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martes, 3 de mayo de 2016

El 26J y las siete llaves al sepulcro del Cid.

  Hay un pasaje que se recoge en La República de Platón, que podría formularse con esta pregunta: si tuvieras el Anillo de Giges que puede hacerte invisible, ¿robarías, engañarías, llegarías a matar?, o por el contrario, ¿harías el bien sin importarte para nada ser alabado por tu conducta moral?

  La respuesta polariza una concepción antropológica dividida entre quienes piensan que el ser humano es corrupto por naturaleza y por ello hay que aplicar leyes y amenazar con el castigo de manera permanente, y los que opinan que el hombre es bueno por naturaleza, que optará por elegir el bien, y que en todo caso son las instituciones las que lo corrompen.
  Con independencia de la visión que cada uno tenga sobre la naturaleza del hombre, la historia del pensamiento siempre hizo hincapié en el esfuerzo para lograr la propia superación moral y subsistir con el fruto del trabajo personal. No obstante, las sociedades cuando llegan a la laxitud ética, convierten los vicios en virtudes y las virtudes en vicios identificando la felicidad con el placer y transmutando la máxima sajona de no pain, no gain, en la picaresca, no pain, you gain. En otras palabras, no hace falta que te esfuerces, la recompensa te espera.

  Pero el placer sin esfuerzo termina convirtiéndose en eyaculación precoz. ¿Cuántas cigarras viven a costa de las hormigas? La televisión ensalza a personajes a los que no se les conoce ocupación alguna; los alumnos promocionan cursos sin aprobar, se condecora con medalla al mérito del trabajo a quien ha estado más de treinta años liberado de la obligación de trabajar; se nombra comisario honorario de policía a quien no ha vestido el uniforme en su vida, y los políticos ni se esfuerzan en llegar a acuerdos para formar gobierno. Por favor, absténganse de discursos de defensa solemnes y pomposos, el poder ya tiene su brigada mediática del aplauso.
  La desidia gozosa es el mal de nuestro tiempo, el destino del pueblo español es su procastinación total, y su meta es la entronización de la cigarra. Afirmaba Ortega que el español se mostraba amable con los forasteros acompañándoles a los sitios de destino en lugar de limitarse a indicarles la ruta, porque no tenía quehacer. El político profesional pretende mantener a Don Cojonciano como modo de ser español de pensar y actuar con las vísceras, por cojones, pero pastoreado como se diría en castizo, y que muy bien puede reconocerse en aquél debate en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936 entre Millán Astray y Unamuno en el que éste termina lamentándose: “me parece inútil el pediros que penséis en España”.

 Nuestro arbitrismo cultural  como lo definió Don Quijote cuando sentenció que los males de este mundo y el conflicto con los turcos, lo resolvían media docena de caballeros andantes, mantiene su frescura con el nuevo adanismo de formaciones políticas que se presentan para resolver todos los problemas de nuestra sociedad. Pero con la paradoja de que las siete llaves que reclamaba Joaquín Costa al sepulcro del Cid como metáfora de nuestro secular ensimismamiento y anacronismo frente a lo europeo, se han transformado en cerraduras para la concordia y los pactos. “No es razonable que, en lugar de aunar esfuerzos y fomentar la unidad, se siembre cizaña entre los españoles. Echaremos siete llaves a la tumba del sectarismo y la discordia”. Son palabras de Mariano Rajoy cuando era el líder de la oposición en los gobiernos de ZP.
  Las siete llaves son hoy líneas rojas del pensamiento oficial de la clase (o casta) política: las Autonomías no se tocan, la Ley Electoral para que se constituya una circunscripción nacional única no se toca, a los miembros del poder judicial los nombran los partidos, y todas las leyes educativas e ideológicas tienen que estar tuteladas por la progresía, entre otras. La historia se repite primero en forma de tragedia y después en forma de farsa, como afirmaba Marx, y la dictadura de lo políticamente correcto, retoma prácticas del pasado a modo de Index Librorum Prohibitorum aniquilando a la heterodoxia, no en la hoguera de la plaza pública pero sí en los platós de televisión y emisoras de radio.
  Nuestro peculiar cojonciano sigue actuando conforme a la esencia española transformando su grito de guerra y su visceralidad para demostrar su  pureza de sangre de cristiano viejo (hay cosas que no cambian) siendo más progre que los demás. Nuestros ritos sociales exigen siempre el elemento acendrado, tan solo que el vino de las tabernas y casinos, escenarios idóneos para demostrar nuestra capacidad de solucionar los males de la sociedad, ha sido sustituido por píldoras de lexatín prescritas a una sociedad virtual, acomodaticia y pastoreada como la de Mátrix en la que hemos pactado traicionar nuestro marco de valores con la condición de permanecer dormidos sin que ninguna voz crítica nos despierte.

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