Don José María Gómez y García Muñoz llegó a Puertollano el 22 de abril de 1939 para hacerse cargo de la parroquia de la Asunción. Trasladó la vida parroquial a la ermita de la Soledad mientras recaudaba fondos para acometer las obras de reconstrucción de la Asunción de los daños sufridos en la Guerra Civil, hecho que se produce el 28 de mayo de 1941. También consigue por suscripción popular reconstruir la ermita de la Virgen de Gracia que había sufrido igualmente estragos.
Había sido profesor en el Seminario de Ciudad Real y se licenció también en teología, no estamos hablando de un cura de misa y olla, sino de una persona con una gran vocación, formación y capacidad de apostolado. El hecho de que la sucesión como párroco de la Asunción de Don Enrique García Mateos, asesinado en la contienda civil, no recayera en su coadjutor Don Gaspar Naranjo Molina quien logró huir evitando su linchamiento, nos invita a pensar que fue una apuesta personal del Exmo. Sr. obispo Juan Hervás Benet para ocuparse de nuestro Puertollano en una época en la que la alianza del Régimen y la Iglesia le otorgaría un papel influyente.
"Nombrado arcipreste de Puertollano el 12 de junio de 1960 (anteriormente lo había sido de Almodóvar, Fuencaliente y Mestanza), en esa fecha se le hizo hijo adoptivo de la ciudad, reconocimiento al que se unió poco tiempo después el de prelado doméstico de Su Santidad y, el 11 de abril de 1964, y con motivo de sus bodas de oro sacerdotales y de las de plata de su llegada a la parroquia, la concesión de la Medalla de Oro de Puertollano junto a la imposición de su nombre a la antigua calle del Hospital". Cfr.
Se jubiló el 15 de agosto de 1972 y murió el 14 de junio de 1973. Su funeral fue oficiado por el obispo y catorce sacerdotes más.
Lo recuerdo como hombre de gran temperamento, fuerte personalidad, inquebrantable en sus convicciones, estricto en la exigencia de vestir con decoro en el interior de la Iglesia, presente en todas las celebraciones públicas de la ciudad: Santo Voto, funerales de mineros muertos en accidentes, Ferias, desfiles procesionales, visitando a enfermos, manejando su influencia para colocar en las empresas a personas con necesidades económicas, participando en colectas en favor de los más necesitados junto a Don Pedro y su operación mina y como persona muy entrañable.
Uno no tenía la edad suficiente como para interpretar sus homilías, acudíamos a la misa de doce más para fijarnos en las chicas e intentar coquetear con ellas a la salida, máxime teniendo en cuenta que era el único espacio común tolerado, porque recibimos una educación diferenciada por sexos, y no estábamos muy atentos a lo de la devoción. Yo cursé la EGB en el Ramón y Cajal dirigido por Don Antonio Larrondo Cano, y hasta que no inicié el BUP en el Fray Andrés de la calle Copa, no tuve compañeras en las aulas.
Recuerdo a Don José María, interrumpir la misa y la homilía para interrumpir nuestra cháchara, ordenarnos ponernos en pie y sentarnos correctamente con la amenaza de que les mando al monago. Recuerdo igualmente cómo el monaguillo diligentemente se acercaba y te daba traslado de la advertencia de Don José María, incluso tenía bula para echarnos de la misa. Los monagos con él iban vestidos como tales, con la solemnidad que exigía. Ninguna concesión a la heterodoxia en el culto.
Opino que hizo un uso benéfico del poder con paternalismo y autoritarismo, no se limitó a ejercer funciones apostólicas y fue un defensor de la estricta moral católica dentro de la más pura ortodoxia. La Asunción con él siempre estaba llena los domingos, eran otros tiempos, pero hay que reconocerle su mérito. Yo no he vuelto a conocer a ningún sacerdote con esa personalidad, con ese torrente de pasión, con esa dedicación, no le recuerdo vacaciones. Había personas que iban a la misa por devoción, otras por gratitud por los favores recibidos y otras, los peques y adolescentes porque allí los chicos podían estar con las chicas y viceversa. Me hubiese gustado leer algún texto suyo, pero su legado ha sido hasta donde uno conoce, no una obra escrita, sino su forma de vida, su manera de actuar y defender a los más pobres, entre lo ultramontano y la caridad entendida como política social. Fue un hombre de su época que marcó una época en Puertollano, sobrevivió a la Guerra Civil y no podemos mirarlo con los ojos de hoy, sino en el contexto histórico y vital que le tocó vivir. Lo recuerdo con cariño, está en mis fotos y en la de mis padres. Le sucedió en la parroquia Don Mariano Mondéjar, intelectual, poeta e historiador, a él le tocó la Transición, pero hoy toca Don José María.
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