Artículo escrito por mi amigo Manuel Avilés Gómez para su publicación en este blog.
Manuel Avilés es escritor, motero, columnista del Diario Información de Alicante y autor de novelas como Ya hemos estado en el infierno y ensayos.
Vengo
diciéndolo, entre líneas, en estos diarios escritos desde el cajero
automático: nuestro paradero, nuestro domicilio fiscal, el lugar en
el que pueden notificarnos si nos aparecen algunas rentas o cuentas o
lo que sea en Panamá, el sitio en el que recuperamos a duras penas
las pocas fuerzas que podemos para afrontar cada día la misma
cantinela de hastío y miseria, desde la situación de exclusión
social de que “disfrutamos”, el colega desahuciado de la Bolsa y
un servidor. Vengo diciéndolo entre líneas y de manera expresa: lo
que mal anda no puede acabar bien de ninguna de las maneras.
Hemos
trasegado el enésimo cartón de vino peleón – tinto, blanco o
como caiga- por aquello de que, los expulsados de la vida que llaman
normal, a fuerza de palos, de frustraciones y de comernos la rabia
más que las uñas, pensamos que las penas en alcohol se ahogan.
Craso error que las penas, los desengaños y los conflictos saben
nadar mucho mejor que aquel fenómeno que se llamaba Mark Spitz, un
tío que perdió la cuenta de las medallas que llevaba en las
piscinas olímpicas de medio mundo.
Tarde
o temprano tenía que pasar: los que andamos fuera del sistema,
instalados en la ruina más que en la precariedad, intentamos correr
un velo estúpido – he dicho estúpido y no tupido- y anestesiar
los problemas de la forma más fácil que tenemos al alcance. De ahí
la búsqueda y consumo compulsivo de cartones de vinarro barato que
actúa sobre nuestro cuerpo como si le metiéramos dosis de ácido
sulfúrico. No somos los únicos. Mi deterioro aún no ha llegado al
extremo de otros que veo por ahí tan tirados como nosotros. Ya
estaría bien que quienes tanto se jactan de preocuparse por España
– nosotros también somos España-, por los problemas sociales, por
los excluidos, por las situaciones de emergencia, viesen el
porcentaje de enfermos mentales que se esconden en cada portal, en
cada cajero o en cada lugar impensable donde se refugian – nos
refugiamos- cada noche quienes andan en el filo de la navaja,
olvidados de Dios y de los hombres.
Anoche
me despertaron los gritos de mi colega. Había conseguido coger la
postura y el sueño y de ambas cosas fui sacado abruptamente. El
bróker temblaba como una novicia ante un Don Juan armado. Sudaba
como si estuviera completando los trabajos de Hércules. Se sacudía
el cuerpo como si un ejército de cucarachas le corriera por las
piernas y daba voceaba “compro” o “vendo”, recordando, creo,
su época como bróker… tan lejana.
Salgo
a la calle escopetado para ver si pasa algún coche de policía. No
han tardado, menos mal que algo funciona. En pocos minutos
aterrizamos en las urgencias psiquiátricas de San Juan. A mi me
llevan en calidad de intérprete, como conocedor del bróker y de su
problemática con los tetra briks de vino barato – también
yo tengo el problema porque les doy más de un tiento pero aún no
me ha dado por temblar ni por ver cucarachas recorriendo mi magra
geografía cochambrosa-.
Le
han dado un pinchazo profundo – no sé de qué mejunje- y se ha
quedado el tío dormido como un bebé en el regazo de su madre. Esto
no tiene remedio porque tendrá que pisar la calle otra vez, con
idénticas expectativas, en el mismo desamparo que teníamos los dos
antes de caer en esta unidad médica de locos y trastornados varios.
El
mundo es un pañuelo. Reconozco de inmediato a mi psiquiatra – mil
veces les he hablado de él en estas páginas de Información- un
rojeras, intelectualmente potente, con cara de antipático, pero
cercano y con mano terapéutica. Me dedica unos minutos aunque hoy no
soy yo el paciente, sino el bróker que duerme en la camilla como un
bendito y ronca en estéreo y con amplificador.
Este
tipo de situaciones límite – antes de que evolucionen a peor- es
lo que debería solucionar el gobierno de izquierdas que muchos
deseamos. Va la cosa de clase política. El próximo uno de mayo –
dice mi psiquiatra- el lema parece que va a ser algo así como
“Contra la pobreza” y aquí estáis vosotros dos, dejados de la
mano de todo el mundo y a los que solo os afecta ese eslogan de
boquilla, pura palabrería.
El
gobierno de izquierdas que tendría que llevar tiempo formado no lo
está porque Podemos no ha querido flexibilizar posturas – mi
psiquiatra me lee el pensamiento-. ¿Recuerdas aquel viejo lema de la
Guardia Civil: Paso corto, vista larga y mala leche? A Podemos les
pilla de lleno. No tienen prisa en gobernar porque se creen
invulnerables, por ahora. No les importa que haya elecciones, que
gobierne la derecha otra vez – en unas elecciones en junio ganará
una coalición de derechas-, que se deterioren las condiciones de
vida de los más necesitados y en cuatro años – piensan - tendrán
una mayoría holgada. Son jóvenes, ven el futuro muy lejano y
consideran que tienen tiempo de sobra. Y mientras a vosotros y a
tantos miles como vosotros, que os den morcilla perrera.
He ahí el desencanto de
la política: donde podría haber un gobierno de izquierdas, sin
vetos, integrando a una derecha moderada que sería muy minoritaria
en esa coalición, hay políticos preocupados por sus sillones, por
estar en la mesa del congreso y por diseñar estrategias que nos la
soplan a quienes realmente sufrimos la necesidad de unas actuaciones
sociales efectivas. ¡Mierda de egocéntricos!
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