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viernes, 16 de septiembre de 2016

Hay que salvar las apariencias. Eppur si muove



  Que nadie entre aquí si no sabe Geometría. En el dintel de la Puerta de su Academia Platón dejó claro que su proyecto era salvar las apariencias. Era una invitación a la aventura del saber de más largo recorrido en la Historia: unos dos mil años haciendo girar al Sol alrededor de la Tierra. La cosmología de Platón consistía en un sistema de esferas encajadas con la esfera terrestre inmóvil en el centro con su capa de agua y de aire, y la del cielo a continuación, limitado por la esfera de las estrellas fijas.
  Según cuenta Simplicio, Platón planteó a sus estudiantes de astronomía el siguiente problema: qué movimientos ordenados y uniformes hay que suponer para dar cuenta de los movimientos aparentes de los planetas. El proyecto era en suma componer geométricamente los movimientos armónicos simples, circulares y uniformes, que eran los que se correspondían con la idea de la eternidad y perfección de los astros divinos.

  Eudoxo ideó un sistema de veintisiete esferas (cuatro para los cinco planetas, tres para el Sol y la Luna, y una para las estrellas fijas, con lo cual el proyecto de Platón de un orden matemático circular en el desorden aparente de los cielos con los movimientos de los planetas (errantes), demostró que era posible. Sin embargo, las anomalías se fueron sucediendo.
  Aristóteles a diferencia de Platón atribuyó el orden de los cielos no a un Demiurgo, a un arquitecto distinto del mundo material, con Ideas y formas geométricas, sino como algo propio de los elementos que componen la materia. Si Platón se postulaba para estudiar la ciencia como el conocimiento de esas formas ideales más allá de la cúpula celeste, Aristóteles consideró que tales formas solo existían incorporadas a la materia.
  En Platón, las matemáticas y la geometría nos alejaban del mundo sensible y a concebir nuestros conceptos como representación o recuerdo; en Aristóteles las matemáticas y la lógica venían a ser el proyecto científico para la demostración de las verdades, el estudio de la naturaleza y la demostración de sus hipótesis. La naturaleza por tanto es necesaria según Aristóteles para el conocimiento científico. Mencionemos para centrarnos que este debate arranca con el viejo problema del cambio, Heráclito y Parménides, o cómo lo que no es puede llegar a ser manteniendo la identidad del sujeto (sin que sea una ficción como piensan los orientales,  el yo es una ficción). En otras palabras, parafraseando la metáfora de Heráclito, cómo puedo bañarme dos veces en el mismo río.
  Sea como fuere el prejucio del movimiento circular en el cosmos, de su incorruptibilidad frente al cambio en la Tierra y del geocentrismo se mantuvo vigente. En otras palabras, en la Tierra había fuego, aire, agua y tierra, y estaba sometida a cambios siendo una especie de centro del Universo impuro. Por el contrario, los cielos eran puros, libres de corrupción sometida a cambio, con movimientos circulares paradigma de la perfección, de la eternidad y como morada de dioses, del primum movens, del primum mobile o del Trono Celestial.
   Aristóteles al igual que Eudoxo y conforme a la tarea impuesta por Platón, salva las apariencias encajando las esferas en un sistema de éter incorruptible, el quinto elemento, transmitiendo el movimiento de la externa a la interna pero atribuyendo el movimiento propio, es decir el no transmitido a otra esfera, a su propio motor inmóvil, para evitar un regressus ad infinitum.
  Pero el De caelo lo completa con la Física y el maestro crea el paradigma del movimiento per saecula saeculorum. Para Aristóteles existían cuatro tipos de elementos que sufrían un movimiento natural que llevaba a que cada uno de ellos apuntara hacia su lugar natural. La tierra, hacia la tierra, el agua hacia el agua...Esto podía demostrarse en el hecho de que la tierra caía hacia abajo y se hundía incluso en el agua. Lo contrario ocurría con el fuego que se escapaba hacia arriba y el aire que se esparcía. De ello dedujo que cada uno de los elementos intentaba volver a su lugar natural, y como derivación tautológica pensó que el universo se dividía en círculos que se correspondían con esos lugares naturales, primero en el círculo tierra, luego en el del agua, a continuación en el del aire y por último en el del fuego. Esta explicación era muy válida para la experiencia sensorial. Pero junto a este movimiento natural, había otro movimiento violento que era producido por algo: una piedra arrojada por alguien sube hasta que comienza a caer. En otras palabras, los cuerpos no pueden salir de su reposo sin un motor y por ello, el movimiento forzado implicaba la existencia de un motor (el arco para la flecha por ejemplo) y la exigencia de que la acción del motor debería prolongarse tanto como el movimiento mismo, es decir, que si se detenía la causa (el motor), se detenía el efecto (el proyectil en movimiento). Pero como también se daba una resistencia del medio a través del que se movía el móvil, llegó a la conclusión de que el vacío era imposible, horror vacui. La teoría aristotélica del movimiento quedaba vinculada indisolublemente a la idea de un espacio finito y completamente lleno.
  ¿Hacia dónde condujo la física de Aristóteles? Pues a la imposibilidad de sacar a la Tierra del centro del universo, ya que obviamente se invalidaría su teoría de que todas las cosas caen hacia ella y no hacia la Luna por ejemplo, ¡qué pena para poetas y enamorados! Por otra parte, la inmovilidad de la Tierra se podía demostrar con experimentos sencillos: una dama que arrojase en la noche desde su ventana la llave del dormitorio a su amante caería en la vertical junto a sus pies. Ahora bien, ¿por qué los planetas no caían hacia la Tierra según Aristóteles? Pues porque en el espacio se daba la perfección, con movimientos circulares eternos e inmutables a la manera en los que concibió Platón con esferas engarzadas transmitiendo el movimiento y ese espacio estaba formado por el quinto elemento, el éter.
  La contribución en la misión de salvar las apariencias, tiene en el Almagesto de Ptolomeo su mejor performance donde se recopila la parte esencial de los logros de la astronomía antigua y se sistematiza dando una explicación completa, detallada y cuantitativa de los movimientos celestes.
 “El problema de los planetas se había convertido en una simple cuestión de disposición de los diversos elementos que entraban en juego, problema que se atacaba básicamente a través de una redistribución de los mismos. La pregunta que se planteaban los astrónomos era: ¿qué combinación particular de deferentes, excéntricas, ecuantes y epiciclos puede explicar los movimientos planetarios con la mayor simplicidad y precisión? (…) El universo de las dos esferas fue un guía muy útil para intentar la resolución de los problemas tanto interiores como exteriores que tenía planteados la astronomía. Hacia finales del siglo IV antes de nuestra era, se aplicó no solo a los planetas, sino también a problemas terrestres, tales como la caída de una hoja o el vuelo de una flecha, y problemas espirituales, como el de la relación del hombre con sus dioses. Si el universo de las dos esferas, y en particular la idea de una Tierra central e inmóvil, parecía ser por aquel entonces el ineludible punto de partida para toda investigación de carácter astronómico, se debía ante todo a que el astrónomo no podía alterar en sus bases el universo de las dos esferas sin que a un mismo tiempo se subvirtieran tanto la física como la religión.”- Thomas S. Kuhn-
  Estaba claro que para poner la Tierra en movimiento y desplazarla del centro del Universo, había que refutar la física aristotélica y apagar el fuego de las hogueras inquisitoriales.
 La Iglesia Católica tardó bastantes años en reaccionar a la teoría copernicana. En apariencia era inocua, no se afirmaba que la Tierra giraba alrededor del Sol, afirmaba que en el sistema aristotélico- ptolemaico era más fácil considerar a la Tierra en movimiento y evitar los epiciclos y deferentes. Hasta 1606, el De revolutionibus no fue puesto en el Índice de Libros Prohibidos. Los protestantes también reaccionaron porque su interpretación literal de la Biblia entraba en conflicto con una tierra en movimiento.

   La respuesta de Pablo V y su equipo de expertos fue el dictamen del 24/02/1616 según el cual el heliocentrismo era una proposición estúpida, absurda en filosofía y formalmente herética; mientras que la que la atribuía movimiento a la Tierra "recibe la misma censura en filosofía y, en lo concerniente a la verdad teológica, es al menos errónea en la fe".
  ¿Qué estaba en juego? Obviamente mucho más que la representación del universo o unas líneas de la Biblia, en especial Josué 10- 12-13: “El mismo día en que el Señor entregó a los amorreos en poder de los israelitas, Josué se dirigió al Señor y dijo: ¡Sol, detente sobre Gabaón! ¡Y tú, luna sobre el valle de Ayalón! Y el sol se detuvo y la luna se paró hasta que el pueblo se vengó de sus enemigos. Todo esto está escrito en el Libro del Justo. El sol se detuvo en el cielo y tardó un día entero en ponerse”. El drama de la vida cristiana y la moralidad edificada sobre la cultura judeocristiana no podía adaptarse a un universo en el que la tierra fuera un mero planeta. ¿Qué pasaría con la caída del hombre en el pecado y su redención si había otros planetas en los que la bondad de Dios habría querido que fueran habitados igualmente por seres humanos? Y si ello fuera así ,¿cómo podrían descender también de Adán y Eva y cómo habría tenido allí lugar la presencia de Cristo? Por otra parte, si los cielos no eran perfectos, ¿cómo podría tener allí Dios el trono? Las teorías de Copérnico implicaban una transformación radical y cuestionaban las bases de la moral. 
 Para refutar la física aristotélica, Galileo tuvo que demostrar que la caída de los graves y el movimiento ascendente de los proyectiles lanzados hacia arriba debían explicarse según una misma ley fundamental. Recordemos que Aristóteles diferenciaba el movimiento natural del movimiento violento o forzado pero Galileo renuncia a esta distinción. Un móvil lanzado por un plano horizontal, a falta de obstáculos prosigue indefinidamente su movimiento uniforme si el plano se extiende hasta el infinito. Pero si el plano es limitado, al rebasar sus extremos, el móvil será sometido a la gravedad. Este movimiento compuesto (horizontal y acelerado de descenso) supone que ambos movimientos no se alteran al mezclarse y demuestra que la trayectoria de un proyectil es una parábola.
  Este principio de independencia mutua de los movimientos, el horizontal y el acelerado de descenso lo tuvo que formular por las dificultades presentadas por el sistema de Copérnico. Si la Tierra gira sobre sí misma, ¿cómo explicar que los proyectiles, los pájaros y las nubes no se quedan atrás? La única forma de contravenir a la experiencia sensorial y al sentido común era hacer participar a los cuerpos que se trasladan por la atmósfera terrestre del propio movimiento de la Tierra.

 Pero ¿cómo encajar el principio de inercia con la gravedad? Si se sitúa a un cuerpo en un plano horizontal “es indiferente al movimiento y al reposo y no presenta por sí mismo ninguna tendencia a moverse hacia lado alguno, ni ninguna resistencia a ser puesto en movimiento”. Los cuerpos en movimiento libre continúan uniformemente su camino y no se necesita fuerza que mantenga su marcha. Por ello, el movimiento rectilíneo uniforme es físicamente indistinguible del estado de reposo. Es decir, el movimiento rectilíneo es meramente un estado de reposo y el equivalente al reposo, ya no es como en Aristóteles un proceso del devenir que requeriría para su permanencia una causa eficiente continua.
  Este principio de relatividad galileana era crucial para dar sentido dinámico a la teoría copernicana. Copérnico había presentado una imagen en la que el Sol permanece en reposo mientras que la Tierra al mismo tiempo que gira sobre su eje, se mueve en una órbita en torno al Sol. ¿Por qué no somos conscientes de este movimiento? Porque no hay un significado absoluto para el estado de reposo. Si el movimiento de un cuerpo viene definido por el movimiento del cuerpo dentro del sistema en que se encuentra y por el movimiento del propio sistema, no es lo mismo hacer la observación desde dentro que desde fuera del sistema. En otras palabras, el movimiento lo ponemos siempre en relación con un sistema de referencia que escogemos.


 Llevar a los cielos lo que ocurre en la Tierra fue obra de Newton en su Ley de Gravitación Universal. Realmente Galileo no llegó a saber por qué rotan o circulan los planetas, se limitó a afirmar que por naturaleza. Pero tuvo claro que después del dictamen de los expertos de Pablo V si no podía hablar con libertad de la física celeste por temor a la reacción de la Iglesia,  tal vez podría hacerlo de la física terrestre. Y encontró tres efectos observables que podían revelar el movimiento terrestre: mareas, vientos alíseos y el patrón anual aparente de las manchas solares.
  Pero también entraban en juego dos métodos científicos: la inducción y la deducción. Galileo se decanta por la inducción, es decir por observar la realidad ofreciendo pruebas experimentales susceptibles de ser repetidas indefinidamente. La Iglesia se basaba en argumentos deductivos sacados de las Sagradas Escrituras y de Aristóteles. Las pruebas que publicó Galileo para intentar demostrar el movimiento de la Tierra (tarea que Newton culmina) con ayuda del telescopio fueron:
 1- Las montañas en la Luna, que contravenía a la tesis aristotélica de esferas lisas e inmutables.
 2- El descubrimiento de más estrellas visibles que refutaba la Teoría geocéntrica del universo.
 3- Los satélites de Júpiter como prueba de que no todos los planetas giraban alrededor de la Tierra.
 4- Las manchas solares que refutaban igualmente la idea de la perfección de los cielos y por otra parte como segunda prueba que demostraba que si solo se moviese el Sol, tendría que hacer dos movimientos a la vez: traslación y rotación.
 5- Las fases de Venus habida cuenta de que las variaciones de su tamaño solo podrían ser explicables si Venus giraba alrededor del Sol.
  Recordemos que Galileo no fue condenado a la hoguera y su pena fue conmutada por arresto domiciliario y obligado a abjurar de rodillas ante la comisión de inquisidores bajo las órdenes del papa Urbano VIII que había sido su amigo.
  Juan Pablo II rehabilitó a Galileo y dio por finalizada la controversia estableciendo que afirmar que la Tierra gira alrededor del Sol no es blasfesmia. Y la Tierra se movió después de dos mil años salvando las apariencias.

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