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jueves, 27 de agosto de 2015

Inmigración y violencia política. Aporofobia y caliginefobia



  “Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado”.- Art. 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

  Esta foto contiene la lista de las 17306 personas que murieron en el Mediterráneo y sirvió de alfombra en el pasillo del Parlamento Europeo para concienciar a los diputados. Imposible no sentir dolor, imposible no sentir impotencia.
  “Lo capcioso de las preguntas y lo embarazoso de las respuestas viene de que en su formulación empleamos conceptos a la vez excesivamente vagos y excesivamente cargados de valoración y emotividad. Yo no sé que es la normalidad sexual, el derecho a la vida, la verdad o el bien, sin más. En principio parecen apuntar hacia algo positivo y valioso; por eso no puedo decir que estoy en contra. Pero pueden precisarse de muchas maneras distintas (...) Si el bien es lo que hay que hacer y el mal es lo que hay que evitar, poco nos costará estar de acuerdo con los filósofos medievales en que bonum est faciendum y malum est vitandum. Y si seguimos la desencomilladora concepción tarksiana de la verdad, decir que algo es verdad equivale a repetirlo, entonces difícilmente estaremos en contra de decir que lo que decimos es verdad, es decir, lo que de todos modos decimos.
  Esta estrategia inmunizadora elimina el desasosiego y confusión que nos producían las preguntas iniciales, pero también les priva de todo interés o sentido”.-Jesús Mosterín-. Si el gobierno sometiera a referéndum el drama humano de la inmigración sin control, o la violencia política por ejemplo, la pregunta de qué queremos que hagamos, estoy seguro de que ningún gobierno sabría qué hacer con tan unánime resultado. En otras palabras, todos estamos de acuerdo en que la sociedad debería estar bien organizada, con seguridad jurídica, protección física y libertades, pero discrepamos precisamente acerca de en qué consista la organización justa de la sociedad y máxime cuando el debate político introduce la ideología y la demagogia.
  La noción de racismo tiene dos vertientes: una seudocientífica y otra discriminatoria. El etnocentrismo y la soberbia intelectual condujeron a teorías de supremacía de unas razas sobre otras basándose en estadios diferenciados de desarrollo en la evolución de las instituciones y de las sociedades. A partir del siglo XIX con la expansión del colonialismo por todo el mundo, se buscaron fundamentos sin rigor investigatorio en la biología, para justificar la superioridad del europeo y justificar la necesidad de que el resto de los humanos fueran gobernados por aquellos. De igual forma, los descubrimientos en lingüística parecían deducir que debió haber un lenguaje primigenio común al que se denominó ário, origen y fuente de todos los pueblos europeos.
  Recalquemos el hecho de que si bien a lo largo de la historia, se han dado fenómenos de rechazo y de segregación entre los pueblos, el racismo, entendido como pensamiento vinculado a teorías falsadas por la ciencia y la antropología, es un concepto moderno.
 El relato bíblico del Génesis nos describe en el capítulo 10 de dónde provienen las diferentes razas humanas como procreación y descendencia de los hijos de Noé que se salvan del diluvio. De Sem, árabes y judíos; de Cam, negros, y de Jafet, blancos. Tras la maldición de Noé sobre Canaán (hijo de Cam), sus descendientes toman la condición de esclavos.
 El fenómeno de la esclavitud y la estratificación de la sociedad estaba consolidado en todos los pueblos de la antigüedad, pero respondía a mecanismos de poder y control y en ningún caso suponían el paradigma de teoría científica alguna. Es decir, se trataba de una estrategia social de marginación, sin pretensión alguna de fundamentación basada en investigaciones ad hoc.
 La xenofobia a diferencia del racismo, no responde a conclusiones derivadas de teorías en busca de superioridad genética, intelectual, social, color de la piel, cánon de belleza, o morfología corporal; la xenofobia es puramente visceral. La Real Academia Española de la Lengua, la define como: “odio, repugnancia u hostilidad hacia los extranjeros”. Es decir no emana de pretensión alguna de supremacía racial, sino con sentimientos de rechazo. Converge con el racismo en la generación de estrategias para otorgar estatus diferenciados en las personas.
  La Unesco en su declaración contra el racismo y los prejuicios raciales, afirmó como punto esencial que: “todos los hombres que viven en nuestro tiempo pertenecen a la misma especie y descienden del mismo tronco”. Las democracias formales han establecido mecanismos que impiden la discriminación, y por otra parte, el fenómeno global de las migraciones humanas, han generado el paradigma de lo políticamente correcto y éticamente deseable: tolerancia cero contra la marginación por razón de raza, sexo o religión.
 Ahora bien, como el puzzle queda incompleto, Adela Cortina introduce el término de aporofobia para designar a quienes conviven entre nosotros sin recursos algunos. “El problema no es de raza ni de extranjería: es de pobreza. Por eso hay algunos racistas y xenófobos, pero aporófobos, casi todos” (Adela Cortina). Esa es la clave: la pervivencia de miedos, fobias y rechazos hacia quienes no pueden integrarse ni vivir como nosotros.
  El lema actual que define nuestras relaciones sociales, es el de no en la puerta de mi casa. Respeto y tolerancia hacia comunidades marginales cualesquiera que sea su causa: delincuencia, enfermedad, extranjería, toxicomanía, prostitución o pobreza, dentro del paraguas conceptual dominante y oficial, siempre y cuando vivan lejos de mi barrio.

 Ese no en la puerta de mi casa, lo extendemos igualmente a la oposición a que se construyan determinadas instalaciones industriales como centrales nucleares, o a que se abran centros de desintoxicación, albergues municipales para los más desfavorecidos o dependencias para rehabilitar a personas excarceladas.
  Parafraseando a Ortega, vivimos en una sociedad en constante desmoralización en la que hemos dejado de tener altura de miras y ánimo vigoroso para avanzar hacia metas valiosas asumiendo el riesgo de pegarnos el coscorrón. Si el coste de resocializar a drogadictos por ejemplo, es que la entidad que los acoja se instale en mi distrito, es mejor que sigan marginados y habiten en manzanas alejadas.
  El lado oscuro de la Ilustración que acogió la teoría de superioridad racial ha quedado completamente invalidada, pero no podemos afirmar que su vertiente discriminatoria haya sido eliminada: ha mutado en aporofobia.
 Racista y xenófobo son términos con los que casi nadie se identifica. Aporófobos, como afirma Adela Cortina, somos casi todos.

 Si la aporofobia es miedo a quien convive con nosotros sin recursos para integrarse, en España además está surgiendo una nueva fobia: caliginefobia que se aplica al miedo a las mujeres hermosas. La paradoja es que la violencia política anti fascista se ha instalado en la agresión física o verbal contra las personas que conviven perfectamente integradas pero que tienen la costumbre de ir aseadas, tener criterio propio y defender la Nación española.

 La respuesta unánime de la clase política solidarizándose con Imma Sequí dirigente de VOX en Cuenca por la brutal paliza sufrida en la puerta de su domicilio, no deja de ser una respuesta al tipo de preguntas que formulábamos, y que sin embargo, los dirigentes no saben qué hacer, al igual que con el drama de los migrantes. Palabras gastadas y oportunismo.

  En Psicoanálisis del chiste, Ismail Yildiz sostiene que: “los chistes cínicos son los que encubren una agresión contra instituciones, personas representativas de las mismas, preceptos morales o religiosos, ideas, etc.,que por gozar de elevada consideración, solo bajo la máscara del chiste nos animamos a atacar”. Detrás de las sentencias judiciales sobre los escraches y de programas de televisión donde se ridiculiza constantemente a un determinado perfil de ciudadano, hay toda una permisividad que nos ha llevado a una sociedad enferma.
  Solidaridad en favor de la inmigración ilegal pero sin saber qué hacer en materia de sanidad, trabajo, alojamiento y demás servicios; y solidaridad con las víctimas de la violencia política, pero sin saber qué hacer con el fenómeno más allá de castigar penalmente a los agresores.

 Hagamos un referéndum para estas cuestiones, pero dado que la respuesta será unánime, en la papeleta depositada en la urna, que cada ciudadano aporte soluciones. Por ejemplo, solidaridad con la inmigración, pero sin demagogia porque solo las sociedades que traten el fenómeno sin retóricas políticas, seguirán viviendo en libertad (la Historia así lo demuestra); y juicio público a las estrellas mediáticas y programas televisivos excesivamente graciosos que enmascaran una provocación contra organizaciones y creencias y que estoy seguro de que todas las personas con capacidad crítica tienen en mente.