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viernes, 19 de febrero de 2016

El milagro de la luz equinoccial en el Camino de Santiago.




  Todas las iglesias románicas del Camino de Santiago están orientadas con su cabecera mirando al oriente. Vamos a resumir los conceptos básicos arquitectónicos destacando de antemano que cualquier templo consta de cuatro dimensiones: longitud, latitud, altitud y profundidad, anudadas como símbolos a las cuatro Virtudes Cardinales: Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza. Seguimos al sacerdote Antonio Lobera y Abió en su libro El porqué de todas las ceremonias de la Iglesia y sus misterios:

  “Todos los templos e iglesias son símbolos de la figura del cuerpo humano; y así como éste en cada parte representa una maravilla de su Creador, en la iglesia cada parte representa un prodigio... el Altar Mayor es la cabeza, los dos colaterales son sus brazos y manos, lo restante del templo de nuestra visible iglesia es el cuerpo. Las iglesias se edifican a modo de una nave porque lo mandó San Clemente en sus Constituciones, por haberlo ordenado en esta misma forma los Apóstoles. En la nave podemos mirar simbolizada la caridad, ésta se extiende, se esparce y se dilata hasta amar y recoger a los enemigos... En la nave de la iglesia lo primero que se idea es la puerta porque en ella está simbolizado el mismo Cristo, según lo que dice su Majestad: Yo soy camino, verdad y vida; yo soy la puerta y el portero. Yo soy el Pastor y me conocen mis ovejas, y yo las conozco. Nadie se salvará si no entra por esta puerta, en la cual está simbolizado también el Bautismo, y San Agustín por ello lo llama puerta... la puerta es también figura de la observancia de los Mandamientos que son la puerta de la vida eterna.
  ¿Por qué mira la puerta hacia el Oriente? Porque era costumbre en la antigua Iglesia Romana, y se observa desde los primitivos Padres el fundar las Iglesias que miren hacia el Oriente, esto es, que la cabeza, que es el Altar Mayor, mire hacia la puerta oriental. Mi Angélico Maestro dice, que debe mirar hacia el Oriente por la Divinidad, que está simbolizada en él; allí plantó Dios el Paraíso terrenal a nuestros primeros Padres, Cristo Señor Nuestro padeció mirando a la parte del Oriente. El papa Virgilio mandó que todos los sacerdotes celebraran la misa y los Divinos Oficios mirando hacia el Oriente, y Cristo Nuestro Bien es la luz eterna del Padre, y es el verdadero Oriente como cantó Zacarías, y afirma San Lucas... Los levitas al poner el Arca en el Templo de Salomón, la colocaron hacia el Oriente... El profeta Ezequiel dice que a los veinticinco años del cautiverio de Israel fue arrebatado del Señor y que le mostró un monte muy alto sobre el que había un edificio de una ciudad; que entrando vio un mancebo a la puerta que era el Hijo de Dios, y después de haberle mostrado todas las partes del edificio, le llevó y guió a la puerta, que miraba hacia el Oriente, por donde entraba la gloria del Dios de Israel. Del oriente vendrá Cristo Señor Nuestro a juzgar nuestros pecados el día del Juicio”.
  Según Juan Pérez Valcárcel: “El problema de la orientación interesó de antiguo a los investigadores y quedó aparentemente zanjado cuando Nilssen, a partir de la medición de las orientaciones de 211 iglesias románicas, llegó a la conclusión de que se replanteaban el día de la fiesta del santo titular de la iglesia.... Dicha hipótesis no es suficientemente consistente, al menos en el área comunicada con el románico europeo a través del camino de Santiago, por lo que si no se adoptó es porque no debía ser una tendencia generalizada”. Sea como fuere, el hombre de la Europa medieval no entendía el mundo como el hombre laico occidental de nuestro tiempo, y su concepción del universo era teocéntrica, y se manifestaba como una teofanía, como manifestación de la omnipotencia divina. Los templos románicos se edificaban en armonía con la naturaleza y se replanteaban con estacas buscando la proyección de sus sombras para ajustarlas debidamente al este. La orientación hacia el amanecer constituía igualmente un símbolo de la Resurrección de Cristo y de la Segunda Venida, la parusía. Recordemos que la parusía es dogma de fe y que así lo rezamos en el Credo: “subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre Todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos”. El este pues es el renacer, la vida, en contraposición con el oeste, el mundo de los muertos, ultreia los mares donde el sol se escondía.

  “La Jerusalén celestial ha sido creada por Dios al propio tiempo que el Paraíso; por tanto, in aeternum. La ciudad de Jerusalén no era sino la reproducción aproximada del modelo trascendente: podía ser mancillada por el hombre, pero su modelo era incorruptible, no estaba implicado en el tiempo. «La construcción que se encuentra actualmente en medio de vosotros no es la que ha sido revelada en mí, la que estaba dispuesta desde el tiempo en que me decidí a crear el Paraíso y que he mostrado a Adán antes de su pecado» (Apocalipsis de Baruck, II, IV, 3-7). La basílica cristiana y después la catedral recogen y continúan todos estos simbolismos. Por una parte, la iglesia es concebida como imitación de la Jerusalén celeste, y esto ya desde la antigüedad cristiana; por otra, reproduce el Paraíso o el mundo celestial. Pero la estructura cosmológica del edificio sagrado perdura todavía en la conciencia de la cristiandad: es evidente, por ejemplo, en la Iglesia bizantina. «Las cuatro partes del interior de la iglesia simbolizan las cuatro direcciones cardinales. El interior de la iglesia es el Universo. El altar es el Paraíso, que se encuentra al Este. La puerta imperial del santuario propiamente dicho se llamaba también la "Puerta del Paraíso". Durante la semana pascual, esta puerta permanece abierta durante todo el servicio; el sentido de esta costumbre se explica claramente en el Canon pascual: Cristo ha resucitado de la tumba y nos ha abierto las puertas del Paraíso. El Oeste, al contrario, es la región de las tinieblas, de la aflicción, de la muerte, de las moradas eternas de los muertos que esperan la resurrección de los muertos y el juicio final”. -Mircea Eliade-. Lo sagrado y lo profano.

  En el Camino Francés y en el Camino Sanabrés en los equinoccios de primavera y otoño, acontecen los milagros de la luz en la iglesia del monasterio burgalés de San Juan de Ortega y en la iglesia de Santa Marta de Tera en Zamora. Un rayo de la luz equinoccial penetra por una ventana y recorre durante unos minutos los capiteles en secuencia cinematográfica. Para que este fenómeno sea posible, como afirma Nazario Ballesteros Miguélez, escultor nacido en Santa Marta de Tera y dedicado a la recuperación de su templo románico, deben calcularse la orientación del ábside, la distancia del capitel al centro del óculo, y conocer la incidencia de los rayos del sol a la hora programada el día del equinoccio. ¿Cómo pudieron efectuarse estos cálculos en el siglo XI? Tal vez sea mejor pensar que son un milagro más del Apóstol. Si aceptamos que los cálculos son obra de Santiago el Mayor, tal vez debamos preguntarnos por su simbología. En palabras de Nazario Ballesteros: Respecto a su simbología hay distintas opciones: algunos dicen que se trata del alma de Santa Marta virgen y mártir, cuya festividad se celebra el 23 de febrero; otros aseguran que se trata del alma justa de cualquier cristiano que es elevada al cielo por los ángeles; y alguna otra opinión como: los ángeles presentando a Dios el molde de Adán. Y por último, el que suscribe, mantiene que se trata de “la Gloriosa Resurrección de Cristo convertido en Luz”, simbolizada en la iluminación que recibe el capitel de los rayos del Astro Sol que ilumina el mundo EGO SUM LUX MUNDI. Yo soy la Luz del Mundo. Esta hipótesis se basa en algo físico que podemos observar en la figura humana de la mandorla en el empeine de los dos pies; unas huellas que podrían interpretarse de los clavos de la Crucifixión de Cristo. En cualquier caso, no debemos olvidar el sentido profundo que se manifiesta en el capitel. La ascensión del alma humana en busca del encuentro místico con la Luz”.

  En San Juan de Ortega, la luz equinoccial ilumina la Anunciación. “Hemos dicho que tanto María como Gabriel adoptan una postura expectante hacia el exterior. ¿A quién esperan y qué es lo que miran ambos? Sencillamente, al que falta, al Espíritu Santo. Porque el Espíritu de Dios aparece en San Juan de Ortega dos veces al año en forma de rayo de sol, es decir, de luz. Luz que fecunda e ilumina. Luz que nos abre unas perspectivas metafísicas y simbólicas inusitadas. He aquí la genialidad, la grandeza y la profundidad del Maestro de San Juan de Ortega, el primer maestro constructor que utiliza con pleno conocimiento de lo que hace la intangibilidad de la luz para transmitir el más sublime mensaje de la historia de la Humanidad: la voluntaria entrada del Intemporal en el tiempo del hombre, de lo Infinito en lo finito, de lo Desmesurado en lo continente”. -Jaime Cobreros-.

  Después de hacer un resumen de los conceptos necesarios para entender el fenómeno de la luz equinoccial, no podemos dejar de rendir homenaje a quienes descubrieron milagrosamente estas maravillas. En 1997, el párroco de Santa Marta de Tera, D. Julián Acedo Carbajo difundió el portento. El momento exquisito de contemplación y éxtasis nos describió cómo llegó a descubrirlo: “Yo leí en una revista, Vida Nueva creo que se llama, que es una revista del clero, unos reportajes que venía haciendo sobre el románico francés. Y entre unas cosas que decía, no sé exactamente si hablaba de la luz equinoccial, lo cierto es que me dije que aquí en el románico podía darse ese fenómeno también, y lo estuve persiguiendo desde el mes de marzo. Miraba por las ventanas, tampoco estaba todo el tiempo aquí. Y hasta que por pura casualidad, como venía y miraba todos los días lo percibí por el óculo que mira hacia oriente”.

  Jaime Cobreros nos describe igualmente cómo descubre el haz de luz sublime de San Juan de Ortega: “En 1974 siendo unos jóvenes estudiantes de Arte Juan Pablo Morín y yo, estábamos haciendo el Camino para preparar un libro que iba a ser El Camino iniciático de Santiago. Lo íbamos recorriendo varias veces de un lado para otro haciendo etapas distintas, y recalamos una tarde en San Juan de Ortega, una aldea pasados los Montes de Oca en dirección a Burgos. Había un párroco que estaba casi ciego, D. Miguel Alonso ya muy mayor que nos atendió muy bien y nos abrió las puertas, y al salir nos comentó que cuando él veía había observado que sucedían algunas cosas como que por las festividades de San José y de San Miguel, se iluminaba el capitel de la Anunciación. Me dí cuenta de que el párroco estaba hablando de los equinoccios y acudimos mi amigo y yo nuevamente en el otoño a San Juan de Ortega y coincidimos con un matrimonio madrileño que estaba allí casualmente a los que quisimos explicarles un poco el tema del fenómeno, y contemplamos con asombro cómo el rayo de sol fue subiendo por la tarde e iluminó pasados cinco minutos de las seis el capitel de la Anunciación”.
  La luz como metáfora del Camino, de renovación espiritual, de guía, de conocimiento, de transformación interior: “y la vida era la luz de los hombres; la luz resplandece en las tinieblas” Jn 1, 4-5. San Agustín concibió la Teoría de la iluminación como la verdad que irradia desde Dios sobre el espíritu del hombre. No se trata de una iluminación sobrenatural, de una revelación, sino de algo natural. “No busques fuera. Vuelve hacia ti mismo. En el interior del hombre habita la verdad. Y si hallas que también tu propia naturaleza es mudable, trasciéndiete a ti mismo”. En el Camino y en nuestras iglesias del milagro de la luz, podemos llegar de manera afilosófica a solucionar el problema epistemológico (conocimiento) recurriendo a lo divino, a lo milagroso, a lo sublime que nos penetra por los sentidos. Pero también la luz equinoccial es un encuentro apriórico con el espíritu donde las ideas y razones como pensaba San Agustín no las tiene la mente humana como propias sino que pertenecen a un ulterior y más hondo fundamento, al espíritu de Dios.
  Santa Marta de Tera y San Juan Ortega son el oriente, las puertas del Paraíso en esa peregrinación hacia el occidente. El Camino hoy como antaño es un camino de transformación, de luz interior, o no es. Y toda transformación exige un morir para renacer renovado. El Camino por tanto es un viaje final de oca a oca que va desde la visita a la tumba del Apóstol Santiago el Mayor hasta la tumba del sol engullido por el Mar Tenebroso, donde se creía que iban las almas cuando se morían, metáfora de la vida y de la muerte, frontera entre el mundo terrenal y el infierno que se encontraba donde el sol se escondía, y el edén, ultreia los mares. Pero antes de llegar a la meta, bien a Santiago, bien al Finisterre, disfruta peregrino y abre las puertas del Paraíso. ¡Buen Camino!

    Les dejo estos enlaces de vídeos del milagro la luz en Santa Marta de Tera y San Juan de Ortega.