Los mitos son
esenciales para abordar las ideas, son el elemento poético de
explicación racional. Cuando nos aproximamos al
estudio del zapato de aguja femenino, tenemos que recurrir a ellos
porque no se trata de un mero producto artesano de calidad, ni de
calzar el pie de la mujer, ni de realzar su feminidad, ni de un
fetiche sexual, ni de un icono cultural de nuestro tiempo, sino de
entrar en profundidad en el arte y el refinamiento que la cultura ha
producido para encumbrar la belleza de la mujer.
Eride, la diosa de la
Discordia, molesta por no haber sido invitada a las bodas de Peleo,
urdió un plan para vengarse y se presentó arrojando una manzana de
oro que sería para la más bella de las damas presentes. Se la
disputaron Hera, Afrodita y Atenea. Zeus intervino e hizo llamar a
Paris para que la eligiera por tratarse de un Príncipe pastor que
vivía alejado del mundo. Nuestras diosas lo chantajearon
ofreciéndole el poder Hera, la sabiduría Atenea, y el amor de la
mujer más bella Afrodita. Paris se decantó por Afrodita, y ésta
hizo prender su amor en el pecho de Helena, la esposa de Menelao, el
rey de Esparta.
Si esta decisión se
tuviese que adoptar en nuestros días, las diosas no posarían
desnudas y descalzas como nos las dejó pintadas Rubens. Hubiesen
tenido necesariamente que buscar al mejor artesano del calzado para
que les proporcionase unos zapatos de aguja.
El zapato de tacón no
ha formado parte de la iconografía clásica aunque esté documentado
su uso. Luis XIV lo impuso en su corte para disimular su corta
estatura, pero el Papa Urbano V y Carlos V lo consideraron una
burla hacia Dios que atentaba contra la Iglesia Católica. En Sicilia
es costumbre de las jóvenes que desean casarse, dormir con un zapato
de tacón debajo de la almohada, y en China se deja en la ventana un
zapato de tacón rojo para no perturbar a los amantes en luna de
miel. El cuento de Perrault de la Cenicienta y su zapatito de cristal
nos traslada a una leyenda del Antiguo Egipto en el que a una bella
sirvienta le fue arrebatado uno de sus zapatos por un águila que lo
dejó caer en las rodillas del rey, quien consideró el suceso un
buen presagio y buscó a la chica para casarse con ella.
La Venus
del espejo
de Velázquez posa desnuda sin zapatos, al igual que La
maja
desnuda de Goya
y Las
tres Gracias
de Rubens. El zapato de tacón femenino irrumpe como icono erótico
en el cine y la fotografía encumbrado como hito de la cultura. Las
modelos posan con tacones, las playmates
alargan sus piernas calzando tacos sexys
con su cuerpo desnudo, y el cine está plagado de escenas en el que
el zapato de tacón está presente.
De igual forma, la excelencia de los Grandes Almacenes se mide por la
calidad de exposición de zapatos para la mujer. Nuestro tiempo está
imbuido por el gusto del calzado femenino que traspasa cualquier
frontera, pues anuda artesanía, calidad, estatus, elegancia,
erotismo, diseño, moda y cambio social.
Hay que añadir
también razones culturales para explicar el triunfo absoluto del
zapato de tacón como icono de nuestros días. Ha habido una
evolución de todo tipo de ornamentos para ensalzar la feminidad:
cortes de pelo y tintes, joyas, prendas para realzar su busto,
pinturas y maquillajes para el rostro... Pero antes de la revolución
de la liberación de la mujer, se perseguía un tipo de belleza
estática con unos ropajes que impidieran su movilidad para relegarlas a
determinadas funciones de sociedad y a permanecer en sus casas. El
uso del zapato de tacón irrumpe con el movimiento
de cambio que protagoniza la mujer, y dado que la cultura no
suprime el instinto de seducción, sino que lo perfecciona, el zapato
de aguja se convierte en su máxima expresión.
A muchos hombres les
gusta cómo se ve la pantorrilla con un zapato de aguja, mucho más
voluminosa, con la pelvis sufriendo una torsión, que inclina el
cuerpo de la mujer hacia delante y hace que las pompas se vean más
prominentes. En la retina colectiva está Marilyn Monroe caminando
con sus zapatos de tacón por el andén bajo la atenta mirada de Tony
Curtis y Jack Lemmon en la película Con
faldas y a lo loco.
Lo interesante es
comprobar cómo permanece la moda de usar tacos de aguja y si ello
emana de un signo de permanencia de los condicionamientos culturales,
o si por el contrario, esa pasión es un signo distintivo del gusto
por el elemento sensual y erótico. Sea como fuere, el taco sobrevive
a cualquier forma de vestirse la mujer: pantalón, vestido, falda, o
ropa informal. La relación entre la escala
del
taco
y la escalada
laboral
femenina tiene como patrón de medida el uso del zapato de tacón por
parte de las mujeres; para algunas, ascender implica asumir roles
masculinos y calzan zapatos que borran toda huella de erotismo para
no ser miradas sensualmente. Otras en cambio, calzan zapatos de
tacón, reivindicando la feminidad.
La antropología de
género reduce a la cultura las diferencias entre hombre y mujer e
insiste en potenciar una educación igualitaria, pero olvida que
muchas diferencias se deben a la evolución y que el poder de
seducción ha sido necesario para la especie humana convirtiendo al
sexo y al juego erótico en algo más que un mero apareamiento para
garantizar la supervivencia. Podremos caminar hacia un modo de vida
igualitario en comportamientos y roles, pero el uso del stilletto
seguirá
reservado al mundo exclusivo femenino.
El
zapato de aguja no cosifica a la mujer
como pretenden hacernos ver opiniones feministas, puesto que
convierte su uso en la máxima expresión de la evolución humana.
Recordemos que el momento determinante comenzó cuando nos
convertimos en bípedos, calzamos nuestros pies, y liberamos nuestras
manos para desarrollar la inteligencia. El juego y el gusto por la
seducción nos diferencia igualmente del resto de las especies, y
renunciar a su uso por pretendernos hacer ver que convierte a las
mujeres en objetos, es eliminar el elemento lúdico de la vida y
menguar el universo femenino, tan rico en matices, sensaciones,
colores, sensualidad y erotismo. Por otra parte conviene recordar que
el término zapato de aguja no ha creado un lenguaje sexista. La
altocalcifilia
designa el gusto por calzar zapatos de tacón altos, pero reparemos
en el hecho de que pese a su simbología viril, permanece aislado de
todo vocablo soez. Y ello pese a que muchos hombres coleccionan
zapatos de aguja de sus amantes como si de trofeos se tratase.
Canciones de nuestro
recuerdo colectivo como Penélope de Serrat, les confiere una gran
dignidad y cariño, con
sus zapatitos de tacón sentada en la estación,
canta el estribillo; David Bowie nos dejó este otro, put
on your red shoes and dance the blues.
Y también podemos
afirmar que el tacón de aguja y su simbología sexual esconden un
juego erótico subliminal: elementos fálicos calzados por mujeres y
hombres que los convierten en fetiches. En palabras de Marilyn
Monroe: No sé quien inventó el tacón, pero todas las mujeres le
debemos mucho. Además, ningún
atuendo de la mujer tiene la capacidad de convertirse por sí mismo
en objeto anudado a un rito de paso: las adolescentes empiezan a
calzar tacos cuando se convierten en jovencitas.
Hemos hecho un breve
recorrido intentando indagar en las razones de la pervivencia del
zapato de aguja pese a sus detractores entre ortopedas y feministas.
Comenzamos mitificando al zapato de aguja porque cualquier
aproximación nos traslada a un universo de poesía y erotismo que
nos devuelve a un mundo mágico: niñas evocando sueños tocando la
punta de unos zapatos rojos, y hadas mostrando la elegancia de sus
cuerpos filiformes interminables, calzadas con zapatos de tacón. Y
fuera del hechizo, en la vida cotidiana, las mujeres desarrollan el
instinto de seducción calzando zapatos de aguja para sentirse sexys.
Pero quizá la razón
principal de la pervivencia del tacón de aguja esté en el hecho de
que define la personalidad, el buen gusto y la elegancia de la mujer.
Ningún otro tipo de zapato nos aporta tanta información en esa
materia. El calzado para el trabajo especializado, al igual que el de
andar por casa, el de la práctica deportiva, o el zapato bajo que
permite ir de un sitio a otro sin descanso y sin distinguir la tarea
que estén realizando, no nos dice nada en especial de ellas.
Ahora bien, ninguna
mujer comprará sin recorrer tiendas, un par de zapatos de
aguja. Hay
mucho del universo femenino en esa decisión, por eso, su momento más
delator, es la elección de su zapato de tacón.
Los
detractores y enemigos, pueden ir perdiendo toda la esperanza de
relegar a la aguja a pieza de museo y moda pasajera. Hera,
Atenea y Afrodita, competirían hoy en un certamen de belleza,
calzando zapatos de tacón.
Artículo publicado en 2007