Observo
con tristeza como quien mira la última esperanza que se deshace en
humo, la lujuria por el ombligo y la pasión por el hecho diferencial
que nos conduce a los españoles a luchar por nuestra propia ruina
conquistando el federalismo asimétrico: la moderna expresión,
cursi, ampulosa y pedante de la más seductora de las mentiras, de la
más traidora de las consejeras y de la más genuina característica
del linaje hispano: el nacionalismo tribal.
Albergamos
los españoles en nuestra memoria genética dos energías opuestas:
el deseo y la necesidad de unidad y el amargo placer de la ruptura.
Cada victoria de la una sobre la otra no ha sido más que una
conquista temporal e ingrata que nos ha hecho o permanecer atados a
nuestros recuerdos, o abandonarnos a dolorosas añoranzas y así, a
través de innumerables episodios de nuestra historia, generaciones y
generaciones de españoles se han arrastrado lamentándose sobre las
ruinas de la diáspora abandonados a la voracidad de la intemperie
del hecho diferencial, mientras el viento dispersó sus cenizas y su
memoria para borrarlos del futuro.
Decía
don Manuel Azaña que “en España, donde termina el Estado comienza
la tribu”. Repaso estos días de separatismo creciente y unidad
declinante las cartas de referencia de los gobernadores de la
Hispania Citerior y Ulterior al Senado Romano. Servio Suplicio Galba
nos retrataba así: “Las tribus del norte y del centro de Hispania
viven en estado de efervescencia latente. La guerra abierta entre
ellas es una situación normal, y los periódicos de paz son una
excepción. Los pequeños reyes y príncipes, incluso simples
jefecillos de tribu hacen de la guerra su oficio más por gusto que
por verdadera necesidad”.
Cayo
Vetilio contaba de nuestros ancestros: “En Hispania las relaciones
entre sus pueblos no son buenas ni cuando se trata de tribus
emparentadas. Son muy frecuentes las guerras tribales entre ellos por
cuestiones de pastos, de mujeres o de ofensas hereditarias. En
Hispania el enemigo nunca está demasiado lejos, pues es increíble
la velocidad con la que los guerreros hispanos de desplazan para
combatirnos y, después, despedazarse entre ellos”.
El
hecho diferencial dejó de ser un arma arrojadiza entre nosotros y un
sentimiento excluyente cuando la suma de todos los pueblos de
Hispania consiguió que las insignias de campo de España llegaran
hasta los confines del mundo dejando en la tierra la huella de un
pueblo indomable. Pero entonces el corazón de España galopaba y hoy
late renqueante en los desvanes de la historia donde los separatistas
ávidos de poder discuten sobre hechos diferenciales y federalismo
asimétrico perfilando un Estado capaz solo de concebir su propio
término.
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