Félix
escribe sobre temas de interés general con la perspectiva de un
senior,
es decir, con la libertad de poderse permitir el lujo de ser
políticamente incorrecto, expresar libremente sus opiniones, y saber
narrar el presente contextualizándolo con los acontecimientos del
pasado.
En
twitter: @bucker125
En
ese año, 1978, gracias a la Constitución de y para las Autonotaifas
y a los partidos políticos,
se democratizaron la corrupción y sus chanchullos. Todo ciudadano con vocación de ser corrupto tuvo su oportunidad integrándose en diferentes organizaciones como los citados partidos políticos,
sindicatos de clase, y demás entidades civiles
representativas
de los poderes públicos y fácticos del Estado. Subrayo no obstante, que estas democráticas asociaciones nacidas al amparo de la Constitución, vendrían con el devenir, a imponer la sumisión y la obediencia al líder a todos los militantes, castigando cualquier forma de heterodoxia.
Hasta
ese año, y durante la dictadura, la corrupción de alto nivel solo
estaba al alcance de una élite, y de esa élite, solo
unos pocos escogían
esta mala práctica. Esta élite, si era corrupta, no necesitaba conseguidores
para
sus chanchullos porque formaban parte
indisoluble del poder. Si se pasaban o no (eran lo suficientemente
discretos), el Invicto
Caudillo
en persona los cesaba.
Era un estado barato en cuanto a cargas impositivas, y las inversiones
eran productivas, incluso aquellas pocas en las que había
favoritismos en la adjudicación de obras. En otras palabras: se
hacían muchas cosas útiles y necesarias con poco dinero.
Y
todo ello era debido a la centralización y a la ausencia de partidos
políticos. No
era el más perfecto de los regímenes, pero había
orden y no resultaba oneroso.
Pero
era un régimen personalista que tocó a su fin con la muerte del
General en 1975; las nuevas generaciones de españoles ya no recordaban las bondades
de la II República y reclamaron las libertades públicas que estuvieron restringidas por el Régimen aunque no tanto, sobre todo en los años finales, pese a la
intoxicación con la que se nos escribe hoy la Historia de la Dictadura. Y las soluciones demandadas (sin saber la que se nos
venía encima) fueron Democracia y Partidos…y se elaboró una
Constitución en la que colaron, como si con los partidos no fuera
suficiente, las diecisiete Autonotaifas
que
acabaron embutiendo a todo el Estado y la Nación.
Y
para acercar la Administración todavía más al ciudadano, dieron
muchos y excesivos poderes a los Ayuntamientos. Poderes como el del
cobro ejecutivo de tasas a los ciudadanos,
o
facultades para recalificar terrenos sin más restricciones que las
que las autonotaifas
tuvieran
a bien imponer, eso sí, no eran muchas porque una
mano lava a la otra, y las dos, la cara.
Y
la élite intelectual y técnica, compuesta por los mejores de toda
España, que protagonizaron la transición y elaboraron la Constitución,
fueron desapareciendo diluidos por los partidos y por las nuevas
hornadas de políticos cada vez más incompetentes y…corruptos.
El
efecto del Estado de las autonotaifas fue la de poco a poco rebajar
la calidad humana y moral de los políticos y de las personas e
instituciones con ellos relacionados: un Estado centralizado para su
gobierno y orden, puede elegir entre los mejores de todo el país;
un Reino de taifas se tiene que conformar con lo mejorcito
de cada casa, y ello facilita mucho la tarea a los conseguidores,
llámense Urdangarín, Granados, o Niño Nicolás. ¡Ay si estos personajes tuvieran que habérselas visto con inasequibles ministros y lejanos ministerios! (Abajo: foto Nuevos
Ministerios Paseo Castellana).
Estamos
hablando de amiguetes con los que a menudo tomamos café todos los
días: muchos podemos ser conseguidores
aunque
sea a nivel modesto. Esto, junto con ciertas subvenciones que compran
votos
pero
que
el Estado no se puede permitir,
facilita, y de hecho causa esta corrupción desmesurada que
asfixia económicamente a nuestra Nación.
Y
la corrupción es causa y no consecuencia del mal de los
nacionalismos separatistas: el chalaneo para obtener votos para a
toda costa poder gobernar ha sido el principal arma del traidor
separatista. Y algunos han hecho cosas peores que estos pasteleos
para gobernar; mucho peores, actos incluso cruentos que están en la memoria de todos con la finalidad de ganar
unas elecciones y así poder gobernar.
La
peor corrupción es la que cuesta vidas humanas;
se hable de abortos, de eutanasias, o de trenes.
Así
que no es que este régimen necesite un cambio, es
que a este régimen hay que cambiarlo. Más de lo mismo, más
partidos, más elecciones, no harían mas que agravar lo insostenible.
La
integridad de la Nación, el orden, y el bienestar de los ciudadanos,
son fines en sí mismos;
urnas y papeletas no son fines sino, en el mejor de los casos, medios
que
además ya han cumplido su ciclo por culpa de los corruptos que se
han beneficiado durante tanto tiempo.
Y
esta vez la culpa no la tiene Franco. Ni los fascistas. Ni los curas.
Ni los mercados. Ni la propiedad privada. Ni el Vaticano. Ni los
peces de colores.
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