Con permiso del copyright del sector de la
hostelería.
Nuestra
sociedad está anudada al modelo científico tecnológico. El comercio electrónico
nos permite realizar pagos bancarios, adquirir billetes de avión, comprar
paquetes de vacaciones, ropa, y un largo etcétera de servicios. De igual forma
buscamos trabajo, amistades, participamos en debates públicos, y obtenemos todo
tipo de información en la red. Todo lo
que es técnicamente posible lo elevamos a la categoría de deseable, por ello,
tal vez podríamos definir nuestro tiempo, como de mínimo contacto humano y
máxima virtualidad.
El cajero
automático, los teléfonos automatizados con voz en off que atienden
nuestras peticiones, las taquillas on line para adquirir entradas a
los espectáculos y el autoservicio en las grandes superficies son ejemplos
cotidianos. La consigna es abaratar costes suprimiendo puestos de trabajo, es
decir, eliminando el trato humano. Lo importante no es cultivar las relaciones
sociales, sino adquirir el dominio de la técnica necesaria para sacar dinero
del cajero del banco, navegar por internet para comprar productos y servicios,
y saber localizar el lector del código de barras que nos facilita el precio de
una mercancía en los supermercados.
Hay una inversión ontológica en nuestras vidas, del cultivo de
la amistad hemos pasado a convertirnos en sociedad de masas de consumo que lo
único que necesita es dominar la tecnología a su alcance. Nuestras
abuelas desconocían los sucesos acaecidos en países lejanos, pero estaban al
tanto de los problemas y alegrías de sus paisanos; ahora tenemos información a
tiempo real de lo que ocurre en el mundo pero apenas si saludamos a nuestros
vecinos. La proliferación de clínicas de fertilización nos ilustra igualmente:
máxima reproducción y mínimo sexo, es decir mínimo contacto humano. En los años
sesenta del pasado siglo XX, se preconizaba hacer el amor y no la guerra, en
otras palabras, máximo sexo y mínima reproducción con el uso de anticonceptivos.
La universalización del móvil o celular
según denominación en América, simboliza lo que exponemos. Ya no es sólo un
aparato que nos permite realizar y recibir llamadas telefónicas. Con él
navegamos en la red, escuchamos música para
aislarnos del resto de las personas, y obtenemos callejeros para
desplazarnos por la ciudad sin necesidad de preguntar a nadie. Cuanta mayor
complejidad y prestaciones tenga, mayor será la habilidad técnica que debamos
adquirir para su manejo, distinguiendo a las generaciones educadas en la
tecnología y produciendo una especie de abismo generacional.
Las
agendas en papel se han suprimido y el chip prodigioso almacena
nuestros datos. Cada cambio de móvil por avería, robo o deterioro de la tarjeta
sim clasifica a nuestros contactos en dos categorías: aquellos de quienes
recuperaremos su número de teléfono, y los que se esfumaron para siempre. Es
decir las personas cercanas, y aquellas con las que tan sólo contactamos.
La agenda
electrónica del móvil constituye pues la metáfora de la levedad de nuestra
ideología científico tecnológica: las superficiales relaciones humanas se
convierten en virtuales, tan sólo existen en la medida en que nuestro teléfono
celular funciona correctamente.
El animal
social que es el hombre se está contaminando de la virtualidad reinante.
Siguiendo la máxima del mínimo contacto humano, practicamos sexo sin coito con
una web cam, sustituimos la tertulia con los amigos por el chateo en
el cyber café y compramos un electrodoméstico en internet sin el
asesoramiento de un vendedor experto.
Ni lo
dionisíaco (lo vital) ni lo apolíneo (la razón) como distinguiera Nietzsche, el
triunfo es el de Mátrix con la complicidad de una sociedad adormecida con la
música descargada en nuestros móviles.
La dualidad del alma que preconizaban los griegos pshyché y thymós, por
fin encontró su acomodo en whatsapp.