Emotion is back,
la emoción ha vuelto en forma de primado frente a la razón, pero
“en la realidad como en la plusvalía y en el sexo, siempre hay un
reducto inconcebible” J.J.Millás. ¿Qué es más esperpéntico, la
realidad o los paradigmas sociales? Tal vez como afirmaba Oscar
Wilde, para mantener cierta estupidez, se requieran estudios
superiores.
En
las últimas décadas se viene difundiendo el concepto de género
como sustituto del sexo. Según esta nueva perspectiva que arranca de
una visión antropológica del materialismo de la cultura, el término
género se referiría a los roles sociales construidos. En la
Conferencia Mundial de las Naciones Unidas celebrada en Pekín en
1955 se lanzó una campaña para difundir el nuevo paradigma,
acotándolo la política y abogada estadounidense Bella
Abzug,
con la siguiente redefinición: El
sentido del término género ha evolucionado, diferenciándose de la
palabra sexo para expresar la realidad de que la situación y los
roles de la mujer y del hombre son construcciones sociales sujetas a
cambio.
En
otras palabras, los defensores de la ideología de género venían a
afirmar que no existe un hombre o una mujer natural, y que la
inexistencia de una esencia
femenina o masculina nos permiten rechazar la superioridad del varón
y cuestionar una sexualidad natural en cuanto a sus roles.
Como
cambio paradigmático del modelo social convertido en icono, nos
tropezamos con el uso en los textos de la arroba
@
que nace con una pretensión del todo inexacta: la de contemplar la
igualdad entre hombres y mujeres equiparada al viejo asunto del
género gramatical.
El género, salvo en los casos en los que se refiere a seres
sexuados (toro, vaca; oveja, carnero), es un rasgo arbitrario, ya que
los nombres de objetos y cualidades en general a los que no se les
puede atribuir diferencia sexual, cada lengua lo ha establecido
discrecionalmente, y por ello un vocablo puede ser masculino en una
lengua y femenino en otra. A modo de ejemplo, el término campo es
masculino en español, y su equivalente campagne
es femenino en francés.
En español lo habitual
es que los sustantivos terminados en /o/ sean masculinos y los
terminados en /a/ sean femeninos, si bien encontramos excepciones
para evitar cacofonías, como por ejemplo cuando acompañamos del
artículo femenino plural, el vocablo masculino agua (el agua/ las
aguas). Y los caprichos lingüísticos han querido igualmente
que las dos ciudades más importantes de España, tengan tratamientos
distintos, de esta forma, hablamos por ejemplo de El Madrid de los
Austrias o de la Barcelona de Gaudí.
La dictadura de lo
políticamente correcto rechaza el principio de economía de
la lengua e impide el uso del masculino gramatical, que no solo se
emplea correctamente para referirse a los individuos de sexo
masculino, sino para designar a todos los individuos de la especie.
Además conviene recordar, que el uso del universal es otro principio
de economía, cuando afirmamos Todos los hombres son mortales
por ejemplo, expresamos exactamente que Pedro o María, personas de
carne y hueso, han de morir algún día, pero el ser humano
contemplado como tal, es una mera abstracción. Si reformuláramos la
premisa de la siguiente forma, Todas las mujeres son mortales,
invalidaríamos el lenguaje natural y el sentido común, puesto que
en ese caso, solo Juana o Dolores, serían mortales, es decir, dado
que el masculino gramatical designa a todos y cada uno de los
individuos de su especie, el uso indebido del mismo nos conduciría a
paradojas tales como convertir en inmortales a los varones. Algo
inaceptable en Lógica y en la experiencia cotidiana.
Jamás realizamos
expresiones del tipo, los leones y las leonas, cuando nos referimos a
seres sexuados, o la prudencia y el prudencia cuando empleamos
términos que carecen de ese rasgo distintivo. No obstante, en
nombre del nuevo paradigma impuesto por la cultura de género,
repicamos constantemente pleonasmos, y de esta forma, hemos
convertido en virtud un vicio idiomático. No se puede
hablar sin ser tildado de personaje machista o retrógrado,
de los ciudadanos, o los españoles; sino de los
ciudadanos y ciudadanas, y los españoles y las españolas.
Conviene recordar, que
solo cuando el contexto lo aconseja para ahondar en la información
precisa, es necesario hacer las distinciones oportunas, por ejemplo
la proporción de hombres y mujeres que se han incorporado al
mercado laboral, se ha invertido en la última década.
“Para
evitar las engorrosas repeticiones a que da lugar la reciente e
innecesaria costumbre de hacer siempre explícita la alusión a los
dos sexos (los
niños y las niñas, los ciudadanos y ciudadanas,
etc.,
ha comenzado a usarse en carteles y circulares el símbolo de la
arroba (@) como recurso gráfico para integrar en una sola palabra
las formas masculina y femenina del sustantivo, ya que este signo
parece incluir en su trazo las vocales
a
y
o:*l@s
niñ@s.
Debe
tenerse en cuenta que la arroba no es un signo lingüístico y, por
ello, su uso en estos casos es inadmisible desde el punto de vista
normativo;
a esto se añade la imposibilidad de aplicar esta fórmula
integradora en muchos casos sin dar lugar a graves inconsistencias,
como ocurre en *Día
del niñ@,
donde
la contracción
del
solo
es válida para el masculino
niño.”(RAE:Diccionario
panhispánico de dudas.).
El uso de un nuevo
lenguaje es una de las estrategias impuestas por la cultura de
género. No podemos dudar de la eficiencia del lenguaje para
subrayar las diferencias. A modo de ejemplo pensemos en el uso
semántico que damos a la distinción entre zorro (hombre listo) y
zorra (prostituta); hombre público (señor que ocupa cargos para el
bien de la colectividad) y mujer pública. También
en el polo opuesto se dan diferencias: machista y
feminista, tienen connotaciones
radicalmente distintas.
La
pretensión de la cultura de género es imponer el nuevo paradigma,
sin embargo, parafraseando a Millás, hay reductos inconcebibles en
la vida, en el Diccionario, en la realidad y en el sentido común. El
uso de la @ es inadmisible para la RAE, destroza el género
gramatical y viola las reglas de la Lógica formal. Estamos todos de
acuerdo en que la anatomía no es el destino,
estemos igualmente de acuerdo en que la lingüística sea el destino
del género gramatical. A fin de cuentas nadie es perfecto
-nobody is perfect- como
dijo Joe E. Brown a Jack Lemmon, cuando éste se quita la peluca y
grita: ¡Pero soy un hombre!, en el final de Con faldas y a
lo loco, la obra maestra de
Billy Wilder sobre las identidades de género, de sexo, o de pura
farsa, según convenga.