Tal vez el sexo haya sido el eje vertebrador de la sociedad impulsando una fuerza y un poder de atracción que permitía mantener la cohesión de la pareja y con ello la dura y difícil crianza de los hijos. Los seres humanos tenemos una herencia genética animal muy fuerte y por eso hemos ido eligiendo pareja siguiendo un juego seductor en el que hombres y mujeres hemos desarrollado estrategias amorosas bien definidas. El denominador común ha sido la atracción de corte químico previo a la formalización del compromiso y la vida en común. Después se intentaba armonizar la relación y encajar como si de un puzzle se tratara, diferencias, gustos, manías, familia, amistades, trabajo y un largo etcétera.
Corren tiempos en los que prolifera la búsqueda de relaciones afectivas en la red. Posiblemente el tipo de vida, la soledad y la falta de tiempo nos animen a ello, pero lo que tal vez pase inadvertido es que la lógica interna es muy coherente. Se buscan perfiles, es decir, se da una sustitución de la química en favor del elemento cerebral. Es una deconstrucción interesante. Seguiremos alimentando el instinto primario, pero la aldea global puede revolucionar nuestras costumbres. Me pregunto si una inversión ontológica en la que el sentido común y la razón prioricen la compatibilidad en la convivencia, previa al chispazo químico del amor, no sea una solución al alto índice de fracaso en las parejas e incluso a la violencia masculina contra la mujer.
Y hecha la propuesta, quiero salvar el elemento irracional, romántico y poético, antes de que pueda tacharse de frívola. ¿Acaso hay algo más enigmático que encontrar a nuestra media naranja en el sentido mítico que nos narra Platón en El Banquete entre la inmensidad de la red? Si la poesía como decía Ortega es eludir el momento cotidiano de la vida, nada más cercano a ella que dejar que ángeles y hadas acudan en nuestra ayuda. Tal vez una fuerza cósmica nos haga salir en busca de nuestra media alma, que no conoceremos si no salimos en su busca, y que tampoco recordaremos si no entramos en ella. Hegel nos enseñó que todo lo racional es real. Las relaciones virtuales son por tanto tan reales como las que se dan en la vida. Y nuestro espíritu es etéreo, intangible. El amor está en el aire, es decir, también en la red. Y el Dios Cupido lo sabe.
-Artículo publicado en 2008-.
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