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martes, 2 de febrero de 2016

Entre los Skoptsy y Tito Livio. No al pacto de perdedores ni de traidores.





  En 1472 Iván el Grande se convirtió en el gran príncipe de Moscú y  gran príncipe de toda Rusia. Se casó con la sobrina del último emperador de bizancio, adoptó como símbolo el águila bicéfala y el tratamiento de zar que venía a ser una especie de nuevo César imperial romano. La primera Roma había caído ante los bárbaros; la segunda Roma, Constantinopla había caído en manos de los turcos otomanos en 1453. La Iglesia Ortodoxa de Rusia ansiaba convertirse en la tercera Roma, pero aunque los orígenes de la ortodoxia rusa estaban en Bizancio, el mandato de los zares y la religiosidad del pueblo ruso impregnaron su carácter tan peculiar. Iván el Terrible ubicó la catedral de San Basilio en el centro de Moscú en 1552 y la convirtió en el centro de su Imperio.

  Los Skoptsy, eunucos o castrados, fueron una secta cristiana fundada en 1770 por Kondraty Selivanov un campesino de Orel en la Rusia de los zares. Había leído una Biblia traducida al ruso y confundió unas palabras, donde se leía Jesús el Redentor, interpretó Jesús el castrador. Para ellos el pecado original no consistió en la tentación de la serpiente de hacerse conocedores del bien y del mal comiendo del árbol prohibido Eritis sicut dii scientes bonum et malum, sino en las relaciones sexuales. A diferencia de San Agustín y su obsesión por lo pecaminoso del sexo, el pecado original no se transmitía por el sexo sino que el sexo mismo fue el origen del pecado. Sea como fuere, la confusión de Jesús Redentor por Jesús castrador, les llevó por los caminos de la pureza absoluta castrando penes y practicando la ablación del clítoris y la amputación de mamas.

  Nuestros líderes políticos han leído la Constitución, pero en la lectura de su artículo 6, donde se afirma que los partidos políticos tendrán una estructura interna y funcionamiento democráticos, han interpretado dedocráticos. La castración que propugnan es la dictadura de la brigada del aplauso a sus votantes, simpatizantes y afiliados a quienes se les exige una fidelidad acendrada. El problema es que la castración trae consigo la caída de la natalidad, la negación del placer y del entusiasmo, y la caída de votantes.

  El Rey se ha cansado de deshojar la margarita de Rajoy y ha propuesto a Pedro Sánchez para que trate de formar gobierno.
Las cuentas le saldrán si acepta una gran coalición de perdedores con partidos que no nos quieren libres e iguales. Uno pretende la repetición de elecciones para ver si nos entra el miedo colectivo y votamos contra los podemitas comunistas haciéndonos querer por su altura de miras y tantos sacrificios por toda una vida sin bajarse del coche oficial y hundiendo a la derecha; y otro quiere su oportunidad sabiendo que no tendrá otra.
  Lo único que nos puede salvar a la mayoría absolutérrima de españoles que defendemos la Nación y las libertades, es que se practique la amputación de dedos para que los diputados voten en conciencia y propicien la caída de los ungidos por dedos poco divinos formando un gobierno si o si de PP, PSOE y Ciudadanos para hacer frente a los secesionistas y consolidar la buena marcha de la economía.
  Y puesto que somos el país de la Ley de la Memoria Histórica, dediquemos un capítulo como hiciera Tito Livio en su Historia de Roma con la primera ucronía conocida imaginando qué hubiese ocurrido si Alejandro Magno hubiese iniciado sus conquistas hacia el occidente en lugar de hacia el oriente. A ver, imaginemos una España sin Rajoy ni Sánchez, y a estas alturas tendríamos un pacto de gobierno constitucional y estable con un Presidente de consenso. Una sociedad anestesiada que ya no mira el pasado glorioso de la Nación comenzó el 20D la tarea de sustituir a sus zares por reyezuelos de taifas en busca de la nueva Roma con su Bruto particular para que asesine a César como representante de los españoles libres e iguales.