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martes, 25 de agosto de 2015

Una "miembra" en el Diccionario




  Emotion is back, la emoción ha vuelto en forma de primado frente a la razón, pero “en la realidad como en la plusvalía y en el sexo, siempre hay un reducto inconcebible” J.J.Millás. ¿Qué es más esperpéntico, la realidad o los paradigmas sociales? Tal vez como afirmaba Oscar Wilde, para mantener cierta estupidez, se requieran estudios superiores.
  En las últimas décadas se viene difundiendo el concepto de género como sustituto del sexo. Según esta nueva perspectiva que arranca de una visión antropológica del materialismo de la cultura, el término género se referiría a los roles sociales construidos. En la Conferencia Mundial de las Naciones Unidas celebrada en Pekín en 1955 se lanzó una campaña para difundir el nuevo paradigma, acotándolo la política y abogada estadounidense Bella Abzug, con la siguiente redefinición: El sentido del término género ha evolucionado, diferenciándose de la palabra sexo para expresar la realidad de que la situación y los roles de la mujer y del hombre son construcciones sociales sujetas a cambio.
  En otras palabras, los defensores de la ideología de género venían a afirmar que no existe un hombre o una mujer natural, y que la inexistencia de una esencia femenina o masculina nos permiten rechazar la superioridad del varón y cuestionar una sexualidad natural en cuanto a sus roles.
  Como cambio paradigmático del modelo social convertido en icono, nos tropezamos con el uso en los textos de la arroba @ que nace con una pretensión del todo inexacta: la de contemplar la igualdad entre hombres y mujeres equiparada al viejo asunto del género gramatical. El género, salvo en los casos en los que se refiere a seres sexuados (toro, vaca; oveja, carnero), es un rasgo arbitrario, ya que los nombres de objetos y cualidades en general a los que no se les puede atribuir diferencia sexual, cada lengua lo ha establecido discrecionalmente, y por ello un vocablo puede ser masculino en una lengua y femenino en otra. A modo de ejemplo, el término campo es masculino en español, y su equivalente campagne es femenino en francés.
  En español lo habitual es que los sustantivos terminados en /o/ sean masculinos y los terminados en /a/ sean femeninos, si bien encontramos excepciones para evitar cacofonías, como por ejemplo cuando acompañamos del artículo femenino plural, el vocablo masculino agua (el agua/ las aguas). Y los caprichos lingüísticos han querido igualmente que las dos ciudades más importantes de España, tengan tratamientos distintos, de esta forma, hablamos por ejemplo de El Madrid de los Austrias o de la Barcelona de Gaudí.
  La dictadura de lo políticamente correcto rechaza el principio de economía de la lengua e impide el uso del masculino gramatical, que no solo se emplea correctamente para referirse a los individuos de sexo masculino, sino para designar a todos los individuos de la especie. Además conviene recordar, que el uso del universal es otro principio de economía, cuando afirmamos Todos los hombres son mortales por ejemplo, expresamos exactamente que Pedro o María, personas de carne y hueso, han de morir algún día, pero el ser humano contemplado como tal, es una mera abstracción. Si reformuláramos la premisa de la siguiente forma, Todas las mujeres son mortales, invalidaríamos el lenguaje natural y el sentido común, puesto que en ese caso, solo Juana o Dolores, serían mortales, es decir, dado que el masculino gramatical designa a todos y cada uno de los individuos de su especie, el uso indebido del mismo nos conduciría a paradojas tales como convertir en inmortales a los varones. Algo inaceptable en Lógica y en la experiencia cotidiana.
  Jamás realizamos expresiones del tipo, los leones y las leonas, cuando nos referimos a seres sexuados, o la prudencia y el prudencia cuando empleamos términos que carecen de ese rasgo distintivo. No obstante, en nombre del nuevo paradigma impuesto por la cultura de género, repicamos constantemente pleonasmos, y de esta forma, hemos convertido en virtud un vicio idiomático. No se puede hablar sin ser tildado de personaje machista o retrógrado, de los ciudadanos, o los españoles; sino de los ciudadanos y ciudadanas, y los españoles y las españolas.
  Conviene recordar, que solo cuando el contexto lo aconseja para ahondar en la información precisa, es necesario hacer las distinciones oportunas, por ejemplo la proporción de hombres y mujeres que se han incorporado al mercado laboral, se ha invertido en la última década.

  “Para evitar las engorrosas repeticiones a que da lugar la reciente e innecesaria costumbre de hacer siempre explícita la alusión a los dos sexos (los niños y las niñas, los ciudadanos y ciudadanas, etc., ha comenzado a usarse en carteles y circulares el símbolo de la arroba (@) como recurso gráfico para integrar en una sola palabra las formas masculina y femenina del sustantivo, ya que este signo parece incluir en su trazo las vocales a y o:*l@s niñ@s.
  Debe tenerse en cuenta que la arroba no es un signo lingüístico y, por ello, su uso en estos casos es inadmisible desde el punto de vista normativo; a esto se añade la imposibilidad de aplicar esta fórmula integradora en muchos casos sin dar lugar a graves inconsistencias, como ocurre en *Día del niñ@, donde la contracción del solo es válida para el masculino niño.”(RAE:Diccionario panhispánico de dudas.).

  El uso de un nuevo lenguaje es una de las estrategias impuestas por la cultura de género. No podemos dudar de la eficiencia del lenguaje para subrayar las diferencias. A modo de ejemplo pensemos en el uso semántico que damos a la distinción entre zorro (hombre listo) y zorra (prostituta); hombre público (señor que ocupa cargos para el bien de la colectividad) y mujer pública. También en el polo opuesto se dan diferencias: machista y feminista, tienen connotaciones radicalmente distintas.
  La pretensión de la cultura de género es imponer el nuevo paradigma, sin embargo, parafraseando a Millás, hay reductos inconcebibles en la vida, en el Diccionario, en la realidad y en el sentido común. El uso de la @ es inadmisible para la RAE, destroza el género gramatical y viola las reglas de la Lógica formal. Estamos todos de acuerdo en que la anatomía no es el destino, estemos igualmente de acuerdo en que la lingüística sea el destino del género gramatical. A fin de cuentas nadie es perfecto -nobody is perfect- como dijo Joe E. Brown a Jack Lemmon, cuando éste se quita la peluca y grita: ¡Pero soy un hombre!, en el final de Con faldas y a lo loco, la obra maestra de Billy Wilder sobre las identidades de género, de sexo, o de pura farsa, según convenga.