Artículo
escrito por Carlos Luis Escudero en su blog Filosofia
y otras yerbas que tengo el honor de compartir con Ustedes con la
autorización del autor.
Carlos Luis Escudero es filósofo y un
Librepensador con mayúsculas. Imparte cursos y talleres de y
sobre filosofía.
Pueden
seguirlo igualmente en las siguientes publicaciones y talleres Taller
de filosofía Intrascendencias
Cultura
argentina Rosario
profunda
Como
una cuestión introductoria a este trabajo creo necesario comenzar
con lo siguiente. El término estética deriva del griego aesthesis,
que podríamos traducir como sensibilidad, y de tekné,
comúnmente traducido como técnica o arte. Entonces, en un sentido
etimológico, estética significaría arte o técnica de la
sensibilidad, es decir, una especie de conocimiento práctico de la
sensibilidad. En este sentido, la estética está involucrada con los
efectos que algo puede producir en nuestra sensibilidad, con la
sensación que algo nos produce, el impacto que ejerce sobre el
ánimo.
Llamar
estética a la reflexión sobre la belleza debe venir de la
consideración de la belleza como una sensación del sujeto. Antes de
comenzar con el desarrollo del tema quisiera hacer algunas
reflexiones. Hegel nunca habló de la muerte del arte, ni escribió
jamás un libro sobre arte, aunque se refirió a él en numerosas
ocasiones a lo largo de su vasta obra. En la década del veinte del
siglo XIX, dictó algunas clases magistrales en Berlín que fueron
compiladas luego por sus discípulos. En el prólogo de estas
lecciones de estética, Hegel dice: “el
arte para nosotros, es una cosa del pasado”,
no dice exactamente
el arte ha muerto.
La atribución de esta frase a Hegel es en realidad posterior, mas
bien una interpretación de esta idea de que el arte ya pasó, nos
dice José Fernández de Vega.
¿En qué sentido dice Hegel que
el arte es ya una cosa del pasado para nosotros? Lo primero que hay
que tener en cuenta es que Hegel tiene un patrón muy alto; es decir,
para Hegel no hay verdadero arte si no está relacionado con alguna
clase de trascendencia.
Si no hay algún tipo de fe, si no
hay algún tipo de mito detrás del arte, ese arte es un
entretenimiento, una distracción, y eso no merece ningún tipo de
reflexión.
El gran arte debe cumplir una
serie de condiciones y él está pensando en el arte clásico. Hegel
llama arte clásico al de los griegos, básicamente a la tragedia,
que es el arte más eminente. Antígona es el arte. Según este
modelo, el arte plantea un conflicto que tiene un sentido metafísico,
un sentido profundo; es vivenciado por el público que asiste a ese
conflicto de una manera muy intensa. En esa plasmación artística,
se juega un contenido histórico concreto: la gente que asiste hace
comunidad con la obra. El tema es que el arte no solo refleja el
espíritu del pueblo también se refleja en él, vive esa obra de
arte a la vez como una tragedia personal y como una enseñanza
política. La obra trágica implica una conciencia trágica y un
hombre trágico cuya conciencia está desgarrada. Este vínculo, esta
amalgama de los intereses particulares con los generales, se rompe en
un período histórico que Hegel, cuando establece los períodos de
la historia del arte, llama romántico.
El término tiene un sentido muy
peculiar. El arte romántico implica una vuelta al yo y el individuo
pasa a ser el centro del interés artístico tanto como social. La
reivindicación de intereses particulares pasa a ser algo aceptable,
algo que no se entiende como una desviación de una norma grupal,
sino como la norma grupal. A este período, Hegel lo llama romántico,
sin que ello implique su pertenencia al romanticismo histórico, que
empieza en el siglo XVIII y florece en el siglo XIX, sino más bien
con esta idea del yo como centro de atención social y cultural.
Hegel habla del romanticismo y los lineamientos que da de él, tal
como lo entiende, son parte de su crítica a la modernidad.
La modernidad, justamente, es esta
pulverización, esta fragmentación de la sociedad a todo nivel, pero
sobre todo respecto de los individuos que pasan a estar aislados y a
debilitar su sentido de formar parte de algo superior. De ahí que,
en el arte romántico, siguiendo el sentido en que lo dice Hegel,
quien piensa que empieza casi a finales de la edad media, el punto
central es que los individuos no tienen nada sustantivo para decir,
salvo plasmar su propio yo con un interés particular, como una
expresión individual, y eso, para Hegel, resulta muy poco
interesante. Lo que reflejan estos individuos es la prosa vulgar de
la vida, según afirma, nada trascendente, nada superior que se pueda
comparar a Antígona.
Desde el momento en que ya no nos
hincamos de rodillas, el arte es una cosa del pasado, una cosa entre
otras. Se convierte en un terreno de especialización como cualquier
otro, y se separa de los intereses vitales de un pueblo, de los
intereses vitales de una comunidad. Hay un extrañamiento respecto
del arte y hay un predominio del humorismo, vale decir, una crítica
al pasado para liberarse de él, pero también como una muestra de
una banalización de la vida misma. Esta idea, que el arte es una
cosa del pasado, implica muchas cosas para Hegel. Otra de las cosas
que supone es que el arte ha dejado de ser el terreno de mostración
del espíritu y entonces éste debe buscar otras maneras de
manifestarse. Tales maneras van a ser la religión y la filosofía.
Como buen filósofo, la culminación de todo el proceso es su propia
profesión.
Desde la filosofía, en la
modernidad, se intentó descubrir o mejor dicho, establecer las leyes
que podían estar vinculadas con la obra de arte, ejemplo de ello son
los intentos que encontramos en Burke y Kant.
Vemos en estas tentativas que la
actitud reflexiva que la obra de arte necesitaba, se inscribía en la
posibilidad de considerarla científicamente,
esto es, en establecer la relación entre sus estructuras objetivas y
las reacciones que provocara; en convertir en instrumento nuestros
propios deseos, opiniones y gustos, para verificar su relación de
necesidad con las estructuras formales que los hubieran estimulado.
El
problema central de la estética consistió entonces en esclarecer la
posición entre la perspectiva personal y la realidad de la obra, es
decir, en la posibilidad de formular un juicio entendido como proceso
interpretativo o comprensión crítica. El arte se convirtió, de
esta manera, en un hecho comunicativo y de diálogo interpersonal: lo
que pudiera decirse sobre él le sería esencial. La objetividad de
la comprensión científica de la obra de arte quedaba garantizada
por sus procesos formativos y sus estructuras internas. Su
comprensión encontraba, de esta manera, criterios no fundamentados
en apreciaciones generales. La interpretación, crítica o
constructiva, solo tenía que recorrer de manera inversa el camino
establecido por la intención creativa, es decir, entrar en posesión
del estilo y el mundo de la obra.
Lo
que hará Hegel entonces será constatar la pérdida del significado,
principalmente religioso, que tuvo el arte en otro tiempo. El arte
deja de dar forma a las sociedades, de instituir la historia y
consagrar la realidad;
ya no estará más en el centro de nuestras culturas como un destino.
La teoría estética de Hegel resulta paradójica, ya que a la par que crea la estética sistemática más importante del siglo XIX anuncia, por otro lado, la muerte del arte (utilizo aquí esta expresión por ser la más aceptada, y asumiendo que se ha entendido lo antes dicho sobre tal afirmación), decíamos que anuncia la muerte del arte como expresión de lo Absoluto, es decir, de lo finito en tanto que no es sino un proceso de autonegación. Solo pudo ser paradójica su formulación si, a su vez, su época también lo fue ya que, en efecto, Hegel nunca dejó de constatar que la preponderancia de las pasiones e intereses egoístas ahuyentaran tanto la seriedad como la serenidad del arte; que la complicada situación de la vida civil y política no permitieran al ánimo liberarse para ascender a los fines superiores del arte.
La teoría estética de Hegel resulta paradójica, ya que a la par que crea la estética sistemática más importante del siglo XIX anuncia, por otro lado, la muerte del arte (utilizo aquí esta expresión por ser la más aceptada, y asumiendo que se ha entendido lo antes dicho sobre tal afirmación), decíamos que anuncia la muerte del arte como expresión de lo Absoluto, es decir, de lo finito en tanto que no es sino un proceso de autonegación. Solo pudo ser paradójica su formulación si, a su vez, su época también lo fue ya que, en efecto, Hegel nunca dejó de constatar que la preponderancia de las pasiones e intereses egoístas ahuyentaran tanto la seriedad como la serenidad del arte; que la complicada situación de la vida civil y política no permitieran al ánimo liberarse para ascender a los fines superiores del arte.
El
arte, la religión y el pensamiento, en Hegel, comparten la misma
esfera: son formas de expresar lo divino y de llevar a la conciencia
los más profundos intereses del hombre, las verdades más
comprensivas del espíritu. El arte manifiesta sensiblemente lo
supremo y lo acerca aún más al modo de aparición de la naturaleza,
los sentidos y el pensamiento. Libera el verdadero contenido de los
fenómenos de su apariencia e ilusión en este mundo caduco y
transitorio, y les concede una realidad más alta nacida del
espíritu; destaca lo sustancial de la naturaleza y del espíritu.
Desenvuelto, presente en el ámbito de la apariencia, el arte apunta
y va más allá de lo sensible para sugerir algo espiritual. Hegel
sostendrá por ello que las apariencias del arte tienen más realidad
“y una existencia más verdadera” que la realidad normal. El arte
no se complace con lo sensible tal cual, sino que busca constituirlo
en una verdad a través de un esfuerzo intelectual; no es lo mismo
contemplar un paisaje que reproducirlo en un cuadro.
Dicho
en otras palabras, el problema de la teoría estética hegeliana será
suponer que la obra de arte tiene una verdad que surge completamente
a través de su articulación conceptual. Verdad que ya estaría ahí
y que solo bastaría interpretar. Todo lo que tendríamos que hacer
es revelar las mediaciones que la constituyen. Es la interacción de
la obra con su espectador
lo que nos brindará dicha verdad o esencia. Hegel habría
contribuido entonces a la elaboración de la verdad contenida en la
historia del arte, como formando parte del desarrollo del pensamiento
en general.
Así,
la impresión que nos procuran las obras de arte, después del fin de
la estética religiosa, es algo más bien de carácter reflexivo, que
exige de nosotros un criterio diferente.
Lo
que en nosotros es ahora suscitado por la obra ya no pertenece al
goce inmediato, sino al juicio, puesto que someternos a nuestra
consideración pensante el contenido, el medio de manifestación de
la obra y la adecuación o inadecuación de ambos.
Este
es uno de los sentidos que debemos conceder a la sentencia hegeliana
sobre la muerte del arte,
a saber, el ya no ser capaz de proporcionar, por sí solo,
satisfacción a nuestras necesidades más elevadas y de requerir, por
tanto, de la ciencia.
Hegel hará depender entonces el arte de la idea o del concepto. Solo a través de la superación de lo sensorial, el arte tiene acceso a la verdad, la cual es conceptual. Podríamos aventurar que la estética, como disciplina filosófica, queda formalmente inaugurada, y Hegel, sin ser propiamente crítico de arte, hará posible tal crítica, de tal forma que con su punto de vista, la estética experimenta un cambio importante.
Hegel hará depender entonces el arte de la idea o del concepto. Solo a través de la superación de lo sensorial, el arte tiene acceso a la verdad, la cual es conceptual. Podríamos aventurar que la estética, como disciplina filosófica, queda formalmente inaugurada, y Hegel, sin ser propiamente crítico de arte, hará posible tal crítica, de tal forma que con su punto de vista, la estética experimenta un cambio importante.
Hegel
concebía la naturaleza como un producto del espíritu o resultado de
la actividad de la historia, por tanto no existe diferencia entre
belleza natural y belleza artística: solo
lo espiritual es verdadero.
Desde entonces la belleza se identificará con la actividad que la
produce, y la estética queda convertida en reflexión sobre el arte.
Pero
por sí solo el arte será incapaz de entregarnos la verdad, ya que
depende de otros modos de reflexión: “En nuestros tiempos la
ciencia del arte es, pues, mucho más necesaria que en otras épocas,
en las que el arte por sí mismo proporcionaba como tal una
satisfacción plena” sentencia Hegel. Esto es, luego del arte y la
religión como manifestación del Espíritu Absoluto solo nos queda
una estética subordinada a la filosofía.
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