cuando se escanciaba por encima
de un nivel, ésta se vaciaba por completo. Para poder disfrutar del
caldo, era necesario servir la cantidad justa. Físicamente es
conocida como efecto sifón y se vende de souvenir en
Grecia.
La costumbre de la tapa
surge en España igualmente como otra leyenda real, en la que Alfonso
X el Sabio como consecuencia de una enfermedad, se vio obligado a
comer entre horas con un poco de alcohol medicamentoso, motivo por
el cual estimó conveniente disponer que en los mesones se despachara
el vino acompañado de un poco de comida para evitar el desmán
etílico.
Tal vez la costumbre de
tapear obedezca a nuestra peculiar forma de estructurar la jornada,
a nuestra idiosincrasia, y a nuestro catolicismo acendrado.
La tapa tiene que
tomarse entre las comidas principales (nunca después) y como
alimento que permita al cuerpo aguantar el tirón hasta el
almuerzo o cena porque nuestro desayuno por tradición es
excesivamente frugal. El ritual requiere degustarla en la barra del
bar, de pie, redimiendo el pecado capital de la gula, para lo cual,
se invierte el significado ontológico del término comer, por
el de picar, al modo en que se alimentan los pájaros.
Recordemos que El Bosco, en La mesa de los pecados
capitales, escenificó al gordinflón, plácidamente comiendo
sentado, óleo que se exhibe en el Museo del Prado de Madrid, y que
las aves simbolizan la redención del alma cristiana.
Ir de tapas
es cultivar la amistad al modo aristotélico, católico y estoico, es
decir, cultura mediterránea y hacer vida en la calle, frente
a la visión puritana, rigorista y epicúrea, que para nada
pretende sexo, drogas y rock and roll, sino disfrutar de la
amistad viviendo escondido, y disfrutando charlando a la
sombra de un olivo. Para el cristiano calvinista, Dios está presente
en cada evento, por lo que todos los actos han de ser camino de
perfección moral, y eso es algo que no se persigue en las tascas.
Este rito imita por
otra parte, el entramado de las procesiones de Semana Santa con sus
paradas en la carrera, para tomar la cañita y picotear
un poco.
En el escenario de la
barra del bar sacamos el arbitrista que llevamos dentro y
solucionamos todos los problemas. Gobernamos, dirigimos con acierto
nuestra empresa, corregimos los errores de los jefes, hacemos las
alineaciones de nuestros equipos de fútbol, opinamos de medicina, de
religión, de moda y cotilleamos. Tapear es para el español
eludir el aburrimiento cotidiano de la vida, una forma de entenderla,
una respuesta a la adversidad y los problemas al grito de otra de
bravas. Es la tensión esencial entre el Quijote que anhela
remediar los males de este mundo y el Sancho Panza despreocupado e
individualista.
Tapeando
vertebramos las relaciones laborales, familiares y sociales. La tapa
proporciona además, ese momento de placer evocador de recuerdos, de
memoria bergsoniana al modo en que nos narraba Proust el pasaje de la
magdalena, cuando retornamos a los pueblos en los que crecimos y
degustamos aquél aperitivo que nos hace viajar en el tiempo.
Nuestros horarios de
trabajo y de vida, serían imposibles sin la tapita
reparadora
y el importante sector hostelero asociado a los hábitos de los
españoles. ¿Estaríamos dispuestos a ingerir un desayuno
pantagruélico y hacer una pausa mínima a mediodía para comer con
el objeto de finalizar antes la jornada laboral renunciando a las
tapitas? Ello nos lleva a otra pregunta: ¿Es fácil conciliar
trabajo y familia en España? Comemos sobre las 15 h, regresamos del
trabajo en torno a las 8 de la tarde, cenamos aproximadamente a las
22:30 h. y acostumbramos irnos a dormir pasada la medianoche.
Con
independencia de
si nuestro yoga
ibérico
al igual que el tapeo
obedecen
a condiciones climáticas o a nuestra idiosincrasia, lo cierto es que
tal vez
su existencia se deba a su coexistencia.
En nuestra memoria colectiva más reciente está el fenómeno del
pluriempleo que para una generación entera fue la forma de sacar
adelante a la familia, con una jornada que comenzaba temprano por la
mañana y finalizaba casi de noche, tras pegar una cabezadita
reparadora
que permitía seguir con la ocupación de la tarde.
Los
tiempos han cambiado, las mujeres se han integrado en el mercado
laboral, y el crecimiento de las ciudades y el precio de la vivienda,
han desplazado a familias, parejas y jóvenes en general, a las
afueras de las ciudades, lo que dificulta disponer de tiempo para
volver a casa a comer y descansar a mediodía. ¿No sería mejor
hacer una pausa en el trabajo más corta para volver antes a casa?
Sea
como fuere, la siesta al igual que la costumbre de tapear son
costumbres muy españolas. En los países de nuestro entorno se
termina la jornada laboral entre las 17 y 18 horas, con una pausa a
mediodía de aproximadamente una hora para hacer una comida ligera.
Aquí hacemos una larga pausa de dos o tres horas para hacer una
comida copiosa y terminar tarde la jornada laboral. Spain is
different.
Entendemos pues que el tapeo y la siesta, tienen estética, tanto en la subjetividad como en su Espíritu objetivo que se manifiesta como un modo de vida mediterráneo, católico y poético para eludir la cotidianidad de la vida.
Entendemos pues que el tapeo y la siesta, tienen estética, tanto en la subjetividad como en su Espíritu objetivo que se manifiesta como un modo de vida mediterráneo, católico y poético para eludir la cotidianidad de la vida.
¿Adaptaríamos
todas nuestras costumbres a Europa y
a legislaciones que favoreciesen la conciliación de la vida laboral
y familiar? Eso sería un gran debate nacional que sería discutido
acaloradamente en la barra del bar con un buen pincho de tortilla
española. Pero este tema sí que se escaparía de la estética.