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martes, 17 de marzo de 2015

Aquí no hay wifi. Hablen entre ustedes

  Con permiso del copyright del sector de la hostelería.




    Nuestra sociedad está anudada al modelo científico tecnológico. El comercio electrónico nos permite realizar pagos bancarios, adquirir billetes de avión, comprar paquetes de vacaciones, ropa, y un largo etcétera de servicios. De igual forma buscamos trabajo, amistades, participamos en debates públicos, y obtenemos todo tipo de información en la red. Todo lo que es técnicamente posible lo elevamos a la categoría de deseable, por ello, tal vez podríamos definir nuestro tiempo, como de mínimo contacto humano y máxima virtualidad.
 El cajero automático, los teléfonos automatizados con voz en off que atienden nuestras peticiones, las taquillas on line para adquirir entradas a los espectáculos y el autoservicio en las grandes superficies son ejemplos cotidianos. La consigna es abaratar costes suprimiendo puestos de trabajo, es decir, eliminando el trato humano. Lo importante no es cultivar las relaciones sociales, sino adquirir el dominio de la técnica necesaria para sacar dinero del cajero del banco, navegar por internet para comprar productos y servicios, y saber localizar el lector del código de barras que nos facilita el precio de una mercancía en los supermercados.
     Hay una inversión ontológica en nuestras vidas, del cultivo de la amistad hemos pasado a convertirnos en sociedad de masas de consumo que lo único que necesita es dominar la tecnología a su alcance. Nuestras abuelas desconocían los sucesos acaecidos en países lejanos, pero estaban al tanto de los problemas y alegrías de sus paisanos; ahora tenemos información a tiempo real de lo que ocurre en el mundo pero apenas si saludamos a nuestros vecinos. La proliferación de clínicas de fertilización nos ilustra igualmente: máxima reproducción y mínimo sexo, es decir mínimo contacto humano. En los años sesenta del pasado siglo XX, se preconizaba hacer el amor y no la guerra, en otras palabras, máximo sexo y mínima reproducción con el uso de anticonceptivos.

     La universalización del móvil o celular según denominación en América, simboliza lo que exponemos. Ya no es sólo un aparato que nos permite realizar y recibir llamadas telefónicas. Con él navegamos en la red, escuchamos música para  aislarnos del resto de las personas, y obtenemos callejeros para desplazarnos por la ciudad sin necesidad de preguntar a nadie. Cuanta mayor complejidad y prestaciones tenga, mayor será la habilidad técnica que debamos adquirir para su manejo, distinguiendo a las generaciones educadas en la tecnología y produciendo una especie de abismo generacional.
  Las agendas en papel se han suprimido y el chip prodigioso almacena nuestros datos. Cada cambio de móvil por avería, robo o deterioro de la tarjeta sim clasifica a nuestros contactos en dos categorías: aquellos de quienes recuperaremos su número de teléfono, y los que se esfumaron para siempre. Es decir las personas cercanas, y aquellas con las que tan sólo contactamos.
     La agenda electrónica del móvil constituye pues la metáfora de la levedad de nuestra ideología científico tecnológica: las superficiales relaciones humanas se convierten en virtuales, tan sólo existen en la medida en que nuestro teléfono celular funciona correctamente.

     El animal social que es el hombre se está contaminando de la virtualidad reinante. Siguiendo la máxima del mínimo contacto humano, practicamos sexo sin coito con una web cam, sustituimos la tertulia con los amigos por el chateo en el cyber café y compramos un electrodoméstico en internet sin el asesoramiento de un vendedor experto.
     Ni lo dionisíaco (lo vital) ni lo apolíneo (la razón) como distinguiera Nietzsche, el triunfo es el de Mátrix con la complicidad de una sociedad adormecida con la música descargada en  nuestros móviles. La dualidad del alma que preconizaban los griegos pshyché y thymós, por fin encontró su acomodo en whatsapp.