Si has decidido hacer uno de los Caminos de Santiago por tu cuenta, solo o en compañía, sin etapas y hospedajes organizados por agencias, y es la primera vez que lo haces, uno de tus miedos será sin duda cómo caminar sin perderte.
Vaya
mi homenaje a Elías Valiña, el cura de O Cebreiro
que señalizó el Camino Francés desde Roncesvalles con flechas
amarillas, e impulsó la peregrinación jacobea en los años ochenta.
Hay
Caminos mejor señalizados que otros, y en el Francés es casi
imposible perderse. En Galicia las marcas se multiplican, indicando
en los mojones la distancia a Santiago (aunque prácticamente a todos
se les ha arrancado la placa de distancia).
¿Cómo
encontraré el camino en los bosques y lugares solitarios?
Ni
necesitas brújula ni gps,
tan solo seguir la flecha y
en caso de que por despiste o cansancio pierdas el sendero, no has de
preocuparte, camina de nuevo en sentido contrario hasta que vuelvas a
ver la última señal. Retroceder es mejor que caminar angustiado. El
despiste es siempre fruto de la falta de atención y en su caso de
orientación. Si caminas por ejemplo de este a oeste, en la mañana
el sol lo tendrás en tu espalda; si lo haces de sur a norte, por tu
derecha.
Caminar
un tramo sin flechas de confirmación, es una pequeña sensación de
angustia que genera un gran alivio cuando vuelves a ver una de ellas.
Lo mejor es siempre seguir la flecha del Camino oficial y
no desviarse para tomar opciones alternativas porque suelen obedecer a intereses económicos y obligan a dar rodeos innecesarios. Lo habitual es empezar cada día la etapa temprano, a veces sin que haya amanecido, por eso es importante estudiarla el día anterior. El Camino siempre tiene esos momentos y siempre recordarás ese tramo sin flecha por despiste con la complicidad de una sonrisa.
Además encontrarás cruceiros en las encrucijadas y caminos.
Con independencia de su origen, lo cierto es que parece que para
muchos estudiosos, uno de sus fines era bendecir los caminos y purgar
pecados, en palabras de Castelao: onde hai un cruceiro, houbo un
pecado. Sea como fuere es un elemento numinoso en
el Camino y que en muchos casos obra como una señal más porque
incluyen su referencia las guías.
Hemos
analizado el primer bloque del capítulo de los miedos, el del temor
a perderse en el Camino. Ahora, analizaremos el otro de los miedos
que suelen plantearse los peregrinos: el de la inseguridad de uno
mismo.
El miedo es la emoción más
importante del ser humano, nos permite sobrevivir aunque si no encontramos el equilibrio, nos impide vivir. Sentir miedo forma parte de nuestro código
genético, pero en el Camino el miedo es siempre infundado. El Camino
te enseñará a conocer tus límites y tu cuerpo y a entrar en
comunión con la espiritualidad que llevamos dentro, pero no es una
aventura peligrosa si sabes elegir el tramo y la dureza exigida en
relación con tus posibilidades. El Camino Primitivo es duro de
realizar, y el Camino de la Plata en verano lo es también, pero el
Camino Francés, o el Inglés por ejemplo, están al alcance de
cualquiera. Siempre es más importante el entusiasmo
que la fortaleza física. El Camino Francés por disponer de más
servicios y albergues que ninguno, lo realizan incluso personas
discapacitadas, con una sencilla regla: caminan
desde el albergue hasta el albergue siguiente.
Y
salvo tendinitis o enfermedad sobrevenida, es tan sencillo como saber
que por muy despacio que
camines, siempre llegas. Nunca
caminas solo, te acompañan tu sombra, el Apóstol y con mucha
frecuencia, peregrinos. En el Camino, se obra el milagro de vencer la
única utopía posible del ser humano en palabras de Adorno:
acercarte al Otro, sin
miedo. No hay reparo
alguno en el encuentro, ni efecto halo, ni prejuicio. En el Camino,
todos somos iguales, es decir, peregrinos, caminantes o turigrinos.
Esa
complicidad milagrosa
forma parte del capítulo de gratificaciones personales, y de una
forma especial se vive en determinados albergues: Roncesvalles con la
bendición del Peregrino en su Colegiata; en las Carvajalas de León
con su bendición y charla de la abadesa; la oración de fraternidad
en Bercianos del Real Camino, la vivencia espiritual en el Albergue
del cura Blas en Fuenterroble de Salvatierra, o la fraternidad que te
inunda con los Franciscanos en Santiago. También en esos albergues con encanto como el de Bodenaya o en el de Pajares con su mamigrina Marisa.
La tristeza y la sensación de cansancio, no entran
en un corazón alegre que camina a visitar la tumba del Apóstol o simplemente lo hace por cualquier otra motivación. Recuerda la máxima de que el
peregrino no exige, agradece.
Y dado que la gratitud es una forma mayor de entusiasmo, ese soplo interior divino, te quitará todos tus miedos peregrino. Buen
Camino.