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viernes, 29 de abril de 2016

Tenía que pasar… Tarde o temprano.

Artículo escrito por mi amigo Manuel Avilés Gómez para su publicación en este blog.


  Manuel Avilés es escritor, motero, columnista del Diario Información de Alicante y autor de novelas como Ya hemos estado en el infierno y ensayos.

  Vengo diciéndolo, entre líneas, en estos diarios escritos desde el cajero automático: nuestro paradero, nuestro domicilio fiscal, el lugar en el que pueden notificarnos si nos aparecen algunas rentas o cuentas o lo que sea en Panamá, el sitio en el que recuperamos a duras penas las pocas fuerzas que podemos para afrontar cada día la misma cantinela de hastío y miseria, desde la situación de exclusión social de que “disfrutamos”, el colega desahuciado de la Bolsa y un servidor. Vengo diciéndolo entre líneas y de manera expresa: lo que mal anda no puede acabar bien de ninguna de las maneras.
  Hemos trasegado el enésimo cartón de vino peleón – tinto, blanco o como caiga- por aquello de que, los expulsados de la vida que llaman normal, a fuerza de palos, de frustraciones y de comernos la rabia más que las uñas, pensamos que las penas en alcohol se ahogan. Craso error que las penas, los desengaños y los conflictos saben nadar mucho mejor que aquel fenómeno que se llamaba Mark Spitz, un tío que perdió la cuenta de las medallas que llevaba en las piscinas olímpicas de medio mundo.
  Tarde o temprano tenía que pasar: los que andamos fuera del sistema, instalados en la ruina más que en la precariedad, intentamos correr un velo estúpido – he dicho estúpido y no tupido- y anestesiar los problemas de la forma más fácil que tenemos al alcance. De ahí la búsqueda y consumo compulsivo de cartones de vinarro barato que actúa sobre nuestro cuerpo como si le metiéramos dosis de ácido sulfúrico. No somos los únicos. Mi deterioro aún no ha llegado al extremo de otros que veo por ahí tan tirados como nosotros. Ya estaría bien que quienes tanto se jactan de preocuparse por España – nosotros también somos España-, por los problemas sociales, por los excluidos, por las situaciones de emergencia, viesen el porcentaje de enfermos mentales que se esconden en cada portal, en cada cajero o en cada lugar impensable donde se refugian – nos refugiamos- cada noche quienes andan en el filo de la navaja, olvidados de Dios y de los hombres.
  Anoche me despertaron los gritos de mi colega. Había conseguido coger la postura y el sueño y de ambas cosas fui sacado abruptamente. El bróker temblaba como una novicia ante un Don Juan armado. Sudaba como si estuviera completando los trabajos de Hércules. Se sacudía el cuerpo como si un ejército de cucarachas le corriera por las piernas y daba voceaba “compro” o “vendo”, recordando, creo, su época como bróker… tan lejana.
  Salgo a la calle escopetado para ver si pasa algún coche de policía. No han tardado, menos mal que algo funciona. En pocos minutos aterrizamos en las urgencias psiquiátricas de San Juan. A mi me llevan en calidad de intérprete, como conocedor del bróker y de su problemática con los tetra briks de vino barato – también yo tengo el problema porque les doy más de un tiento pero aún no me ha dado por temblar ni por ver cucarachas recorriendo mi magra geografía cochambrosa-.
  Le han dado un pinchazo profundo – no sé de qué mejunje- y se ha quedado el tío dormido como un bebé en el regazo de su madre. Esto no tiene remedio porque tendrá que pisar la calle otra vez, con idénticas expectativas, en el mismo desamparo que teníamos los dos antes de caer en esta unidad médica de locos y trastornados varios.
 El mundo es un pañuelo. Reconozco de inmediato a mi psiquiatra – mil veces les he hablado de él en estas páginas de Información- un rojeras, intelectualmente potente, con cara de antipático, pero cercano y con mano terapéutica. Me dedica unos minutos aunque hoy no soy yo el paciente, sino el bróker que duerme en la camilla como un bendito y ronca en estéreo y con amplificador.
  Este tipo de situaciones límite – antes de que evolucionen a peor- es lo que debería solucionar el gobierno de izquierdas que muchos deseamos. Va la cosa de clase política. El próximo uno de mayo – dice mi psiquiatra- el lema parece que va a ser algo así como “Contra la pobreza” y aquí estáis vosotros dos, dejados de la mano de todo el mundo y a los que solo os afecta ese eslogan de boquilla, pura palabrería.
  El gobierno de izquierdas que tendría que llevar tiempo formado no lo está porque Podemos no ha querido flexibilizar posturas – mi psiquiatra me lee el pensamiento-. ¿Recuerdas aquel viejo lema de la Guardia Civil: Paso corto, vista larga y mala leche? A Podemos les pilla de lleno. No tienen prisa en gobernar porque se creen invulnerables, por ahora. No les importa que haya elecciones, que gobierne la derecha otra vez – en unas elecciones en junio ganará una coalición de derechas-, que se deterioren las condiciones de vida de los más necesitados y en cuatro años – piensan - tendrán una mayoría holgada. Son jóvenes, ven el futuro muy lejano y consideran que tienen tiempo de sobra. Y mientras a vosotros y a tantos miles como vosotros, que os den morcilla perrera.
  He ahí el desencanto de la política: donde podría haber un gobierno de izquierdas, sin vetos, integrando a una derecha moderada que sería muy minoritaria en esa coalición, hay políticos preocupados por sus sillones, por estar en la mesa del congreso y por diseñar estrategias que nos la soplan a quienes realmente sufrimos la necesidad de unas actuaciones sociales efectivas. ¡Mierda de egocéntricos!

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