El
actor Fernando Tejero se ha convertido en trending
topic
en Twitter por publicar el siguiente tuit: “ A ver si me explico:
Soy artista, homosexual, apoyo a Podemos y a los que me faltan el
respeto seguiré pidiendo que me coman el rabo”, respondiendo así
a las críticas de quienes cuestionaban que él fuera un intelectual
y mucho menos que estuviera a
la altura de
las personas firmantes de una lista del mundo
de la cultura de
un manifiesto pidiendo a IU y a Podemos que concurran bajo una única
opción electoral.
Ni
me interesan la condición sexual del actor ni el manifiesto. Por la
primera siento respeto, por lo segundo simplemente curiosidad como
ciudadano por ver cómo se mueven los partidos en el tablero político.
Sea
como fuere, todo indica que el calentón
del actor dimana de la interpretación de los términos cultura
e intelectual.
En
1952 Clyde Kluckhonh y Alfred Louis Kroeber recopilaron 164
definiciones distintas de cultura. Nos centraremos no obstante en
el sentido amplio del término que le dio Taylor en 1871 y que es el
propuesto en la actualidad por la Unesco y por el Concilio Vaticano
II: “La cultura en su sentido más amplio, puede considerarse hoy
como el conjunto de rasgos distintivos, espirituales y materiales,
intelectuales y afectivos, que caracterizan a una sociedad o a un
grupo social. Engloba no solo las artes y las letras, sino también
los modos de vida, los derechos fundamentales del ser humano, los
sistemas de valores, las tradiciones y las creencias. La cultura da
al hombre la capacidad de reflexión sobre sí mismo. Es ella la que
hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos
y éticamente comprometidos. Por ella es como discernimos los valores
y realizamos nuestras opciones. Por ella es como el hombre se
expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto
inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca
incansablemente nuevos significados y crea obras que lo trascienden”.
Ello
nos lleva en primera instancia a considerar una cultura erudita
personal, y otra vivida colectivamente. Alicia
Delibes
en un artículo escrito en La Ilustración Liberal escribe: “Bellamy
critica a los pedagogos
posmodernos que
han encontrado en las tecnologías la coartada perfecta para enterrar
definitivamente la enseñanza tradicional. El profesor Google puede
facilitar toda la información que el alumno precise en un tiempo
récord. ¿Para qué entonces malgastar el tiempo y el esfuerzo en
transmitir conocimientos? Hoy los niños lo que tienen que hacer en
la escuela es aprender
a aprender.
La tecnología viene así a completar la revolución anticultural
iniciada por Descartes hace cuatrocientos años. (…) Hemos
decretado que la lengua era fascista, la literatura sexista, la
historia chovinista, la geografía etnocentrista y las ciencias
dogmáticas –y ahora no comprendemos por qué los niños terminan
por no saber nada. Y al final, sin saberes, sin cultura, ¿qué
quedará del hombre?, se pregunta Bellamy. Cuando ya se haya
destruido toda la cultura solo
quedará la barbarie”.
El
mundillo
del cine
en España suele autodefinirse como colectivo de intelectuales y
defensores de la cultura entendida como acepción de las artes. Se
han acostumbrado al postureo,
a pontificar, a identificar la cultura con las izquierdas y a
reclamar subvenciones.
El
cine es una industria que solo a veces produce obras de arte.
Unas veces es rentable y otras no; unas veces pretende solo
entretener y otras hacer obras de autor de arte y ensayo. Recordemos
que desde Hegel y su concepto
de la muerte del arte, éste ya no es capaz de proporcionar por
sí solo satisfacción a nuestras necesidades más elevadas y
requerir por tanto de la ciencia. Al perder su significado religioso,
deja de dar forma a las sociedades, de instituir la historia y
consagrar la realidad y no puede estar en el centro de nuestras
culturas como un destino. Ese es el tema medular, el cine concebido
como ombligo
del mundo
por nuestros actores
progres,
no puede suplantar a la cultura, porque su
esencia es ser industria, es ser un entramado empresarial que necesita un beneficio económico para subsistir.
Pero,
¿qué se exige para ser un intelectual?
Dedicar una parte importante de la vida y de la actividad profesional
al estudio y a la reflexión crítica de la realidad. Recordemos que
la tarea
del intelectual es opinar, des-velar y denunciar la corrupción y
la violación de los derechos humanos. Noam Chomsky en La
responsabilidad de los intelectuales,
afirmó
que: “la responsabilidad de los intelectuales consiste en decir la
verdad y en denunciar la mentira”.
En todo caso, el concepto de cultura anudado al intelectual se
refiere a su dimensión personal y erudita para poder trascender a
los
demás,
la reflexión y la opinión derivada de su debate crítico y ético, con el objeto de que gobiernen
el mundo las
ideas en favor de un mundo más civilizado y justo.
En
el mito de Protágoras se vino a probar que una ciudad podría
concebirse solo con que algunos de sus ciudadanos se dedicaran a la
medicina y otros a entretener,
pero
que no podría sobrevivir sin que sus ciudadanos estuvieran dotados
de la virtud política, es decir que poseyeran colectivamente el
sentido del respeto y de la justicia. El Sr. Fernando Tejero,
entretiene
a
algunos ciudadanos, no me cabe la menor duda, pero no contribuye a
que sobreviva
la ciudad,
en otras palabras, con sus declaraciones irrespetuosas aquí
no hay quien viva,
o lo que es lo mismo, puede firmar y está en su derecho a hacerlo,
cuántos manifiestos quiera, pero Quod
natura non dat, Salmantica non praestat.
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