Psique y Cupido
La belleza de la mortal Psique enfureció a Venus y mandó a su hijo Cupido para que le lanzará una flecha que terminara por enamorarla de un hombre feo y perverso. Pero Cupido se pincha accidentalmente en un dedo y se enamora de ella. Violando los requerimientos de Venus, se casa con Psique en secreto y la lleva a su castillo gozando de ella en la oscuridad con el objeto de que no pudiese conocer su identidad.
Una noche Psique, a la luz de una vela consigue ver el rostro de Cupido y se pincha accidentalmente con una de sus flechas enamorándose también perdidamente de él.
Venus se entera del engaño y decide la muerte de Psique, pero Júpiter le hace beber un brevaje y consigue la inmortalidad de Psique sellando a perpetuidad su matrimonio.
Diana y Eudimión
Condenado por Júpiter a un sueño eterno que lo conserva joven y atractivo, Eudimión duerme recostado sobre una roca. A su izquierda, Cupido pide silencio para no despertarle porque la diosa Diana, enamorada del pastor (asimilada en esta escultura a Selene -la Luna-), ha venido como cada noche tan solo para contemplarle y darle un casto beso habida cuenta de que debe permanecer virgen.
(Diana es la diosa virgen de la caza, protectora de la naturaleza y la Luna. Su equivalente griega es Artemisa).
Francisco de Goya. Alegoría de la Villa de Madrid 1810
Esta obra tiene una especial significación fruto de su accidentada historia.
Representa a una matrona coronada, encarnación de la Villa de Madrid, que sostiene en su mano derecha el escudo de la capital mientras señala con la izquierda un medallón con la inscripción "Dos de Mayo". A sus pies aparece representado un perro, símbolo de la Fidelidad y sobre ella la Fama y la Victoria con sus atributos característicos.
El óvalo sostenido por la figura de la derecha resume, como en un palimpsesto, los excepcionales avatares del siglo XIX español y madrileño. Si, inicialmente, en 1812, por encargo del Ayuntamiento, aparecía allí representado José I, con la primera evacuación francesa de Madrid su efigie fue sustituida por la leyenda "Constitución", que volvió a ser borrada de nuevo en beneficio del retrato del del rey francés, realizado con ocasión de su retorno a Madrid, por Felipe Abas. Su salida definitiva en 1813 motivó la restauración de la mencionada leyenda, que será sustituida en 1814 por un mediocre retrato de Fernando VII, de autor desconocido. En 1823, tras el el paréntesis del Trienio Liberal, Vicente López retrataba de nuevo al rey, que permanecerá allí hasta 1843, momento en el cual el Ayuntamiento decidió sustituir su imagen por la leyenda "El Libro de la Constitución". Finalmente, en 1872, Vicente Palmaroli recibió el encargo de modificar dicha leyenda por la que actualmente muestra.
500 años antes del nacimiento de Qin Shi Huang, China no existía. En su lugar había un mosaico de más de cien estados y señoríos feudales, gobernados por familias que competían por prestigio, por poder y tierras.
Basándose en la filosofía legalista de sus ancestros, Qin Shi Huang instaura un sistema político fuertemente centralizado. Las nuevas provincias son administradas por gobernadores y comandantes afines, que aplican leyes y cobran impuestos. Nada escapa al control del imperio. Quienes sirven al emperador acumulan premios; los que desobedecen las normas reciben severos castigos.
La estrategia política y propagandística, la burocracia y la estandarización que comienzan en el período Qin (221 - 206 a.C.) inician una transformación que continuará durante la dinastía Han (206 a.C. 220 d.C.) y llega hasta nuestros días.
El reino de Qin, que había comenzado su historia como un modesto estado en la periferia, crece y se afianza a base de guerra y diplomacia. En este entorno crece Zhao Zheng, consciente de que o dominas o serás derribado. En 246 a.C., tras la muerte de su padre y siendo aún adolescente, Zheng se convierte en el rey de Qin, y se pone al servicio del estado con la victoria como única ambición.
En 221 a.C., apenas una década después de su proclamación como primer emperador, Qin Shi Huang murió. Consciente de su llamada a gobernar eternamente, el emperador había dejado preparado cerca de Xi´an un palacio en el centro de un imperio subterráneo en el que viviría para siempre. Allí sigue hoy, protegido por un ejército de terracota.
Las tumbas son microcosmos del mundo de los vivos. Los muertos se llevan todo lo necesario para asegurar su vida póstuma. Los más pudientes son enterrados en tumbas que son como viviendas, equipadas con sus sirvientes, concubinas, caballos, bronces, hornos, lámparas, instrumentos musicales, comida y bebida.
Un ejército de 8000 guerreros, 500 caballos, 130 carros de combate protegen el mundo subterráneo del primer emperador en Xi´an. Armados, vestidos y peinados según su rango, y colocados en formación de batalla, los soldados miran hacia oriente quizás a la espera de enemigos vengadores.
Los guerreros de terracota no fueron creados para ser vistos con ojos de este mundo: inmediatamente, fueron enterrados para defender a su emperador eterno. Durante más de 2200 años, nadie tuvo la perspectiva que tienen hoy los visitantes. Las figuras son de cerámica pero portaban armas de bronce auténticas.
Los primeros guerreros de terracota se descubrieron por casualidad en 1974 cuando unos campesinos excavaban en un pozo.
El mausoleo de Yangling, cerca de Xi´an, demuestra la influencia del primer emperador en la manera de entender la muerte. A pesar de pertenecer a la dinastía rival de los Han, el emperador Jing (188-141 a.C.) y la emperatriz Wang imitaron al emperador Qin y se hicieron enterrar igualmente con un ejército de miles de soldados, eunucos, sirvientes, músicos y acróbatas de cerámica, además de animales y modelos de armas, carros, herramientas y adornos personalizados. Descubierto por casualidad durante la construcción de una autopista, este yacimiento demuestra la continuidad del legado Qin y Han, que perduraría durante siglos.



