“Según se cuenta, hubo
un autómata construido de manera tal, que a cada movimiento de un
jugador de ajedrez, respondía con otro, que le aseguraba el triunfo
en la partida. Un muñeco vestido de turco, con la boquilla del
narguile en la boca, estaba sentado ante el tablero que descansaba
sobre una amplia mesa. Un sistema de espejos producía la ilusión de
que todos los lados de la mesa eran transparentes. En realidad,
dentro de ella había un enano jorobado que era un maestro en ajedrez
y que movía la mano del muñeco mediante cordeles. En la filosofía,
uno puede imaginar un equivalente de ese mecanismo; está hecho para
que venza siempre el muñeco que conocemos como materialismo
histórico. Puede
competir sin más con cualquiera, siempre que ponga a su servicio a
la teología, la misma que hoy, como se sabe, además de ser pequeña
y fea, no debe dejarse ver por nadie”.-Walter Benjamín-.
Las bambalinas son
lienzos de tela que se extienden por toda la parte alta del escenario
o cuelgan flotando sobre él y completan la decoración de un teatro.
Tienen como objeto también ocultar al público todo tipo de
aparejos. De manera que podríamos afirmar que el actor está en
escena bajo
bambalinas,
y el director, tramoyistas, traspunte o regidor, se sitúan entre
bambalinas.
En el lenguaje cotidiano la locución adverbial entre
bambalinas es
sinónima de secretismo, confidencialidad y de
manera encubierta.
En
el escenario político catalán, el director, el pujolismo
está
oculto entre bambalinas y actúa como el maestro de ajedrez jorobado
capaz de competir con cualquiera porque tiene a su servicio el
nazionalismo,
que es pequeño y feo y no debe dejarse ver por nadie para no ser
desenmascarado. Por el contrario, los actores, los ciudadanos, están
bajo bambalinas actuando de cara al público y recibiendo aplausos y
odios. El boicot
de productos
es tal vez la metáfora de esta escena teatral.
El
próximo 27 de septiembre, se enfrentan al margen de la política, el
miedo
y el odio
como emociones luchando por su primado en el cerebro límbico
colectivo. Sea como fuere, la discordia está sembrada en Cataluña y
con
independencia de la independencia,
la convivencia de aquella Cataluña que fue con anterioridad a la
llegada al poder de Pujol, ya está rota afectivamente. España
nos roba, Espanya nos enroba es
el mantra oficial del odio. La
publicación de las balanzas fiscales de las Comunidades Autónomas
y las de la propia Cataluña respecto de sus provincias evidencian un
déficit fiscal de Cataluña con España y de Lérida y Gerona con
Barcelona. En otras palabras, cuanto mayor es el sentimiento de odio
a España y de secesión, mayor es la ayuda financiera por parte del
erario. Separadores y separatistas. Esa es la paradoja, la miseria y
la consecuencia del procés:
la convicción de que la
fiesta
la pagamos entre todos vía impositiva en detrimento del gasto en
Sanidad y Educación. Parafraseando a Nietzsche, hay almas tan
esclavizadas a la secesión, que terminan por ahorcarse con la soga
de la subvención (de España naturalmente).
Sea
como fuere, este panorama es ilegal,
es un golpe de Estado y no se recoge en la resolución de la ONU
para buscar amparo en la independencia, puesto que Cataluña nunca
fue Reino, Nación ni colonia. Todo esto ha nacido del resentimiento,
de las mentiras históricas y del manejo de las emociones y
sentimientos en favor de la casta política catalana. Ahora bien,
¿tienen
razón
en sentido filosófico de racionalidad política y moral las
emociones y sentimientos?
Distinguiremos previamente entre emociones y sentimientos, y seguidamente las analizaremos en relación con la Ética, la Moral y la Política. El sentimiento es el
resultado de una emoción, es el vehículo de la emoción para
expresarse, y su naturaleza es más racional frente a la respuesta
fisiológica cognitiva o conductual de la emoción. Es imposible no
sentir absolutamente miedo (no seríamos humanos), pero es posible no
actuar como cobardes. Siento miedo es emoción, sentirse cobarde es
un sentimiento.
La Moral
en sentido etimológico alude a las costumbres y la Ética
al adiestramiento de un carácter para forjarse en la virtud. El
ideal griego era la formación de hombres libres (autos
eleútheros),
y el del pueblo romano más pragmático, la organización de
Instituciones, vinculando al hombre a la colectividad. La Mos
maiorum,
de corte romano, de honor y dignidad, se entroncaba con las
costumbres de los antepasados. El hombre moraliter
bonus,
moralmente bueno, obra según el espíritu.
En
la actualidad, moral
y ética constituyen ámbitos de estudio diferenciados.
La moral se centra en pautas, criterios, normas y valores que dirigen
nuestro comportamiento y nos permite saber cómo actuar en
situaciones concretas. La ética es la reflexión teórica sobre la
moral y persigue su fundamentación. Cuando nos situamos en el plano
de la acción y nos preguntamos ¿qué debo hacer?, buscamos
respuesta en el terreno de la moral; por el contrario si queremos
saber si la respuesta es la acertada, es decir, si tiene un
fundamento impecable desde la reflexión, entramos en el terreno
especulativo de la ética. Según este esquema, la Éthica
docens
sería una moral pensada; y la Éthica
utens,
una moral vivida, o lo que es lo mismo una consideración
prefilosófica de la moral.
La
cosa se complica cuando introducimos en el discurso la distinción
entre los términos: moral, amoral e inmoral. El concepto de
lo moral es intuitivo: actuamos con arreglo al uso, costumbres
sociales y marco de valores en el que hemos sido educados. La
definición del Diccionario de la Real Academia de amoral, es la de
persona desprovista de sentido moral, y de inmoral, que se opone a la
moral o a las buenas costumbres. Un hombre y una mujer que se
emparejan y actúan libremente, mantienen una relación con arreglo a
lo moral; el hombre o la mujer que se aprovechan de una situación de
necesidad para lograr los favores sexuales del otro, conlleva un
comportamiento inmoral. La persona que paga por el comercio carnal de
la prostitución, actúa amoralmente.
El
matiz diferenciador es pues, estar desprovisto de ese freno en tu
conducta, es decir, en la conducta amoral, buscamos un pretexto; por
el contrario en la inmoralidad actuamos a sabiendas de que nuestra
manera de proceder es injusta. Cuando introducimos en el discurso el
concepto de doble
moral,
nos instalamos en el terreno de la distinción entre lo amoral/moral.
Obviamente lo
inmoral nunca puede ser medido con doble rasero. Ser moral e inmoral
según conveniencia, sería una pura contradicción.
Así
pues, hablamos de reglas de comportamiento producidas por la cultura,
por la sociedad. Se difieren de las normas legales en el sentido de
que éstas obedecen a un conjunto normativo que crea como punibles
determinadas conductas. Una persona libertina es juzgada y tal vez
linchada y puesta en boca por la comunidad como un ser amoral, pero
no por ello comete delito y por tanto, no puede ser sancionada
penalmente su conducta. De la misma manera se diferencian de las
normas religiosas en el sentido de que obrar en contra de sus
preceptos te aleja de la gracia divina, pero no por ello se aplica
sanción legal alguna. El nepotismo
que ejercen los poderes públicos puede trampear la ley, pero es un
acto inmoral que altera las reglas de juego. Las desigualdades entre
territorios de un mismo Estado promovidas por intereses electorales y
formaciones nacionalistas, se ajustan a la legalidad vigente, pero
son injustas éticamente.
La
legalidad
es un atributo y un requisito del poder.
Un poder legal nace y se ejerce en concordancia con las leyes, por
ello, formalmente, la legitimidad no existe como algo separado.
Cuando abordamos estas cuestiones nos adentramos en el terreno de la
ética, y ya Platón nos advirtió de que la ley jamás podrá
prescribir con precisión lo que es mejor y más justo para todos,
por ello la legitimidad
y la legalidad
han de descender al terreno práctico de la moral no para confrontar
al Derecho Natural con el positivismo jurídico (lo justo
filosóficamente frente al derecho que se aplica en los Tribunales),
sino para que las normas dictadas se inserten en los valores de una
sociedad.
Si
como hemos razonado
a
las emociones no se les puede aplicar la racionalidad porque no
tienen cabida ni en el debate de las virtudes ni en el de la
justicia, y que la legalidad nace de un poder en concordancia con las
leyes, hemos de concluir que el procés
es un puro acto de inmoralidad de los políticos y asociaciones que
lo promueven. Política entre
bambalinas
que envuelve su inmoralidad en papel de celofán y banderas
esteladas, y actores ciudadanos bajo
bambalinas
a punto de que les caigan todas los artilugios del teatro
nazionalista. Sic transit.