“Lo
capcioso de las preguntas y lo embarazoso de las respuestas viene de
que en su formulación empleamos conceptos a la vez excesivamente
vagos y excesivamente cargados de valoración y emotividad. Yo no sé
que es la normalidad sexual, el derecho a la vida, la verdad o el
bien, sin más. En principio parecen apuntar hacia algo positivo y
valioso; por eso no puedo decir que estoy en contra. Pero pueden
precisarse de muchas maneras distintas (...) Si el bien es lo que hay
que hacer y el mal es lo que hay que evitar, poco nos costará estar
de acuerdo con los filósofos medievales en que bonum
est faciendum y
malum est
vitandum. Y
si seguimos la desencomilladora concepción tarksiana de la verdad,
decir que algo es verdad equivale a repetirlo, entonces difícilmente
estaremos en contra de decir que lo que decimos es verdad, es decir,
lo que de todos modos decimos.
Esta
estrategia inmunizadora elimina el desasosiego y confusión que nos
producían las preguntas iniciales, pero también les priva de todo
interés o sentido”.-Jesús
Mosterín-.
Si el gobierno sometiera a referéndum el drama humano de la
inmigración sin control, o la violencia política por ejemplo, la
pregunta de qué queremos que hagamos,
estoy seguro de que ningún gobierno sabría qué hacer con tan
unánime resultado. En otras palabras, todos estamos de acuerdo en
que la sociedad debería estar bien organizada, con seguridad
jurídica, protección física y libertades, pero discrepamos
precisamente acerca de en qué consista la organización justa de la
sociedad y máxime cuando el debate político introduce la ideología
y la demagogia.
La unanimidad de la opinión
pública frente al rechazo a los atentados terroristas forma parte de
ese tipo de preguntas que si se sometieran a referéndum, obligaría
a los gobiernos a formular de inmediato otro referéndum con las
acciones políticas que deberían acometerse. Y de ese hipotético
segundo referéndum
se derivan todos los males, porque la unanimidad inicial se convierte
en ataques, descalificaciones y guerras mediáticas y políticas.
#JeSuisBelge
#JeSuisBrussels al igual que antes lo fueron #JeSuisCharlie y
#JeSuisFrance son estrategias humanas para combatir el dolor y
empatizar con las víctimas. Imposible para cualquier persona de bien
no adherirse a ellas.
Pero
acto seguido, entramos en el capítulo de los miedos, ese miedo que
permite asaltar
capillas católicas
pero ni aproximarse a una mezquita; ese miedo subliminal a
arrodillarte ante el terror consolándote con la idea de que si te
portas bien con los islamistas, los integras, les facilitas la
convivencia y en sus países de origen en aras al sagrado principio
del relativismo cultural, comprendes sus costumbres y miras de
perfil, contribuyes a consolidar una Alianza
de Civilizaciones,
algo así como una OTAN
común;
ese miedo traducido en grandes discursos y alegatos a la convivencia
de las tres culturas de nuestro pasado en Toledo, Granada y Córdoba;
ese miedo interpretado por las izquierdas para culpar de todos los
males al sistema capitalista, a USA, a Aznar, a la guerra...; ese
miedo de la derecha
políticamente correcta
de no asumir el discurso de la progresía;
y
ese miedo de la derecha más radical reclamando medidas duras para
combatir el terror y expulsiones masivas del territorio nacional,
impiden una respuesta unánime a ese segundo referéndum que habría
de formularse una vez efectuado el escrutinio del primero de ellos en
el que se hubiese votado el rechazo a la violencia.
Cada
vez que se repite un atentado islamista, y recordemos para evitar
confusiones que los términos islámico
e islamista
no tienen el mismo significado: islámico es aquello que está
relacionado con el islam (cultura, arquitectura, etc.), mientras que
islamista alude a los musulmanes integristas que pretenden imponer
por la fuerza y el terror la implantación de un Estado Islámico, la
opinión pública se divide. La cuestión radica en el hecho de que
se confunde la cultura islámica con el islamismo radical y en el
hecho igualmente de que la comunidad pacífica de personas que
profesan la religión musulmana y que conviven en nuestras ciudades
no es culpable del terror.
Ambas
premisas son ciertas. Occidente tiene su deuda particular con la
cultura islámica, y hay muchos musulmanes que conviven
pacíficamente, pagan sus impuestos y en muchos casos han adquirido
la nacionalidad del país de acogida. Pero con los islamistas no hay
razonamiento, principio ético, excusa o relativismo cultural alguno
para no aplicarles el Código Penal y actuar con medidas unánimes en
toda la Unión Europea. Pretender
afirmar que en España y en los países de nuestro entorno hay
unanimidad ante atentados como el de hoy en Bruselas es mentira.
Hoy
#JeSuisBelge pero mañana no encenderé velitas, ni escribiré tuits
con ese hashtag, simplemente reclamaré a los políticos un segundo
referéndum para que todos esos brindis al sol, alegatos a la paz,
discursos de que el terror no nos vencerá y ese etcétera pomposo,
se llene de contenido con un programa de acción política, una vez
escrutado el referéndum con la pregunta formulada en contra del
terror.
Sigue
siendo válida la afirmación tarksiana: “El problema de la
definición de la verdad cobra un significado esencial y se puede
solucionar de forma rigurosa solo para aquellos lenguajes que tengan
una estructura exactamente especificada”. Decir que algo es verdad
equivale a repetirlo para no entrar en contradicción con lo que de
todos modos decimos. El terrorismo es el mal, sin más
contradicciones ni excusas ni guerras políticas, ni búsqueda de
causas, ni interpretaciones históricas.
Lo
dicho, hoy soy #Brussels, mañana simplemente repetiré lo que de
todos modos se piensa
en la calle
para no contaminarme con la demagogia de los políticos, ni de la
estupidez que termina empedrando el infierno de buenas intenciones: que el terror nos está jodiendo la vida y que los políticos no se ponen de acuerdo para buscar soluciones unánimes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario