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jueves, 28 de abril de 2016

Fernando Tejero y el mito de Protágoras: Así no hay quien viva


  El actor Fernando Tejero se ha convertido en trending topic en Twitter por publicar el siguiente tuit: “ A ver si me explico: Soy artista, homosexual, apoyo a Podemos y a los que me faltan el respeto seguiré pidiendo que me coman el rabo”, respondiendo así a las críticas de quienes cuestionaban que él fuera un intelectual y mucho menos que estuviera a la altura de las personas firmantes de una lista del mundo de la cultura de un manifiesto pidiendo a IU y a Podemos que concurran bajo una única opción electoral.
  Ni me interesan la condición sexual del actor ni el manifiesto. Por la primera siento respeto, por lo segundo simplemente curiosidad como ciudadano por ver cómo se mueven los partidos en el tablero político.
  Sea como fuere, todo indica que el calentón del actor dimana de la interpretación de los términos cultura e intelectual. En 1952 Clyde Kluckhonh y Alfred Louis Kroeber recopilaron 164 definiciones distintas de cultura. Nos centraremos no obstante en el sentido amplio del término que le dio Taylor en 1871 y que es el propuesto en la actualidad por la Unesco y por el Concilio Vaticano II: “La cultura en su sentido más amplio, puede considerarse hoy como el conjunto de rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos, que caracterizan a una sociedad o a un grupo social. Engloba no solo las artes y las letras, sino también los modos de vida, los derechos fundamentales del ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias. La cultura da al hombre la capacidad de reflexión sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. Por ella es como discernimos los valores y realizamos nuestras opciones. Por ella es como el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevos significados y crea obras que lo trascienden”.
  Ello nos lleva en primera instancia a considerar una cultura erudita personal, y otra vivida colectivamente. Alicia Delibes en un artículo escrito en La Ilustración Liberal escribe: “Bellamy critica a los pedagogos posmodernos que han encontrado en las tecnologías la coartada perfecta para enterrar definitivamente la enseñanza tradicional. El profesor Google puede facilitar toda la información que el alumno precise en un tiempo récord. ¿Para qué entonces malgastar el tiempo y el esfuerzo en transmitir conocimientos? Hoy los niños lo que tienen que hacer en la escuela es aprender a aprender. La tecnología viene así a completar la revolución anticultural iniciada por Descartes hace cuatrocientos años. (…) Hemos decretado que la lengua era fascista, la literatura sexista, la historia chovinista, la geografía etnocentrista y las ciencias dogmáticas –y ahora no comprendemos por qué los niños terminan por no saber nada. Y al final, sin saberes, sin cultura, ¿qué quedará del hombre?, se pregunta Bellamy. Cuando ya se haya destruido toda la cultura solo quedará la barbarie”.
  El mundillo del cine en España suele autodefinirse como colectivo de intelectuales y defensores de la cultura entendida como acepción de las artes. Se han acostumbrado al postureo, a pontificar, a identificar la cultura con las izquierdas y a reclamar subvenciones.
  El cine es una industria que solo a veces produce obras de arte. Unas veces es rentable y otras no; unas veces pretende solo entretener y otras hacer obras de autor de arte y ensayo. Recordemos que desde Hegel y su concepto de la muerte del arte, éste ya no es capaz de proporcionar por sí solo satisfacción a nuestras necesidades más elevadas y requerir por tanto de la ciencia. Al perder su significado religioso, deja de dar forma a las sociedades, de instituir la historia y consagrar la realidad y no puede estar en el centro de nuestras culturas como un destino. Ese es el tema medular, el cine concebido como ombligo del mundo por nuestros actores progres, no puede suplantar a la cultura, porque su esencia es ser industria, es ser un entramado empresarial que necesita un beneficio económico para subsistir.
  Pero, ¿qué se exige para ser un intelectual? Dedicar una parte importante de la vida y de la actividad profesional al estudio y a la reflexión crítica de la realidad. Recordemos que la tarea del intelectual es opinar, des-velar y denunciar la corrupción y la violación de los derechos humanos. Noam Chomsky en La responsabilidad de los intelectuales, afirmó que: “la responsabilidad de los intelectuales consiste en decir la verdad y en denunciar la mentira”. En todo caso, el concepto de cultura anudado al intelectual se refiere a su dimensión personal y erudita para poder trascender a los demás, la reflexión y la opinión derivada de su debate crítico y ético, con el objeto de que gobiernen el mundo las ideas en favor de un mundo más civilizado y justo.
  En el mito de Protágoras se vino a probar que una ciudad podría concebirse solo con que algunos de sus ciudadanos se dedicaran a la medicina y otros a entretener, pero que no podría sobrevivir sin que sus ciudadanos estuvieran dotados de la virtud política, es decir que poseyeran colectivamente el sentido del respeto y de la justicia. El Sr. Fernando Tejero, entretiene a algunos ciudadanos, no me cabe la menor duda, pero no contribuye a que sobreviva la ciudad, en otras palabras, con sus declaraciones irrespetuosas aquí no hay quien viva, o lo que es lo mismo, puede firmar y está en su derecho a hacerlo, cuántos manifiestos quiera, pero Quod natura non dat, Salmantica non praestat.

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