Hace
millones de años, nuestros antepasados caminaban apoyando las manos
en el suelo. Eran tiempos en los que aún éramos cuadrúpedos, y en
la hominización jugó un papel esencial la bipedestación.
Hoy
en día, los antropólogos continúan estudiando la evolución humana
hasta la irrupción del homo sapiens, pero desconocen que fueron los
más pequeños quienes empezaron a usar las manos liberadas de la
acción locomotora. Todo comenzó en Jugalandia, una tierra bañada
por un fértil río, con abundante vegetación, caza y excelente
temperatura.
Los
niños se aburrían y aturdían con constantes brincos a sus
cuidadores porque les impedían realizar las tareas
diarias sin sobresaltos. Una noche se reunieron en la orilla del río los más sabios
del lugar con la finalidad de buscar una solución para entretener a
sus hijos y poder disfrutar de momentos de descanso y trabajar sin
perturbaciones. Los debates fueron largos y parecía que no se
encontraba solución alguna.
Tras
un largo silencio, Juguete, que era uno de los más juiciosos de los
allí presentes, se levantó y se dirigió a sus compañeros en los
siguientes términos:
– La
solución está en que ocupemos sus manos con algo y de esta forma,
caminarán solo con los pies. Les haremos jugar y que se lo pasen bien haciéndoles
transportar con ellas la comida y las cosas que necesitemos en
nuestros desplazamientos.
La
idea convenció a todos, pero Muñeca, mujer de extraordinaria
sagacidad, intervino objetando que las manos desarrolladas para ser
soporte en el movimiento, necesitarían de un período de aprendizaje de
habilidades de los dedos antes de que los pequeños pudieran realizar cualquier tipo de actividades.
Y
de esta forma, Juguete y Muñeca fueron aclamados por unanimidad y se
les liberó de cooperar en los trabajos comunitarios con el
objetivo de quedar al cuidado de los pequeños y enseñarles a manejar sus manos. A partir de entonces, los niños aprendieron a usarlas con
juguetes y muñecas, que tomaron sus respectivos nombres en honor de sus mentores.
Como los niños aprendieron a moverse erguidos y a llevar sus manos
libres, los mayores decidieron imitarlos y con el paso del tiempo
consiguieron fabricar utensilios y armas para cazar. En Jugalandia
los hombres aprendieron que el juego suponía crear un mundo
inventado sobre el dominio del espíritu, junto al que les brindaba
la naturaleza tangible.
Descubrieron
que el acto de jugar estaba al margen de las obligaciones diarias, de
las normas, de la verdad, de lo bueno y de lo malo, y que jugar les
hacía libres. Pero también aprendieron a recorrer largas distancias
en busca de alimentos y en consecuencia, a alejarse de las familias.
Los
niños habían conseguido liberar las manos aprendiendo a jugar con
ellas, y los mayores habían aprendido a elaborar útiles y recorrer
largas distancias al poder portar sus herramientas en búsqueda de
mejores lugares y condiciones de vida. La especialización del
trabajo y el fenómeno migratorio asociado se fue imponiendo
produciendo un sentimiento de nostalgia y tristeza por el alejamiento
de los seres queridos.
Así
ocurrió, y los más jóvenes se alejaban cada día más de sus
mayores explorando nuevos territorios. Todos sentían una inmensa
gratitud hacia Juguete y Muñeca porque gracias a su labor, sus manos
podían ocuparlas transportando enseres, y al caminar con la mirada
alzada, oteaban mejor los matorrales y divisaban con antelación a
los animales depredadores. Transcurrió mucho tiempo y cada vez más,
las familias se distanciaban con los ritos de paso asociados a la
marcha de sus hijos de casa, en busca de su propia independencia, lo
que produjo una profunda pena.
Padres
y abuelos sentían un gran pesar al comprobar que no regresaban los hijos y nietos a sus
hogares y que las cartas, noticias y albricias recibidas eran
insuficientes porque no podían acariciar, sentir ni mirar a sus
seres más queridos. Las personas comenzaron a disponer de mayores
comodidades materiales, mas nada impulsaba a reunirse de vez en
cuando a las familias.
Pero
quiso Dios traer al mundo a su Hijo y su Espíritu, hacerse Hombre y
habitar entre nosotros. Su luz, es la luz del mundo (Jn 8,12) y nos
enseñó que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no
entrará en él (Mc 10, 15). Su omniscencia le hacía sabedor de la
importancia de los niños y de las cosas que ocurrieron en
Jugalandia.
El
Espíritu se instalaría en nuestros corazones y se convertiría en
el motor del mundo, de manera que en Navidad, su fuerza nos impelería
a reunirnos en una mesa junto a la familia, llenos de buena voluntad
y compasión. Pero la naturaleza del Espíritu es inmaterial y la
ceguera de los hombres impedía desentrañarlo. Jesús ya había
advertido a sus discípulos que hablaba por medio de parábolas a la
gente porque “a vosotros Dios os ha dado a conocer los misterios
del reino de los cielos, pero a ellos no” (Mt 13,11), por ello
grandes sabios como Aristóteles se encargaron de ilustrarnos:
“El
escaso concepto que podemos alcanzar en lo referente a las cosas
celestes, nos proporciona, debido a su excelencia, más placer que
todo nuestro conocimiento sobre el mundo en que vivimos, de la misma
manera que la ojeada furtiva de las personas a quienes amamos es más
deliciosa que la plena contemplación de otra cosa cualquiera, sea
cual fuere su número y dimensiones”.
El
Niño Dios terminó atrapándonos en una mesa para impulsarnos a
volver a casa por Navidad, pero tuvo que contar con la complicidad de
los más pequeños. Sabedor de que Juquete y Muñeca les habían
enseñado a no aburrirse jamás y que jugando con sus manos podían
crear mundos de fantasía y libertad, reunió un día a los Reyes Magos y les ordenó que en lo sucesivo, para celebrar su Epifanía,
repartieran regalos y que los dejaran en todas las casas.
El
Niño Dios igualmente había acordado en reunión secreta con los
niños, que como antaño en Jugalandia, dieran toda la lata posible a
los padres y así obligarlos a regresar a sus hogares para disfrutar
de los presentes recibidos. Naturalmente obró el milagro, y en unas
Navidades hace mucho tiempo, al amanecer de la Noche Mágica, las
viviendas quedaron inundadas de juguetes.
Los
pequeños al recibir la noticia y en complicidad con el Niño Dios,
dieron la tabarra y obligaron a sus padres a llevarlos junto a los
abuelos. Papá Noel no quiso ser menos y se sumó al proyecto en las
Navidades siguientes. El Consejo de sabios volvió a reunirse y en
gratitud hacia los niños por habernos enseñado a liberar las manos
de la locomoción, y por haber conseguido reunir a las familias, tras
una declaración solemne, les otorgó una Carta de derechos del niño como el de jugar, el de tener una familia, y el de
protegerlos contra el trabajo infantil.
Y
es que después de aprender a caminar y recorrer muchos caminos con
las manos libres, necesitamos de la Navidad para descansar,
reflexionar y reunirnos juntos a los seres queridos.
La
recomendación de Jesús de recibir su reino como un niño es la
clave.
¿Cómo
definir la Navidad? ¿Cómo no identificarla con la infancia?
Quizá
sólo sea cuestión de vivirla. Así que estas Fiestas hay que
atraparlas, disfrutarlas y conservar su Espíritu. Y si no es nuestro
momento particular, siempre habrá otra oportunidad en las siguientes. Congregarnos, ojear
furtivamente a las personas importantes en nuestra vida, compartir
nuestras inquietudes, miserias y alegrías es tal vez una experiencia
que solo podamos vivir en Navidad.
Y
todo comenzó porque en Jugalandia, los niños antes de aprender a
jugar, se aburrían y obligaron a adoptar una estrategia a los
mayores que terminó por liberarnos del encadenamiento de las manos
al suelo. Y muchos años después, otro Niño, impulsó a modo de
soplido etéreo y universal su Espíritu en forma de fuerza
gravitatoria que nos obliga a volver a casa.
Si
no lo percibimos, observemos el cielo: la estrella de oriente siempre
ilumina nuestro hogar en Navidad.
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