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miércoles, 8 de abril de 2015

La Fuente Agria y la Chimenea Cuadrá de Puertollano


Progreso moral y encuentro con el Otro en la Fuente Agria de Puertollano


   No hay opinión posible, ni ciencia, ni punto de vista, que no se apoye en un marco de valores. En Puertollano (España), mi pueblo, aprendí muchas cosas de niño, y siempre es una referencia obligada para mí cuando racionalizo la sociedad en la que me tocó nacer y crecer.
    Uno de los grandes problemas que tienen las organizaciones, es la transmisión de información a toda su base social. Invierten grandes recursos en hacer llegar las instrucciones oportunas y en la mayoría de los casos se tiene que poner especial empeño en corregir las desviaciones producidas. Imaginemos la complejidad que supone llevar a todo el personal que trabaja en un Complejo Petroquímico las directrices en cualquier materia, bien sea laboral, de producción, de seguridad o cualesquiera otras de análoga naturaleza. O la dificultad de cualquier Gobierno en hacer llegar a los ciudadanos las campañas que organiza. Al mecanismo informativo, hay que sumarle la tarea de crear normas para el correcto funcionamiento de las cosas. Pensemos a modo de ejemplo en que los cometidos que realizamos emanan de unas ordenanzas propias. Y si especulamos un poco más llegamos al mundo del Derecho, lleno de leyes, coerciones y disposiciones escritas.
   Pues bien, de niño aprendí sin que me conste que esté legislado en ningún sitio, que uno de los caños de la Fuente Agria de Puertollano se reservaba con prioridad a la gente que simplemente quería beber un vaso de agua o un jarro de los de uso público. Eran tiempos de mucha espera para llenar botellas que llevar a casa, e incluso una especie de oficio para personajes entrañables y de sobra conocidos como El Tota o Enrique de la calle San José. Aún seguía en pie nuestra Plaza de Toros y la calidad del agua era excelente, si bien los mayores hablaban de un tiempo en el que el agua brotaba con muchísima más fuerza y gas natural. Después, con el derribo del coso taurino, vino una de nuestras leyendas urbanas: la cimentación del Edificio Tauro había dañado el manantial.


   Pero lo esencial es recalcar, al margen de estas notas cargadas de sentimiento, que es la ciudadanía la que decide el caño que debe reservarse para beber y permitir su uso a la gente sin necesidad de guardar el turno. Ese acto nos individualiza frente a la masa, nos humaniza, nos lanza al encuentro con el Otro pues requiere el esfuerzo de atención previo de verificar el único deseo de beber agua. La escena nos obliga a no permanecer fríos, insensibles, sin alma, pues la costumbre conlleva la exigencia de lo justo, es decir, si quieres llenar envases, guarda la cola. Parece una escena trivial, pero es todo un canto a la individualidad, que nos hace mejores y más sensatos que cuando formamos parte de la masa. La Fuente Agria nos humaniza y nos obliga a hacer una pausa para dialogar con nuestros vecinos, es pues un ejemplo de cómo un pueblo crea normas consuetudinarias sin necesidad de imponerlas por ley, y de la sabiduría popular para mantenerlas.
   Ahora bien, ¿cómo ha sido posible esa tradición? Sin duda de nuestra idiosincrasia, de la elección del diálogo con nuestros semejantes en los años de fuerte crecimiento económico. Puertollano no optó por blindarse ante las costumbres de otros pueblos, ni mucho menos entabló enemistad alguna. Ese es el gran milagro, el sincretismo que nos ha forjado un carácter. Jamás escuché un término despectivo para referirse a los inmigrantes que venían a nuestro pueblo a trabajar. Esa es nuestra grandeza, el elevar a norma la máxima de nadie es más que nadie, es decir, ser un pueblo con alma, con Espíritu que te envuelve y fagocita. Mi padre, el Espartero, nacido en la provincia de Badajoz, siempre se sintió puertollanero y nuestros mayores no suelen abandonar la ciudad para retornar a su tierra cuando se jubilan.
    El Hombre es un animal social, ahora bien a lo largo de la Historia ha definido sus relaciones con los pueblos vecinos de tres formas distintas: conflicto (a menudo bélico), aislamiento (con murallas o estrategias defensivas de la cultura) o el abrazo y el diálogo. Solo los que luchan se abrazan, como diría Hegel y ahí reside la clave del progreso ético. Pero ese abrazo, que es la búsqueda de la paz perpetua en el sentido Kantiano, solo puede darse cuando el diálogo se establece sobre la aceptación del Otro, cuando comprendemos que la razón y la verdad en última instancia y parafraseando a Borges es una mera extravagancia. Siguiendo el ejemplo del caño de la Fuente Agria, no se podría haber aceptado pacíficamente su uso, si algún grupo social se hubiese erigido en legítimo dueño por razón de estatus o linaje.
   Esa es la clave por la que las civilizaciones en última instancia no conviven de manera pacífica, porque acceden al Otro desde sus valores, y ya sabemos que hay convicciones que generan evidencias (Proust dixit). Ese buenismo es posible solo desde la aceptación del Otro, eliminando el etnocentrismo, y desde la lucha, es decir, sin caer en la ingenuidad de que vivimos en el mejor de los mundos posibles, pues ya sabemos que ello conlleva en última instancia al desengaño y a cultivar nuestro jardín, es decir a la huida de nuestros semejantes.
   El ser humano no ha conseguido que la cultura suprima la barbarie, sino que la ha perfeccionado como nos enseñó Voltaire. El progreso reside pues, más en la eticidad de las costumbres y en el abrazo al Otro,que en las Instituciones, pues éstas en última instancia siempre producen normas, pero no eliminan la insociable sociabilidad del ser humano. Y es que sigue siendo vigente la máxima de Adorno, la única Utopía posible del ser humano, es acercarse al Otro, sin miedo.

 Entrada La chimenea cuadrá de Puertollano