Hay
un pasaje que se recoge en La
República
de Platón, que podría formularse con esta pregunta: si tuvieras el
Anillo
de Giges
que puede hacerte invisible, ¿robarías, engañarías, llegarías a
matar?, o por el contrario, ¿harías el bien sin importarte para
nada ser alabado por tu conducta moral?
La
respuesta polariza una concepción antropológica dividida entre
quienes piensan que el ser humano es corrupto por naturaleza y por
ello hay que aplicar leyes y amenazar con el castigo de manera
permanente, y los que opinan que el hombre es bueno por naturaleza,
que optará por elegir el bien, y que en todo caso son las
instituciones las que lo corrompen.
Con
independencia de la visión que cada uno tenga sobre la naturaleza
del hombre, la historia del pensamiento siempre hizo hincapié en el
esfuerzo para lograr la propia superación moral y subsistir con el
fruto del trabajo personal. No obstante, las sociedades cuando llegan
a la laxitud ética, convierten los vicios en virtudes y las virtudes
en vicios identificando la felicidad
con el placer y
transmutando la máxima sajona de no pain, no gain,
en la picaresca, no pain, you gain.
En otras palabras, no hace falta que te esfuerces, la recompensa te
espera.
Pero
el placer sin esfuerzo termina convirtiéndose en eyaculación
precoz.
¿Cuántas
cigarras
viven
a costa de las hormigas?
La televisión ensalza a personajes
a los que no se les conoce ocupación alguna; los alumnos promocionan
cursos sin aprobar, se condecora con medalla
al mérito del trabajo
a quien ha estado más de treinta años liberado de la obligación de
trabajar; se nombra comisario
honorario
de policía a quien no ha vestido el uniforme en su vida, y los
políticos
ni se esfuerzan en llegar a acuerdos para formar gobierno. Por favor,
absténganse de discursos de defensa solemnes y pomposos, el poder ya
tiene su brigada
mediática del aplauso.
La
desidia
gozosa
es el mal de nuestro tiempo, el destino del pueblo español es su
procastinación total,
y su meta es la entronización de la cigarra. Afirmaba Ortega que el
español se mostraba amable con los forasteros
acompañándoles a los sitios de destino en lugar de limitarse a
indicarles la ruta, porque no tenía quehacer. El político
profesional pretende mantener a Don
Cojonciano
como modo de ser español de pensar y actuar con las vísceras, por
cojones, pero
pastoreado
como se diría en castizo, y que muy bien puede reconocerse en aquél
debate en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de
octubre de 1936 entre Millán Astray y Unamuno en el que éste termina lamentándose: “me parece
inútil el pediros que penséis en España”.
Nuestro
arbitrismo cultural como lo definió Don Quijote
cuando sentenció que los males de este mundo y el conflicto con los
turcos, lo resolvían media docena de caballeros andantes, mantiene
su frescura con el nuevo adanismo
de
formaciones políticas que se presentan para resolver todos los
problemas de nuestra sociedad. Pero con la paradoja de que las siete
llaves que reclamaba Joaquín Costa al sepulcro del Cid
como metáfora de nuestro secular ensimismamiento y anacronismo
frente a lo europeo,
se han transformado en cerraduras para la concordia y los pactos. “No
es razonable que, en
lugar de aunar esfuerzos y fomentar la unidad,
se siembre cizaña entre los españoles. Echaremos siete llaves a la
tumba del sectarismo y la discordia”. Son palabras de Mariano
Rajoy cuando era el líder de la oposición en los gobiernos de ZP.
Las siete llaves son hoy líneas rojas del pensamiento oficial de la clase (o casta) política: las Autonomías no se tocan, la Ley Electoral para que se constituya una circunscripción nacional única no se toca, a los miembros del poder judicial los nombran los partidos, y todas las leyes educativas e ideológicas tienen que estar tuteladas por la progresía, entre otras. La historia se repite primero en forma de tragedia y después en forma de farsa, como afirmaba Marx, y la dictadura de lo políticamente correcto, retoma prácticas del pasado a modo de Index Librorum Prohibitorum aniquilando a la heterodoxia, no en la hoguera de la plaza pública pero sí en los platós de televisión y emisoras de radio.
Nuestro peculiar cojonciano sigue actuando conforme a la esencia española transformando su grito de guerra y su visceralidad para demostrar su pureza de sangre de cristiano viejo (hay cosas que no cambian) siendo más progre que los demás. Nuestros ritos sociales exigen siempre el elemento acendrado, tan solo que el vino de las tabernas y casinos, escenarios idóneos para demostrar nuestra capacidad de solucionar los males de la sociedad, ha sido sustituido por píldoras de lexatín prescritas a una sociedad virtual, acomodaticia y pastoreada como la de Mátrix en la que hemos pactado traicionar nuestro marco de valores con la condición de permanecer dormidos sin que ninguna voz crítica nos despierte.
Las siete llaves son hoy líneas rojas del pensamiento oficial de la clase (o casta) política: las Autonomías no se tocan, la Ley Electoral para que se constituya una circunscripción nacional única no se toca, a los miembros del poder judicial los nombran los partidos, y todas las leyes educativas e ideológicas tienen que estar tuteladas por la progresía, entre otras. La historia se repite primero en forma de tragedia y después en forma de farsa, como afirmaba Marx, y la dictadura de lo políticamente correcto, retoma prácticas del pasado a modo de Index Librorum Prohibitorum aniquilando a la heterodoxia, no en la hoguera de la plaza pública pero sí en los platós de televisión y emisoras de radio.
Nuestro peculiar cojonciano sigue actuando conforme a la esencia española transformando su grito de guerra y su visceralidad para demostrar su pureza de sangre de cristiano viejo (hay cosas que no cambian) siendo más progre que los demás. Nuestros ritos sociales exigen siempre el elemento acendrado, tan solo que el vino de las tabernas y casinos, escenarios idóneos para demostrar nuestra capacidad de solucionar los males de la sociedad, ha sido sustituido por píldoras de lexatín prescritas a una sociedad virtual, acomodaticia y pastoreada como la de Mátrix en la que hemos pactado traicionar nuestro marco de valores con la condición de permanecer dormidos sin que ninguna voz crítica nos despierte.
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