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martes, 26 de diciembre de 2017

El 25 de diciembre es Navidad. Que no nos cuenten otras historias


 “Históricamente, la verdadera fecha del nacimiento de Jesús permanece bajo un velo de incertidumbre que no han podido levantar ni la historia romana, ni el censo imperial de aquella época, ni la investigación de siglos posteriores…”                 -L´Osservatore Romano.-

  Un factor que promovió la astronomía en la Edad Media fue la necesidad de reformar el calendario juliano porque había acumulado errores durante un milenio y medio adelantándose el equinoccio de primavera diez días antes de la cuenta. Copérnico adujo como una de sus razones de su innovación la inexacta determinación del año tan importante para el calendario, sin embargo la reforma gregoriana  en 1582 fue fruto más de observaciones y datos empíricos que de las teóricas soluciones de Copérnico. Con Bernhardt Walther se había puesto en marcha en 1471 la tradición de los observatorios cristianos para solucionar el problema.
  La Historia se encargó también de su calendario. El antes y después de Cristo se fijó en el siglo VI y se aceptó en Europa en el siglo XI. El monje Dionisio el Exiguo fijó la cronología basándose en la fundación de Roma en el año 753 a.C. en el papado de Bonifacio ILos primeros cristianos no celebraban la Natividad de Jesús y hasta el siglo III no hay noticias sobre la fecha de su nacimiento. El primer testimonio indirecto de que la natividad de Cristo fuese el 25 de diciembre lo ofrece Sexto Julio Africano el año 221. A partir del siglo IV los testimonios de este día como fecha del nacimiento de Cristo son comunes en la tradición occidental, mientras que en la oriental prevaleció la fecha del 6 de enero. Fuente
  Hay un debate sobre si la Iglesia se apropió de la fiesta pagana del Deus Sol Invictus, si fue al revés, o si el cálculo de dicha fecha se estableció sobre los datos del evangelio de San Lucas 1- 26, 37: “Al sexto mes, envió Dios al ángel San Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una joven prometida a un hombre llamado José, de la estirpe de David; el nombre de la joven era María...No temas, María, pues Dios te ha concedido su favor. Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús...y su reino no tendrá fin. ¿Cómo será esto, si yo no tengo relaciones con ningún hombre? El ángel le contestó: el Espíritu Santo vendrá sobre ti...por eso el que va a nacer será santo...Mira, tu pariente Isabel también ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses”. Es decir, María fue concebida a los seis meses de la concepción de Juan identificada como el 31 del mes de Adar que corresponde a nuestro 25 de marzo, lo que nos lleva al 25 de diciembre.
 Pero como la verdadera fecha del nacimiento de Jesús permanece bajo un velo de incertidumbre, lo esencial a mi juicio no es enredarme en debates sino en subrayar que el natalicio de Cristo es el hecho más importante para muchísimas personas -Vid.- y que epifanía, Resurrección y escatología son por antonomasia los rasgos esenciales del cristianismo, parafraseando a Unamuno, sin proyecto de salvación y de vida eterna después de esta vida, ¿para qué Dios?

  “El hombre entra en conocimiento de lo sagrado porque se manifiesta, porque se muestra como algo diferente por completo de lo profano. Para denominar el acto de esa manifestación de lo sagrado hemos propuesto el término de hierofanía, que es cómodo, puesto que no implica ninguna precisión suplementaria: no expresa más que lo que está implícito en su contenido etimológico, es decir, que algo sagrado se nos muestra. Podría decirse que la historia de las religiones, de las más primitivas a las más elaboradas, está constituida por una acumulación de hierofanías, por las manifestaciones de las realidades sacras. De la hierofanía más elemental (por ejemplo, la manifestación de lo sagrado en un objeto cualquiera, una piedra o un árbol) hasta la hierofanía suprema, que es, para un cristiano, la encarnación de Dios en Jesucristo, no existe solución de continuidad. Se trata siempre del mismo acto misterioso: la manifestación de algo completamente diferente, de una realidad que no pertenece a nuestro mundo, en objetos que forman parte integrante de nuestro mundo natural, profano” -Mircea Eliade. Lo sagrado y lo profano.
  Defiendo las tradiciones, y dejo la puntería histórica al arquero, en otras palabras, la Navidad es un retorno a la infancia, un estado de complicidad social de buen rollo, un tiempo para reunirnos y nos gusta porque igual que el mar, nos evoca todas las cosas que nos gustan...y nos disgusta porque nos evoca todas las cosas que ya no pueden ser igual. Pero cada Navidad, entre los resúmenes del año que se va y los propósitos del venidero, nos cuesta vivir en el presente, y defender las cosas y principios en los que creemos. Es tan sencillo como desear lo que el corazón quiere mirándose al espejo. Lo de la paz, la felicidad y esos brindis al sol, lo dejo como Proust a las mujeres bellas, para los hombres sin imaginación. Me gustan las luces, los adornos, escribir a los Reyes Magos, las comidas de amigos y familiares y sentarme junto al plato de jamón. Y cuando la Navidad me disgusta por ese paraíso perdido, me siento como Víctor Hugo, a propósito de la melancolía, dichoso por sentirme desdichado.
  “Hemos llegado de nuevo a la Navidad, solemnidad litúrgica que conmemora el nacimiento del divino Salvador, colmando nuestro espíritu de alegría y paz. La fecha del 25 de diciembre, como sabéis, es convencional. (...) Conocemos con certeza el motivo y la finalidad de la Encarnación: el Hijo de Dios se hizo hombre para revelarnos la luz de la verdad salvífica y para transmitirnos su misma vida divina, haciéndonos hijos adoptivos de Dios y hermanos suyos”. -Juan Pablo II- 

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