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martes, 14 de julio de 2015

#11M Derecho, verdad y justicia





    "La ausencia de horizonte de sucesos significa que no hay agujeros negros, en el sentido de sistemas de los que no puede escapar a la luz".-Stephen Hawking-.

  Sócrates nos enseñó en el juicio que le condujo a su muerte, que las leyes fueran malas o buenas, regulaban nuestra convivencia y eran necesarias, por eso renunció a escapar de su cautiverio y aceptó serenamente su condena tomando el veneno letal.
  El mito de Protágoras contaba una historia en la que se venía a probar que no hay ciudad posible sin ciudadanos dotados de virtud política. Podía sobrevivir la ciudad con que en ella, solo algunos conocieran la medicina o la música, porque esos pocos bastaban para atender la salud o entretener el ocio de la comunidad entera. Pero como no todos poseyeran el sentido del respeto y la justicia, sus habitantes se destrozarían entre sí y la ciudad estaría perdida. Esa condición tan imprescindible para la vida en común no nos la entrega graciosamente la naturaleza, sino que la conquistamos solo por la educación y el ejercicio. Por eso, a quien le faltaba, se le achacaba un defecto culpable que había de ser tratado como una enfermedad.

  Cuando hablamos del Derecho, tomamos conciencia de inmediato de su necesidad en nuestras vidas, pero es conveniente también reflexionar sobre él. Debemos tener en cuenta que surgen tres problemas: ciencia, ciencia jurídica y derecho natural, porque es el resultado de unos conocimientos que son necesarios para organizar la sociedad, pero insertados en convicciones éticas.
   Ahora bien, si el derecho fuera una ciencia pura, como las matemáticas por ejemplo, la convivencia entre los seres humanos tendría que eliminar todo rastro de arbitrariedad, en otras palabras, convertirnos en robots programados.
  Tenemos pues que preguntarnos, si encierra la experiencia jurídica una tarea científica. El problema es que la ciencia no debe incluir juicios de valor y si queremos hacer ciencia con el derecho, no podemos enjuiciar conductas de antemano. Sin embargo, lo que hace la ciencia jurídica, es tipificar previamente los actos de la conducta humana, determinando lo ajustado a derecho y lo punible. Es como si un físico condenara a los objetos que caen al suelo por efecto de la Ley de gravedad, porque los considerara maniobras malignas. Y ya sabemos el efecto de las creencias y prejuicios en la historia, tan solo basta con recordar el juicio a Galileo.
  De manera que la validez en derecho, no puede apoyarse en una verdad objetiva, porque termina plegándose a la voluntad del legislador, jueces e intérpretes en general y por tanto caemos en el terreno de la opiniónEn otras palabras, las normas que se dictan, desde un punto de vista del conocimiento científico, serían nulas por no ajustar sus parámetros con el rigor que exige la ciencia. Por eso los juristas deben tener alguna pesadilla al no ser capaces de lograr que la verdad que intentan probar, y que dictan judicialmente, sea tan sólida como las ecuaciones.
  Por otra parte, en el acto jurídico, lo importante es quién ejerce el control, que ha de estar investido de autoridad (no son las víctimas, ni afectados, ni demandantes, ni colectivos, ni organizaciones, ni representante legal alguno) y no qué es lo que verificamos con arreglo a un método científico. Es decir, se acata la decisión del poder judicial competente, sin realizar experimentos posteriores para falsar o aceptar las conclusiones establecidas (salvo recursos excepcionales de revisión). Sin embargo, los ciudadanos nos sentimos vinculados con las normas cuando reconocemos que están en consonancia con la ética y la justicia como ideal.
  Debemos, llegados a este punto, reparar en el hecho de que si unimos ciencia y racionalidad, condenamos al derecho al destierro. El derecho que se aplica en el día a día, necesita adherirse a las cosas que pasan y a los actos de las personas como exponente de la regulación de la vida social. Y además, conviene recordar que no es posible sabiduría alguna al margen de un marco de valores, ni se puede liberar de intereses a la conducta humana para vincularla a las ideas, ni es viable una asepsia de la contaminación producida por las tradiciones y las emociones. Como ejemplo podríamos citar la presión que ejercen los medios de comunicación en determinados casos de relevancia social y cómo genera estados de opinión difíciles de aislar a la hora de tomar decisiones.
  Como se aprecia, el derecho que se aplica en la vida, es experimental, sus hechos observables son los actos humanos, y de su observación se elabora la ley. Ahora bien, el ser humano desborda cualquier casuística y la realidad supera a la ficción. La clave está pues en mantener vivo el derecho natural, que es el que se basa en la ética y en las ideas del bien y del mal que tiene el sentido común humano, porque supone la confianza en la verdad, en la justicia, en el sentido de la vida, en la búsqueda de la utopía.
  Si sostenemos por tanto, que es imposible una justicia procesal perfecta impartida en los Tribunales, es decir, con los parámetros de las ciencias duras como las matemáticas o la física, tenemos que renunciar al intento de hacer de la tarea judicial algo infalible como si se tratara de las tablas de multiplicar. Cuando erramos en una operación aritmética por ejemplo, no culpamos a las tablas, sino al error humano, y en ese caso, se revisa hasta detectar el fallo.
  Se impone pues una antropología previa porque hay que preservar la dignidad humana y su condición de animal social. Ahora bien, el hombre natural ideal, pese a que está ligado a la coexistencia y a la cultura, ni se da en la sociedad, ni vive entre nosotros. No hay ciudadano perfecto. 
  Pero veamos si se dan derechos naturales. La primera impresión es obvia: los atributos naturales del hombre, captados por el sentido común dan paso a unos derechos al margen de cualquier convención social o norma. Por tanto, para cualquier intérprete actúan como principios inamovibles. Recordemos a modo de ejemplo, el artículo 1º de nuestra Constitución: España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo  político.
  El Derecho es pues una tarea humana hecha por y para los hombres, con toda su miseria y grandeza, por eso, subyacen tres ideas: la primera que el derecho que se aplica en la vida cotidiana, necesita de su Pepito Grillo, es decir de la supervisión que le hace el derecho natural, y que le dice al legislador al oído cosas tales como que somos iguales ricos y pobres, o que tenemos los mismos derechos hombres y mujeres. La segunda, que su utilidad, como afirma Andrés Ollero, radica en que no es científico, porque entonces sería inaplicable. Imaginemos si en una disputa entre vecinos por ejemplo, tuviéramos que hacer antes de resolver el caso, una predicción científica basada en la sociología del comportamiento humano. La tercera, que es necesario un Estado como poder de organización y como poder de ejecución porque los derechos han de imponerse.
  Y es que al final, tenemos que plantearnos previamente la pregunta ¿qué es la verdad?
  “Jesús de Nazaret, al ser interrogado por el gobernador romano, admitió ser un rey, mas agregó: Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Pilato preguntó entonces ¿qué es la verdad?
  Es evidente que el incrédulo no esperaba respuesta al interrogante, el Justo de todos modos tampoco la dio. Lo fundamental de su misión como rey mesiánico no era dar testimonio de la verdad. Jesús había nacido para dar testimonio de la justicia, de esa justicia que deseaba se realizara en el reino de Dios.Y por esa justicia fue muerto en la cruz.
  De tal manera, de la interrogación de Pilato: ¿qué es la verdad?, y de la sangre del Crucificado, surge otra de mayor importancia, la sempiterna pregunta de la humanidad ¿qué es la justicia?
  No hubo pregunta alguna que haya sido planteada con más pasión, no hubo otra por la que se haya derramado tanta sangre preciosa ni tantas amargas lágrimas como por esta: no hubo pregunta alguna acerca de la cual hayan meditado con mayor profundidad los espíritus más ilustres, desde Platón a Kant. No obstante, ahora como entonces, carece de respuesta. Tal vez se deba a que constituye una de esas preguntas respecto de las cuales resulta válido ese resignado saber que no puede hallarse una respuesta definitiva: solo cabe el esfuerzo por formularla mejor”.-(Hans KELSEN Qué es la justicia-).
  Después de toda esta introducción ad hoc para centrar el balón en el área del 11M,  anudando estas consideraciones sobre ciencia y derecho, convenimos que es aquello bajo cuya protección puede hacer florecer la ciencia, y junto a la ciencia, la verdad y el progreso, siempre y cuando haya seguridad jurídica. Nos queda subrayar no obstante, que como toda tarea humana, está sometido al error, pero si bien he cuestionado su falta de criterio, defiendo el sistema aunque a veces el sentido común, no nos permita entender determinadas decisiones judiciales.
   Ahora bien, pese a que los defensores del positivismo jurídico se enrocarán en principios sagrados procesales, somos muchos los que defendemos que España merece que se investigue el 11M a fondo y más allá de la Sentencia del Supremo en lo que a la firmeza de la acción judicial se refiere. Ya ha pasado el suficiente tiempo para analizar el peor atentado de nuestra Historia sin pasiones, sin vencedores ni vencidos en aquellas Elecciones Generales. Porque volviendo a Pilato, se impone la pregunta ¿qué es la verdad?, en otras palabras, cui prodest?
  190 fallecidos, vidas rotas y familias hundidas, trajeron cambios  en política internacional, lucha de medios de comunicación, lucha antiterrorista, violación de las reglas de juego electorales con la sede del PP cercada, y por supuesto voladura de trenes para que el terror influyese en las urnas.
  Se tilda de conspiranoicos a todos los ciudadanos interesados en saber la verdad, es decir en construir una verdad oficial sin lagunas y sin contradicciones, intentando llegar a determinar si aquel atentado fue un golpe contra el Estado organizado, y quien o quienes fueron sus autores intelectuales.
  ¡Pero fue Al Qaeda! -Dirán quienes tratan de agitadores a los ciudadanos que no se resignan a que el 11M siga campando con sus interrogantes-. ¡Usted no se ha enterado de que el atentado fue la respuesta al apoyo de Aznar a la Guerra de Irak!
  Para los ciudadanos conformes con la verdad oficial, reproduzco este fragmento de la Sentencia 503/2008 del Tribunal Supremo (Cfr. Folio número 581):
  “La dependencia ideológica respecto de los postulados defendidos por Al Qaeda resulta asimismo del contenido de las reivindicaciones de la autoría de los actos terroristas y del resto del material incautado. Sin embargo no aparece relación alguna de carácter jerárquico con otros grupos o con otros dirigentes de esa organización, lo que permite establecer que la célula que operaba en Madrid, en la medida en que ha sido identificada, no dependía jerárquicamente de otra y por lo tanto puede considerarse a los efectos penales como un grupo u organización terrorista diferente e independiente”.
  “-Consideren su veredicto- le ordenó el Rey al jurado.
  -¡Aún no, aún no!-interrumpió rápidamente el Conejo-.¡Falta mucho antes de eso!”- Lewis Carroll- Alicia en el país de las maravillas.

                                                                                                                     Publicado el 5/3/2015