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lunes, 21 de septiembre de 2015

Políticos catalanes entre bambalinas y ciudadanos bajo bambalinas.




   “Según se cuenta, hubo un autómata construido de manera tal, que a cada movimiento de un jugador de ajedrez, respondía con otro, que le aseguraba el triunfo en la partida. Un muñeco vestido de turco, con la boquilla del narguile en la boca, estaba sentado ante el tablero que descansaba sobre una amplia mesa. Un sistema de espejos producía la ilusión de que todos los lados de la mesa eran transparentes. En realidad, dentro de ella había un enano jorobado que era un maestro en ajedrez y que movía la mano del muñeco mediante cordeles. En la filosofía, uno puede imaginar un equivalente de ese mecanismo; está hecho para que venza siempre el muñeco que conocemos como materialismo histórico. Puede competir sin más con cualquiera, siempre que ponga a su servicio a la teología, la misma que hoy, como se sabe, además de ser pequeña y fea, no debe dejarse ver por nadie”.-Walter Benjamín-.

  Las bambalinas son lienzos de tela que se extienden por toda la parte alta del escenario o cuelgan flotando sobre él y completan la decoración de un teatro. Tienen como objeto también ocultar al público todo tipo de aparejos. De manera que podríamos afirmar que el actor está en escena bajo bambalinas, y el director, tramoyistas, traspunte o regidor, se sitúan entre bambalinas. En el lenguaje cotidiano la locución adverbial entre bambalinas es sinónima de secretismo, confidencialidad y de manera encubierta.

  En el escenario político catalán, el director, el pujolismo está oculto entre bambalinas y actúa como el maestro de ajedrez jorobado capaz de competir con cualquiera porque tiene a su servicio el nazionalismo, que es pequeño y feo y no debe dejarse ver por nadie para no ser desenmascarado. Por el contrario, los actores, los ciudadanos, están bajo bambalinas actuando de cara al público y recibiendo aplausos y odios. El boicot de productos es tal vez la metáfora de esta escena teatral.

  El próximo 27 de septiembre, se enfrentan al margen de la política, el miedo y el odio como emociones luchando por su primado en el cerebro límbico colectivo. Sea como fuere, la discordia está sembrada en Cataluña y con independencia de la independencia, la convivencia de aquella Cataluña que fue con anterioridad a la llegada al poder de Pujol, ya está rota afectivamente. España nos roba, Espanya nos enroba es el mantra oficial del odio. La publicación de las balanzas fiscales de las Comunidades Autónomas y las de la propia Cataluña respecto de sus provincias evidencian un déficit fiscal de Cataluña con España y de Lérida y Gerona con Barcelona. En otras palabras, cuanto mayor es el sentimiento de odio a España y de secesión, mayor es la ayuda financiera por parte del erario. Separadores y separatistas. Esa es la paradoja, la miseria y la consecuencia del procés: la convicción de que la fiesta la pagamos entre todos vía impositiva en detrimento del gasto en Sanidad y Educación. Parafraseando a Nietzsche, hay almas tan esclavizadas a la secesión, que terminan por ahorcarse con la soga de la subvención (de España naturalmente).

  Sea como fuere, este panorama es ilegal, es un golpe de Estado y no se recoge en la resolución de la ONU para buscar amparo en la independencia, puesto que Cataluña nunca fue Reino, Nación ni colonia. Todo esto ha nacido del resentimiento, de las mentiras históricas y del manejo de las emociones y sentimientos en favor de la casta política catalana. Ahora bien, ¿tienen razón en sentido filosófico de racionalidad política y moral las emociones y sentimientos?
  Distinguiremos previamente entre emociones y sentimientos, y seguidamente las analizaremos en relación con la Ética, la Moral y la Política. El sentimiento es el resultado de una emoción, es el vehículo de la emoción para expresarse, y su naturaleza es más racional frente a la respuesta fisiológica cognitiva o conductual de la emoción. Es imposible no sentir absolutamente miedo (no seríamos humanos), pero es posible no actuar como cobardes. Siento miedo es emoción, sentirse cobarde es un sentimiento.
  La Moral en sentido etimológico alude a las costumbres y la Ética al adiestramiento de un carácter para forjarse en la virtud. El ideal griego era la formación de hombres libres (autos eleútheros), y el del pueblo romano más pragmático, la organización de Instituciones, vinculando al hombre a la colectividad. La Mos maiorum, de corte romano, de honor y dignidad, se entroncaba con las costumbres de los antepasados. El hombre moraliter bonus, moralmente bueno, obra según el espíritu.
  En la actualidad, moral y ética constituyen ámbitos de estudio diferenciados. La moral se centra en pautas, criterios, normas y valores que dirigen nuestro comportamiento y nos permite saber cómo actuar en situaciones concretas. La ética es la reflexión teórica sobre la moral y persigue su fundamentación. Cuando nos situamos en el plano de la acción y nos preguntamos ¿qué debo hacer?, buscamos respuesta en el terreno de la moral; por el contrario si queremos saber si la respuesta es la acertada, es decir, si tiene un fundamento impecable desde la reflexión, entramos en el terreno especulativo de la ética. Según este esquema, la Éthica docens sería una moral pensada; y la Éthica utens, una moral vivida, o lo que es lo mismo una consideración prefilosófica de la moral.
  La cosa se complica cuando introducimos en el discurso la distinción entre los términos: moral, amoral e inmoral. El concepto de lo moral es intuitivo: actuamos con arreglo al uso, costumbres sociales y marco de valores en el que hemos sido educados. La definición del Diccionario de la Real Academia de amoral, es la de persona desprovista de sentido moral, y de inmoral, que se opone a la moral o a las buenas costumbres. Un hombre y una mujer que se emparejan y actúan libremente, mantienen una relación con arreglo a lo moral; el hombre o la mujer que se aprovechan de una situación de necesidad para lograr los favores sexuales del otro, conlleva un comportamiento inmoral. La persona que paga por el comercio carnal de la prostitución, actúa amoralmente.
  El matiz diferenciador es pues, estar desprovisto de ese freno en tu conducta, es decir, en la conducta amoral, buscamos un pretexto; por el contrario en la inmoralidad actuamos a sabiendas de que nuestra manera de proceder es injusta. Cuando introducimos en el discurso el concepto de doble moral, nos instalamos en el terreno de la distinción entre lo amoral/moral. Obviamente lo inmoral nunca puede ser medido con doble rasero. Ser moral e inmoral según conveniencia, sería una pura contradicción.
  Así pues, hablamos de reglas de comportamiento producidas por la cultura, por la sociedad. Se difieren de las normas legales en el sentido de que éstas obedecen a un conjunto normativo que crea como punibles determinadas conductas. Una persona libertina es juzgada y tal vez linchada y puesta en boca por la comunidad como un ser amoral, pero no por ello comete delito y por tanto, no puede ser sancionada penalmente su conducta. De la misma manera se diferencian de las normas religiosas en el sentido de que obrar en contra de sus preceptos te aleja de la gracia divina, pero no por ello se aplica sanción legal alguna. El nepotismo que ejercen los poderes públicos puede trampear la ley, pero es un acto inmoral que altera las reglas de juego. Las desigualdades entre territorios de un mismo Estado promovidas por intereses electorales y formaciones nacionalistas, se ajustan a la legalidad vigente, pero son injustas éticamente.
  La legalidad es un atributo y un requisito del poder. Un poder legal nace y se ejerce en concordancia con las leyes, por ello, formalmente, la legitimidad no existe como algo separado. Cuando abordamos estas cuestiones nos adentramos en el terreno de la ética, y ya Platón nos advirtió de que la ley jamás podrá prescribir con precisión lo que es mejor y más justo para todos, por ello la legitimidad y la legalidad han de descender al terreno práctico de la moral no para confrontar al Derecho Natural con el positivismo jurídico (lo justo filosóficamente frente al derecho que se aplica en los Tribunales), sino para que las normas dictadas se inserten en los valores de una sociedad.
  Si como hemos razonado a las emociones no se les puede aplicar la racionalidad porque no tienen cabida ni en el debate de las virtudes ni en el de la justicia, y que la legalidad nace de un poder en concordancia con las leyes, hemos de concluir que el procés es un puro acto de inmoralidad de los políticos y asociaciones que lo promueven. Política entre bambalinas que envuelve su inmoralidad en papel de celofán y banderas esteladas, y actores ciudadanos bajo bambalinas a punto de que les caigan todas los artilugios del teatro nazionalista. Sic transit.