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viernes, 1 de abril de 2016

La rebelión en la granja.

  Artículo escrito por mi amigo Manuel Avilés Gómez para su publicación en este blog.

  Manuel Avilés es escritor, motero, columnista del Diario Información de Alicante y autor de novelas como Ya hemos estado en el infierno y ensayos.




  Mi colega, el bróker arruinado y abandonado, al que ya he contribuido a hacer famoso gracias a estos artículos de Información. Mi colega de cama en el duro suelo, al abrigo del cajero automático, dice que este mundo es una mierda y que la solidaridad y la generosidad humana no existen salvo en la imaginación de algunos descerebrados, que creen vivir en el mundo feliz de Aldous Huxley, en la Utopia de Tomás Moro o ser compis yoguis del Cándido de Voltaire.
 ¿Qué te pasa muchacho? – le digo divertido-. Te quejas de vicio. Hemos cenado un bocadillo de medio metro, regalo del supermercado que acechamos antes de que tiren a la basura alimentos en perfecto estado para el consumo. Nos hemos trasegado – para pasar la mortadela de aceitunas- una litrona de Alhambra, que me hace recordar desde el gaznate, mi tierra nazarí. Dormimos abrigados y a salvo de molestias, salvo la de algún que otro despistado que viene a sacar dinero a deshoras. Alguno casi tan desgraciado como nosotros, porque es de sobra sabido que quien realmente tiene poder y dinero, no tiene que tocar sus cuentas para nada. Dispone de todo el cash preciso, contante y sonante, solo con insinuarlo con la mirada.
 Me quejo – insiste el bróker, instalado en la depresión- porque no veo salida a esta sociedad leonina en la que todos están contra todos y en la que los últimos mitos de la honradez, de la libertad y la democracia, se están cayendo de forma estrepitosa.
  Echa un vistazo a tu alrededor y abre los ojos, que estás aplatanado y no te enteras de la película, pendiente solamente de la litrona de Alhambra y la mortadela de aceitunas.
 ¿Te acuerdas de Lula da Silva? Era el gran líder obrero, rojazo por todos los lados, el hombre que desde la pobreza escaló puestos hasta la Presidencia de Brasil. Ya lo han enganchado con las manos en el fango y sacando tajada del petróleo – presuntamente-. Ha tenido que llegar un juez y dejar en suspenso la maniobra de su amiga Dilma Roussef, que pretendía blindarlo como un aforado cualquiera para escabullirse de la Justicia.
 ¿Tú has leído “La democracia en América” de Tocqueville? El filósofo y político se asombraba de las condiciones de igualdad en aquel país nuevo, que superaban con mucho a las existentes en la vieja Europa. ¡Los cojones! Solo hay que ver a ese fascista con peluquín que se llama Donald Trump y que está a un paso de auparse al poder democráticamente porque le sale la pasta por las orejas y puede pagar campañas publicitarias hasta hartarse.

  Vente a este país de nuestros amores y nuestros sufrimientos, este país que es el que nos ha colocado durmiendo de prestado y comiendo de milagro. Teníamos esperanza en el cambio, pensábamos que después de la elecciones, con la llegada al poder de las izquierdas, iba a cambiar nuestro sino y todo iba a ir rodado, como en una Arcadia feliz. Y fíjate la hostia que nos hemos pegado.

  George Orwell era un inglés idealista con una visión del futuro totalmente profética. Estuvo en las brigadas internacionales peleando en la batalla del Ebro. Adivinó, en su obra 1984, hasta qué punto íbamos a estar controlados incluso en nuestros menores movimientos, que ahora pagas con la tarjeta, entras en dos tiendas, llamas por el móvil o sales de un parking y te siguen el rastro como los indios en las películas del oeste pero sin necesidad de pegar la oreja. El ojo que todo lo veía era el Gran Hermano, que ahora los programas basura han elevado a la categoría de superhortera del copón de la baraja sin nada que ver con el genio inglés.
  La rebelión en la granja, otra novela de Orwell, está teniendo lugar ahora mismo. Los que se rebelan contra la casta, los que cantan ininterrumpidamente la maldad del bipartidismo y de la política clásica, entendida como vivir del cuento y vivir como Dios, están cayendo a marchas forzadas, en los mismos fallos que querían combatir. Nuestro gozo en un pozo y vamos a seguir nadando en la miseria como hasta ahora porque nadie va a venir a redimirnos.

  Ahí tienes a Pablo Iglesias. Tendría que haber posibilitado hace siglos la formación de un gobierno de izquierdas que emprendiera acciones para salvar la situación de emergencia social que vivimos. ¿Qué ha hecho? Nada. Puro postureo.
  ¿Cuántos conocemos pidiendo limosna y arruinados tanto o más que nosotros? Un huevo de gente. ¿Cuántos en el pozo sin fondo del paro, del que no se sabe cómo salir? Otro huevo más. ¿Cuántas casas están con la soga al cuello? Voy a dejar de pronunciar la palabra huevo que no quiero pecar de repetido.
  Y ahí tienes al líder de la izquierda preocupándose de las líneas rojas, de si el Sr. Rivera tiene que salirse de la comandita y de que tenemos que ser sumisos y obsequiosos con los catalanes porque nos cantan Els segadors y nos arruinan la Semana Santa.
 Yo respeto a los catalanes, a los vascos, a los independentistas andaluces, a los valencianos y a la madre que me parió. Respeto las líneas rojas y las amarillas y las azules, las ideologías y los programas electorales, pero quiero un gobierno ya. Un gobierno que trabaje por los más desfavorecidos y que luche por el bienestar de todos y cada uno de los que pisamos esta tierra en la que parece que solo pueden vivir bien los mismos de siempre.


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