"Acostúmbrate
a pensar que la muerte no es nada para nosotros. Porque todo bien y
todo mal reside en la sensación, y la muerte es privación del
sentir. Por lo tanto, el recto conocimiento de que nada es para
nosotros la muerte hace dichosa la condición mortal de nuestra vida;
no porque le añada una duración ilimitada, sino porque elimina el
ansia de inmortalidad. Nada hay, pues, temible en el vivir para quien
ha comprendido rectamente que nada temible hay en el no vivir”.
-Epicuro- Carta
a Meneceo.
“Nuestra
fraternidad está más que suficientemente justificada en estos
tiempos en los que apenas si la gente quiere oír hablar de la muerte
y para quienes somos algo así como unos auténticos locos. La
civilización actual ha ido situando los cementerios
lejos de las grandes urbes y no quiere establecer muchos contactos
con ellos. Por otra parte, mercantilizada la muerte y considerado el
cadáver como un objeto más de comercio en manos de las sociedades
anónimas, las personas encargadas de proporcionarle el último
descanso no sabían distinguirse mucho por darle a su trabajo el
contenido de piedad que este trabajo precisa. (…) Familiarizados
con ella, nosotros no le tenemos miedo a la muerte. La muerte no le
hace nada malo a nadie. La muerte no debiera ser temida por nadie. Si
acaso, sería la vida la que pudiera aterrarnos”. -Antonio
ARADILLAS Locos
a lo divino capítulo
dedicado a los Hermanos Fossores de Guadix-
Cuando tratamos el tema de la muerte, hemos de plantearnos la pregunta que se hizo Santo Tomás habida cuenta de que la literatura y la poesía han conseguido una mayor aproximación como categoría, como tragedia, como concepto, mucho mejor que la filosofía: ¿Es superior una Orden religiosa dedicada a la vida contemplativa a aquella otra que se consagra a la vida activa? Santo Tomás respondió: “Es más perfecto comunicar a los otros lo que se ha contemplado, que únicamente contemplar”. En otras palabras, la vida como camino hacia la muerte, ¿cómo es mejor vivirla?, ¿viviendo en mí o saliendo de mí?
El hombre tiene una
dimensión espiritual que nos conecta con lo numinoso en busca de
nuestra sabiduría de vida y de nuestra comprensión de la realidad.
Para las personas religiosas, entendiendo el término como la
respuesta vital a esa dimensión, la alianza de razón y fe nos
conducen a esa dicotomía de ausencia y presencia de Dios en el
mundo. Si hacemos un breve análisis de los términos que las
distintas Órdenes religiosas llevan anudados a sus lemas,
encontraremos Contemplari,
Laudare, Praedicare,
es decir contemplar, alabar y predicar que supone en definitiva
nuestra respuesta subjetiva a ese Don
Divino que
se objetiva en ideas que todos tenemos interiorizadas sobre el anhelo
de justicia, paz, caridad, fraternidad...
Kant criticaba la
exhibición de vida en sacrificio porque no emanaba de la autonomía
de la razón. De cualquier forma fue incapaz de unir la razón a la
vida, algo que la tradición española ha bordado, toda vez que
nuestra filosofía está en nuestra literatura y en nuestra manera de
vivir.
Tuve la inmensa
fortuna de conocer a Ambrosio
Fernández Arias,
un hombre extraordinario, dedicado a hacer obras de caridad, ayudar
económicamente a los necesitados y empeñado en humanizar
la muerte, convertida en objeto de comercio y en el que las personas
encargadas de proporcionar ese
último descanso
no saben dar a su trabajo el contenido piadoso que se precisa.
Ambrosio vivió como
ermitaño dotando de amor y piedad a los muertos, junto al cementerio
de Teresa de Cofrentes (Valencia- España) en unas condiciones muy
precarias, sin ninguna comodidad de la civilización moderna. Fue
fiel a sus principios y ejerció una resistencia absoluta a vivir en
otras condiciones de vida. Pasó sus días rodeado de cruces, que
fabricaba con todo tipo de material y alimentando su vocación con
sus reflexiones, pero renunciando a su vez al aislamiento del mundo
del anacoreta para implicarse en el apoyo a los más necesitados.
Sencillo y austero, desconozco si tuvo alguna experiencia mística y
me temo que jamás lo hubiese comentado. Hermano fossor
y crucífero,
tan humilde y ortodoxo en sus convicciones que fue incapaz de
permanecer en comunidad con los Hermanos Fossores de la Misericordia de Guadix, Trapenses y Cartujos. Su muerte se produjo el día de
difuntos, como un regalo
providencial
en comunión con su biografía.
Si hemos hecho un
breve trazado de la vida de Ambrosio, ha sido porque tal vez él,
ajeno a cualquier pretensión, haya vivido la vida para entender la muerte. Él no hizo suyo jamás el
muero porque no muero
de nuestra Teresa de Jesús. Para una persona en comunión directa
con los muertos, la vida era amable y sentía que le posibilitaba
realizar el bien y crecer en la virtud. La muerte no debe temerse
–afirmaba-, si acaso la vida, que la entendía como los clásicos
ascetas del pasado, es decir como una preparación de la muerte. Enlazando con la pregunta escolástica, Ambrosio supo comunicar a los otros lo que contemplaba, pero lo hizo con su forma de vivir volcado en la ayuda a sus semejantes, en compañía de la Cruz. Y como cristiano, con la esperanza de una salvación eterna.
"Al cristianismo hay que definirlo agónicamente, polémicamente, en función de lucha. Acaso mejor determinar qué es lo que no es cristianismo. Este fatídico sufijo _ismo, cristian-ismo_ lleva a creer que se trata de una doctrina como platonismo, aristotelismo, cartesianismo, kantismo, hegelianismo. Y no es eso. Tenemos, en cambio, una hermosa palabra, cristiandad, que significando propiamente la cualidad de ser cristiano, ha venido a designar el conjunto de los cristianos. (...) Y, sin embargo, no distinguimos entre cristiandad y cristidad. Es porque la cualidad de ser cristiano es la de ser Cristo. El cristiano se hace un Cristo. Lo sabía San Pablo, que sentía nacer y agonizar y morir en él a Cristo" -Unamuno-.
Pero en nuestra cultura occidental, no todo es cristianismo. En
el canto XI de la Odisea,
Odiseo debe ir al Hades, reino de los muertos, para recibir el
vaticinio de Tiresias. En el camino de salida, Odiseo se encuentra
con Aquiles que ya había fallecido y le dice:
-Ningún
hombre es más feliz que tú, ni de los de antes ni de los que
vengan, pues antes cuando vivías te honrábamos los argivos igual
que a los dioses, y ahora de nuevo imperas poderosamente sobre los
muertos aquí abajo, con que no te entristezcas de haber muerto,
Aquiles.
Éste
le respondió:
-No
intentes consolarme de la muerte, noble Odiseo. Preferiría estar
sobre la tierra y ser siervo del campo de cualquier labrador sin
caudal y de corta despensa, antes que reinar sobre todos los muertos
que aquí se encierran.
En
los griegos no hay esa dimensión salvífica, en el Hades, los
muertos son sombras que es lo que permanece del hombre tras la
muerte, y su sombra se va desdibujando con el tiempo. Pero en cambio
se afanaron en concebir a la muerte filosóficamente.
“El más aterrador de los males, la muerte, no es nada para
nosotros porque cuando nosotros somos la muerte no es, y cuando la
muerte está, nosotros no somos” -Epicuro- La muerte es el paso
hacia otra cosa
o el cierre de la vida; un problema religioso escatológico para
creyentes, o un problema filosófico para agnósticos instalados sin
traumas
en la finitud de la vida. En palabras de Pascal, ser mortal es ser
muriente y por lo tanto ya de algún modo muerto, y en palabras de
Cicerón, filosofar es aprender a morir. También es un problema
filológico,
siempre se muere otro,
cuando a mí me llega, ya
no soy,
por lo que el verbo morir debería ser un verbo defectivo; y también
es un problema de tradiciones que conforman una weltanschauung,
una
cosmovisión particular entre la tradición latina una mujer
vieja Mors,
o griega Tánatos un hombre joven o un rubio
caballero
como en las películas de Bergman.
“Igual
que si alguno de los dioses te dijese que ibas a morir mañana o, en
todo caso pasado mañana, no considerarías mucho más importante
para ti pasado mañana que mañana, si no eres rematadamente innoble
(pues ¿qué diferencia hay entre ambos?), así también considera
que cualquier año, por lejano que sea, no es nada más importante
que mañana”.-Marco Aurelio- En otras palabras, practica la virtud
y sonríe a la vida que es tanto como decir, céntrate en el momento
presente. No en vano la filosofía oriental inventó el yoga para
defender la mente de la propia mente, es decir para que el hombre
viva instalado en el presente, y no en la angustia del pasado ni en el
estrés del futuro.
Y
tanto si tienes fe y esperas la salvación y la vida eterna, como si
estás instalado en la finitud de esta vida, nada mejor al margen
del consuelo de las religiones, que la poesía para buscar no el
sentido de la vida, pero sí la complicidad con la muerte.
Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es
cansado.
En
el hoy y mañana y ayer, junto
pañales
y mortaja, y he quedado
presentes
sucesiones de difunto.
-Quevedo-
¡Ah de la vida!