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sábado, 2 de abril de 2016

Moral, amoral e inmoral.

  “Todo arte, toda investigación, y, de la misma manera, toda acción y opción es de presumir que tienden a un bien. Por este motivo, se ha afirmado con tino que el bien es aquello a lo que tienden todas las cosas. Pero entre todos los fines se observa cierta diferencia, algunos son acciones, otros productos independientes de las acciones que los producen. Cuando hay fines independientes de las acciones, la naturaleza de los productos es ser mejor que las acciones”. -Aristóteles-
 “Jesús se fue al monte de los Olivos. Por la mañana temprano volvió al templo y toda la gente se reunió en torno a él. Jesús se sentó y les enseñaba. En esto, los maestros de la ley y los fariseos se presentaron con una mujer que había sido sorprendida en adulterio. La pusieron en medio de todos y preguntaron a Jesús:
  -Maestro, esta mujer ha sido sorprendida cometiendo adulterio. En la ley de Moisés se manda que tales mujeres deben morir apedreadas. ¿Tú que dices?
  La pregunta iba con mala intención, pues querían encontrar un motivo para acusarlo. Jesús se inclinó y se puso a escribir con el dedo en el suelo. Como ellos seguían presionándolo con aquella cuestión, Jesús se incorporó y les dijo:
   -Aquel de vosotros que no tenga pecado, puede tirarle la primera piedra.
   Después se inclinó de nuevo y siguió escribiendo en la tierra.
  Al oír esto se marcharon uno tras otro, comenzando por los más viejos, y dejaron solo a Jesús con la mujer, que continuaba allí delante de él. Jesús se incorporó y le preguntó:
   -¿Dónde están? ¿Ninguno de ellos se ha atrevido a condenarte?
   Ella le contestó:
   -Ninguno, Señor.
   Entonces Jesús añadió:
  -Tampoco yo te condeno. Puedes irte y no vuelvas a pecar”.-Jn 8-1-11.
  La Moral en sentido etimológico alude a las costumbres y la Ética al adiestramiento de un carácter para forjarse en la virtud. El ideal griego era la formación de hombres libres (autos eleútheros), y el del pueblo romano más pragmático, la organización de Instituciones, vinculando al hombre a la colectividad. La Mos maiorum de corte romano, de honor y dignidad, se entroncaba con las costumbres de los antepasados, pero en todo caso, para nuestros pensadores clásicos, el hombre moraliter bonus, moralmente bueno, debe obrar según el espíritu.
  En la actualidad, moral y ética constituyen ámbitos de estudio diferenciados. La moral se centra en pautas, criterios, normas y valores que dirigen nuestro comportamiento y nos permite saber cómo actuar en situaciones concretas. La ética es la reflexión teórica sobre la moral y persigue su fundamentación. Cuando nos situamos en el plano de la acción y nos preguntamos ¿qué debo hacer?, buscamos respuesta en el terreno de la moral; por el contrario, si queremos saber si la respuesta es la acertada, es decir, si tiene un fundamento impecable desde la reflexión, entramos en el terreno de la ética. Según este esquema, la Éthica docens sería una moral pensada y especulativa, y la Éthica utens, una moral de la vida cotidiana y prefilosófica.
  La distinción entre ética y moral puede resultar sencilla, una da respuestas al filósofo, otra al hombre en su cotidianidad, pero cuando introducimos en el discurso los términos: amoral e inmoral, la distinción no es tan evidente. El concepto de lo moral es intuitivo: actuamos con arreglo al uso y costumbres sociales en el día a día, no nos pasamos la vida especulando, y conducimos nuestras vidas con arreglo al marco de valores en el que hemos sido educados.
  La definición del Diccionario de la Real Academia de amoral, es la de persona desprovista de sentido moral, y de inmoral, que se opone a la moral o a las buenas costumbres. Vamos a diferenciar ambos términos con un ejemplo muy popular porque con frecuencia conducen a confusión conceptual.
  Un hombre y una mujer que se emparejan y actúan libremente, mantienen una relación sana y moral; el hombre o la mujer que se aprovechan de una situación de necesidad de cualquier tipo para lograr los favores sexuales del otro, conlleva un comportamiento inmoral. La persona que paga por el comercio carnal de la prostitución, actúa amoralmente. El matiz diferenciador es pues, estar desprovisto de ese freno en tu conducta, porque toda la vida se ha ido de putas. Es decir, en la conducta amoral, buscamos un pretexto; por el contrario, en la inmoralidad actuamos a sabiendas de que nuestra manera de proceder es injusta y por tanto carece de justificación alguna.
 Cuando introducimos en el discurso el concepto de doble moral, nos instalamos en el terreno de la distinción entre lo amoral/moral. Las drogas legales gozan de prestigio social (fumar el puro en las bodas, ir de copas para celebrar acontecimientos...), y las ilegales aunque su consumo esté despenalizado, se asocian a lo marginal y antisocial. La visita a los burdeles manteniendo el anonimato, produce una mirada social de perfil y laxa, pero se rechaza moralmente a las prostitutas que allí la ejercen. Obviamente lo inmoral nunca puede ser medido con doble rasero. Ser moral e inmoral según conveniencia, sería una pura contradicción.
 El psicópata, el sociópata y en general las personas que no empatizan, son idiotas morales (en sentido etimológico del término): no interiorizan normas y cuando actúan conforme a ellas, lo hacen con fines gananciales, por ello podríamos afirmar que desde su punto de vista, actúan amoralmente porque carecen de freno alguno y su narcisismo encuentra justificación a sus actos, y desde el análisis de sus acciones, inmoralmente. La persona que se comporta sin un Pepito Grillo interior y se apodera de los fondos para su enriquecimiento personal, dejando en la quiebra a la empresa y al paro a sus empleados, no contempla su acción como algo perverso, porque guía sus actos amoralmente, es decir, sin haber incorporado en su vida, el concepto del bien y del mal que la virtud nos enseña a discriminar.
  Así pues, hablamos de reglas de comportamiento producidas por la cultura, por la sociedad. Se difieren de las normas legales en el sentido de que éstas obedecen a un conjunto normativo que crea como punibles determinadas conductas. Una persona libertina es juzgada como un ser amoral, pero no por ello comete delito y por tanto, no puede ser sancionada penalmente su conducta. De la misma manera se diferencian de las normas religiosas en el sentido de que obrar en contra de sus preceptos te aleja de la gracia divina, pero no por ello se aplica sanción legal alguna. Pensemos a modo de ejemplo en el hecho de no confesarse y comulgar para los católicos. Cuando nos planteamos si una determinada ley es justa, especulamos y nos adentramos en el terreno de la ética; cuando juzgamos la corrupción política, nos situamos en el plano de la moral y la sentenciamos como inmoral.
  La expresión fulano no me da lecciones de moral, propiamente ha de expresarse como lecciones de ética, porque presupone teorizar sobre conceptos como el de hipocresía, nunca mejor definida como en la máxima de Cristo: aquél que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.
 El nepotismo que ejercen los poderes públicos puede trampear la ley, pero es un acto inmoral que altera las reglas de juego. Las desigualdades entre territorios de un mismo Estado promovidas por intereses electorales y formaciones nacionalistas, se ajustan a la legalidad vigente, pero son injustas éticamente.
  Son muchos los intelectuales que afirman que la crisis actual es producto de la crisis de valores. Todo lo que es técnica, política, económica, social o científicamente posible, lo hemos elevado a la norma de lo éticamente deseable. Los municipios por ejemplo, han favorecido la especulación de su suelo urbano, a sabiendas del encarecimiento final de las viviendas, con tal de obtener financiación y promover políticas de rédito electoral con el objetivo de mantenerse en el poder.
 La legalidad es un atributo y un requisito del poder. Un poder legal nace y se ejerce en concordancia con las leyes, por ello, formalmente, la legitimidad no existe como algo separado. Cuando abordamos estas cuestiones nos adentramos en el terreno de la ética, y ya Platón nos advirtió que la ley jamás podrá prescribir con precisión lo que es mejor y más justo para todos. La legitimidad y la legalidad descienden al terreno práctico de la moral no cuando desde el formalismo confrontamos al Derecho Natural con el positivismo jurídico (lo justo filosóficamente frente al derecho que se aplica en los Tribunales), sino cuando las normas dictadas se adecuan a los valores de una sociedad. El tratamiento de favor de blanqueo de dinero procedente de mafias con el objetivo de hacer caja en el erario, puede emanar de disposiciones legales debidamente amparadas, pero carece de legitimidad moral.
  Como reflexión final, concluimos afirmando que el viejo Aristóteles tenía razón, el bien es aquello a lo que tienden las cosas, y el mal como afirmaban Plotino y los clásicos, es la ausencia del bien. No hace falta especular tanto, simplemente, obrar conforme dicta el espíritu.

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