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domingo, 17 de abril de 2016

1978. La corrupción democratizada.

   
  Artículo publicado por Félix Fernández de Castro en su blog bucker125 que tengo el honor de compartir con Ustedes con la autorización del autor.
  Félix escribe sobre temas de interés general con la perspectiva de un senior, es decir, con la libertad de poderse permitir el lujo de ser políticamente incorrecto, expresar libremente sus opiniones, y saber narrar el presente contextualizándolo con los acontecimientos del pasado.


En twitter: @bucker125


  En ese año, 1978, gracias a la Constitución de y para las Autonotaifas y a los partidos políticos, se  democratizaron la corrupción y sus chanchullos. Todo ciudadano con vocación de ser corrupto tuvo  su oportunidad integrándose en diferentes organizaciones como los citados partidos políticos, sindicatos de clase, y demás entidades civiles representativas de los poderes públicos y fácticos del Estado. Subrayo no obstante, que estas democráticas asociaciones nacidas al amparo de la Constitución, vendrían con el devenir, a imponer la sumisión y la obediencia  al líder a todos los  militantes, castigando cualquier forma de heterodoxia.

  Hasta ese año, y durante la dictadura,  la corrupción de alto nivel solo estaba al alcance de una élite, y de esa élite, solo unos pocos escogían esta mala práctica. Esta élite, si era corrupta, no necesitaba conseguidores para sus chanchullos porque formaban parte indisoluble del poder. Si se pasaban o no (eran lo suficientemente discretos), el Invicto Caudillo en persona los cesaba. Era un estado barato en cuanto a cargas impositivas, y las inversiones eran productivas, incluso aquellas pocas en las que había favoritismos en la adjudicación de obras. En otras palabras: se hacían muchas cosas útiles y necesarias con poco dinero.
  Y todo ello era debido a la centralización y a la ausencia de partidos políticos. No era el más perfecto de los regímenes, pero había orden y no resultaba oneroso.

  Pero era un régimen personalista que tocó a su fin con la muerte del General en 1975; las nuevas generaciones de españoles ya no recordaban las bondades de la II República y reclamaron las libertades públicas que estuvieron restringidas por el Régimen aunque no tanto, sobre todo en los años finales, pese a la intoxicación con la que se nos escribe hoy la Historia de la Dictadura. Y las soluciones demandadas (sin saber la que se nos venía encima) fueron Democracia y Partidos…y se elaboró una Constitución en la que colaron, como si con los partidos no fuera suficiente, las diecisiete Autonotaifas que acabaron embutiendo a todo el Estado y la Nación.
  Y para acercar la Administración todavía más al ciudadano, dieron muchos y excesivos poderes a los Ayuntamientos. Poderes como el del cobro ejecutivo de tasas a los ciudadanos, o facultades para recalificar terrenos sin más restricciones que las que las autonotaifas tuvieran a bien imponer, eso sí, no eran muchas porque una mano lava a la otra, y las dos, la cara.
  Y la élite intelectual y técnica, compuesta por los mejores de toda España, que protagonizaron la transición y elaboraron la Constitución, fueron desapareciendo diluidos por los partidos y por las nuevas hornadas de políticos cada vez más incompetentes y…corruptos.
  El efecto del Estado de las autonotaifas fue la de poco a poco rebajar la calidad humana y moral de los políticos y de las personas e instituciones con ellos relacionados: un Estado centralizado para su gobierno y orden, puede elegir entre los mejores de todo el país; un Reino de taifas se tiene que conformar con lo mejorcito de cada casa, y ello facilita mucho la tarea a los conseguidores, llámense Urdangarín, Granados, o Niño Nicolás. ¡Ay si estos personajes tuvieran que habérselas visto con inasequibles ministros y lejanos ministerios! (Abajo: foto Nuevos Ministerios Paseo Castellana).

  Estamos hablando de amiguetes con los que a menudo tomamos café todos los días: muchos podemos ser conseguidores aunque sea a nivel modesto. Esto, junto con ciertas subvenciones que compran votos pero que el Estado no se puede permitir, facilita, y de hecho causa esta corrupción desmesurada que asfixia económicamente a nuestra Nación.
  Y la corrupción es causa y no consecuencia del mal de los nacionalismos separatistas: el chalaneo para obtener votos para a toda costa poder gobernar ha sido el principal arma del traidor separatista. Y algunos han hecho cosas peores que estos pasteleos para gobernar; mucho peores, actos incluso cruentos que están en la memoria de todos con la finalidad de ganar unas elecciones y así poder gobernar.
  La peor corrupción es la que cuesta vidas humanas; se hable de abortos, de eutanasias, o de trenes.
  Así que no es que este régimen necesite un cambio, es que a este régimen hay que cambiarlo. Más de lo mismo, más partidos, más elecciones, no harían mas que agravar lo insostenible.

  La integridad de la Nación, el orden, y el bienestar de los ciudadanos, son fines en sí mismos; urnas y papeletas no son fines sino, en el mejor de los casos, medios que además ya han cumplido su ciclo por culpa de los corruptos que se han beneficiado durante tanto tiempo.
  Y esta vez la culpa no la tiene Franco. Ni los fascistas. Ni los curas. Ni los mercados. Ni la propiedad privada. Ni el Vaticano. Ni los peces de colores.


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