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miércoles, 25 de mayo de 2016

Otegui en Cataluña. Una lección de Historia.

  Artículo escrito por mi amigo Manuel Avilés Gómez para su publicación en este blog.



  Manuel Avilés es escritor, motero, columnista del Diario Información de Alicante y autor de novelas como Ya hemos estado en el infierno y ensayos. 





               Las víctimas exigen a Forcadell que pida perdón por recibir a Otegui


   Arnaldo Otegui, preso etarra puesto en libertad no hace ni dos telediarios, ha sido invitado al Parlamento catalán. Lo ha recorrido con todos los honores. Lo he visto en varios informativos, escoltado por otro antiguo conocido de ese mundillo abertzale, Pernando Barrena, más gordo y con menos pelo que cuando lo vi por primera vez en ese rincón verde, fértil, idílico y de ensueño que es el País Vasco.
  El quince de julio del año pasado escribí en Información de Alicante un artículo titulado “La cuestión catalana”. Léanlo y me contratarán como adivino sin ningún género de dudas. Cada grupo parlamentario – más estos que tienen hasta delegación de exteriores- puede invitar a quien le venga en gana, incluido un señor que, cumplida la pena privativa de libertad, creo que aún anda inhabilitado para ejercer cargo público, aunque ha pregonado ampliamente sus intenciones de presentarse a lehendakari por Sortu, antes Herri Batasuna para entendernos. ¿De qué se extrañan? ¿Por qué se hacen cruces? ¿No ha sido Josu Ternera parlamentario y no es Iñaki Goioaga senador en Madrid a propuesta del propio Parlamento vasco, un señor que ha ejercido durante años como Torquemada de los presos, vigilando su fidelidad a la ortodoxia de la banda?

 En el mismo informativo Otegui se felicita por el camino emprendido por los catalanes y dice que van a hacer lo mismo, o sea, poner en práctica las lecciones aprendidas.
 Repasemos la historia porque me da la impresión de que somos duros de mollera y no aprendemos o, cerrilmente, nos negamos a aprender.
  Tengo claro mi proceso de “Diogenización”. Me importa una mierda el dinero y estoy dispuesto a sumarme a la pléyade de menesterosos que pueblan Alicante y malviven en él, sin torcer el gesto, como cualquier cínico de la antigua Hélade. Nada de afán crematístico, ni de cargos, ni de ofrecerme, previo contrato galáctico, como asesor áulico para asuntos euskocatalanes, ni de cualquier oropel que se parezca.
  La cuestión catalana es más antigua que la vasca, más antigua que las afrentas que les hizo – todas las guerras afrentan a alguien, sobre todo al que las pierde- Felipe V cuando se cargó prebendas y privilegios después de que el 25 de abril de 1707 el Duque de Berwick – borbónico de la Casa de Alba- le diera la gran paliza en la batalla de Almansa a los austracistas mandados por Galloway y Das Minas, y decidiera de qué lado se inclinaba la victoria. En aquella Guerra de Sucesión se jugaba la corona de España pero fue la primera guerra mundial de la historia por el número de países implicados.

 Los catalanes de la época – fieles seguidores del archiduque Carlos – andaban con resquemor y ansias independentistas desde tiempo atrás, que hay pocas cosas nuevas bajo el sol, como dirían los griegos. El resquemor nacionalista les venía de lejos. Lean, por favor la obra de J.H. Elliot sobre el Conde Duque de Olivares. Habla de disturbios en Vizcaya donde la muchedumbre se dedicaba a “cazar traidores”, entendidos como fieles a la corona y contrarios al localismo nacionalista. Olivares, centralista convencido y practicante, maldecía los nacionalismos ya en el siglo XVII y decía que eran “cosa de muchachos”. El propio rey Felipe IV, cuando no andaba tras las faldas de alguna cortesana – su principal afición-, le reconocía a su asesora, la monja Sor María de Agreda: “Todas las partes de mi monarquía se encuentran en terrible estado y hay guerras y disturbios en cada rincón”. Desde los Comuneros castellanos hasta las Germanías valencianas y desde la guerra de los moriscos en las Alpujarras hasta las revueltas aragonesas por lo que llamaríamos ahora un “conflicto de competencias” o invasión de las mismas por el poder central, las tensiones nacionalistas han existido en nuestra piel de toro, tanto más cuanto más débil se manifiesta el poder central. A quien se crea que los separatismos son cosa de Franco le recuerdo la frase del viejo etarra Echave: “No se confundan, nosotros no somos antifranquistas, somos antiespañoles”.
  Dejemos a la banda tranquila que hace años que no mata ni pone bombas y, por fortuna y por el trabajo de tanta gente, debe de tener las pistolas oxidadas y al punto para el chatarrero. Es cierto, como ha dicho Puigdemont refiriéndose a Aznar, que en democracia y en ausencia de violencia se puede hablar de todo. Hablar de todo respetando la Ley y los procedimientos que la misma prevé para ser cambiada si el pueblo en su gobierno - Demos y Kratos- así lo quiere. Cincuenta años han estado los etarras matando, ocasionando miles de heridos y de estragos, por el derecho de autodeterminación. Los catalanes han planteado ese derecho en su parlamento, casi como algo que ya está conseguido. Toca actuar a la política de hilar fino. Un estado es una realidad muy compleja y muy seria. Hay muchísima gente y muchísimos intereses de todo tipo implicados como para andar poniéndolo en cuestión cada veinticinco años, cada vez que un grupo o grupúsculo consigue organizarse y hacer ruido en la reclamación. La pregunta clave, que tiene respuesta constitucional es la que sigue: ¿Corresponde la soberanía al pueblo español en su conjunto o puede ejercerse por parcelas territoriales?

 Más me preocupa la deuda pública que supera el 100% del PIB, cosa que no pasaba desde 1909, hace más de cien años, mientras pregonan que la economía va viento en popa.
    A esas preguntas de Manuel Avilés responden:

Fernando Savater: "Otegui no debería estar en el Parlamento"

Vicente Jiménez: "Nadie está jugando al ajedrez democrático, porque el ajedrez tiene unas normas concretas que no pueden cambiarse".

J.A. Montano: Otegi es el eslabón entre la “nueva política” y el terrorismo.




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